El instinto humano trata de evitar el sufrimiento y de hacer la vida lo más cómoda y fácil posible. Pero, paradójicamente, muchas investigaciones han demostrado que el sufrimiento y el trauma pueden tener efectos positivos a largo plazo.
Muchas personas que pasan por un trauma intenso, por ejemplo, se vuelven más profundas y fuertes de lo que eran antes. Incluso pueden sufrir una transformación repentina y radical que hace que la vida sea más significativa y satisfactoria.
De hecho, la investigación muestra que entre la mitad y un tercio de todas las personas experimentan un desarrollo personal significativo después de eventos traumáticos, como duelo, enfermedad grave, accidentes o divorcio. Con el tiempo, pueden sentir una nueva sensación de fuerza interior, confianza y gratitud por la vida y por otras personas.
Pueden desarrollar relaciones más íntimas y auténticas y tener una perspectiva más amplia, con un sentido claro de lo que es importante en la vida y lo que no lo es. En psicología, esto se conoce como “crecimiento postraumático”.
Durante los últimos 15 años como psicólogo, he estado investigando una forma especialmente dramática de crecimiento postraumático que llamo «transformación a través del desasosiego». A veces les sucede a los soldados en un campo de batalla, a los presos de los campos de prisioneros que están al borde de la inanición, o a las personas que han pasado por períodos de adicción severa, depresión, duelo o enfermedad.
Las personas relatan sentirse como si hubieran adquirido una nueva identidad. Pasan a una conciencia mucho más intensa y expansiva, con una poderosa sensación de bienestar. El mundo que les rodea parece más real y hermoso. Se sienten más conectados con otras personas y con la naturaleza.
“Despertar”
En mi nuevo libro Extraordinary Awakenings (Despertares Extraordinarios), comparto algunos de estos casos y exploro lo que podemos aprender de estas transformaciones y cómo podemos aplicar esto a nuestro propio desarrollo personal.
Tomemos, por ejemplo, la historia de Adrián, quien experimentó una transformación mientras estaba en prisión en África. Estaba encerrado en una pequeña celda las 23 horas del día, sin tener idea de cuándo podría ser liberado. Durante las interminables horas de encarcelamiento, comenzó a reflexionar sobre su vida ya dejar atrás el pasado y cualquier sensación de fracaso o decepción.
En la celda tenía una pequeña estatuilla de Buda, que había recogido en sus viajes por Asia. En una especie de práctica de meditación espontánea, comenzó a centrar su atención en la estatuilla durante largos períodos. Durante las próximas semanas, Adrián comenzó a sentirse más en paz, hasta que experimentó un cambio repentino:
Fue como pulsar un interruptor… Fue un sentimiento completo de liberación y aceptación, de todo lo que iba a suceder. Fue una liberación de la culpa, de la ansiedad, de la ira y del ego. Durante tres días estuve en un estado que puede describirse mejor como gracia. Después de eso, el sentimiento se alivió, pero permaneció dentro de mí.
Una mujer llamada Eva tuvo una experiencia similar. Después de 29 años de adicción a la bebida, se sintió física y emocionalmente destrozada e intentó suicidarse. Sobrevivió, pero este encuentro con la muerte provocó un cambio y su necesidad de beber desapareció. Eva se sintió tan diferente que, según me dijo: “Me miré en el espejo y no tenía idea de quién era”.
A pesar de estar inicialmente un poco confundida por su transformación, Eva se sintió liberada y tenía una mayor conciencia y un mayor sentido de gratitud y conexión. Nunca volvió a sentir la necesidad de beber y lleva diez años sobria.
La ruptura de la identidad
Es importante tener en cuenta que no hay nada religioso en la transformación a través del desasosiego. Esencialmente, es una experiencia psicológica, relacionada con una ruptura de la identidad.
Desde mi punto de vista, es causado por la disolución de apegos psicológicos, como esperanzas, sueños y ambiciones, estatus, roles sociales, creencias y posesiones. Estos apegos sostienen nuestro sentido normal de identidad. Entonces, cuando se disuelven, nuestra identidad se derrumba. Esta suele ser una experiencia dolorosa, pero en algunas personas parece permitir que surja una nueva identidad.
Y mi investigación indica que esos cambios tan arraigados y consecuentes suelen permanecer indefinidamente. Esta es una de las razones por las que no creo que el fenómeno pueda explicarse como un auto-engaño o disociación — un proceso mental de desconexión de los pensamientos, sentimientos, recuerdos o el sentido de identidad de uno.
La transformación a través del desasosiego también revela el enorme potencial y la profunda resiliencia dentro de los seres humanos, de los que generalmente no somos conscientes hasta que enfrentamos desafíos y crisis. Entonces, en esencia, en el proceso de derrumbarnos, el desasosiego y el trauma también pueden despertarnos.