La desglobalización caótica: ¿Sólo una consecuencia de la guerra?

La semana pasada, la élite global se reunió en el Foro de Davos, en Suiza. Dentro de las lujosas instalaciones en las que se produjo esta reunión entre los empresarios, políticos y propietarios de medios de comunicación sistémicos, una palabra se convirtió en el eje de todos los debates: “desglobalización”.

El comienzo de la guerra en Ucrania, junto a los enormes daños provocados por la pandemia a las cadenas globales de suministros y la creciente tensión militar y económica entre los dos grandes bloques geopolíticos de nuestro tiempo (el agrupado entorno a la potencia declinante, los Estados Unidos, y su alianza militar, la OTAN; y el que empiezan a vislumbrar las potencias emergentes, como Rusia y China) ha puesto en peligro el proceso de globalización de la economía vivido por el sistema capitalista desde los años setenta.

La globalización fue el marco fundamental en el que se desarrolló la economía planetaria de las últimas décadas. Se articuló entorno a un puñado de organizaciones supranacionales de índole económico (como el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de Comercio y el Banco Mundial), pero también alrededor de la función de gendarmería y seguridad atribuida al omnipresente Ejército norteamericano y a sus fuerzas auxiliares (la OTAN). Ha sido un ensayo de mercado global hegemonizado por las grandes transnacionales de los países de Occidente y los fondos de inversión. La libertad irrestricta para los flujos de capitales y de mercancías, corría paralela a un aumento sostenido del comercio internacional y una creciente acumulación por desposesión, por la vía de la mercantilización de los bienes comunes y la privatización de los servicios públicos, junto a la deslocalización de las actividades productivas y la generalización del discurso neoliberal en la totalidad de las instituciones políticas y académicas.

Quizás sea aún pronto para hablar del fin de la globalización. Pero lo cierto es que sus presupuestos políticos y económicos parecen haber saltado por los aires desde el fin de la brutal sacudida provocada por la pandemia de Covid-19. Un informe de Accenture, publicado en el marco del Foro de Davos, y basado en una investigación en la que también colabora Oxford Economics, avisa de que el colapso presente de las cadenas de suministros globales puede llegar a provocar pérdidas de hasta 920.000 millones de euros en el PIB de la zona euro, con un impacto potencial de hasta el 7,7 % del PIB potencial europeo para 2023. En 2021, las pérdidas atribuibles a los cortes de las cadenas de suministros ya alcanzaron los 112.700 millones para Europa.

Ya antes de la guerra la escasez de materiales clave para la economía global, como los semiconductores, unida al bloqueo del sector logístico y al inicio del proceso inflacionario, provocaron fuertes tensiones al comercio mundial. La guerra ha venido a significar la puntilla para el paradigma globalizador: un horizonte de grandes bloques políticos y económicos enfrentados durante varias décadas impone la necesidad de la relocalización de la producción estratégica y de nuevas exigencias para la sostenibilidad y seguridad de las cadenas de suministro internacionales.

Las empresas ya se lo están planteando. En el Foro de Davos se han sucedido las presentaciones de proyectos empresariales que mencionan la repatriación de actividades económicas para salvaguardar la seguridad de los suministros y la consonancia con los proyectos geopolíticos de los gobiernos concernidos. Según declaraciones de Christophe Weber, consejero delegado del grupo japonés Takeda, al diario económico Expansión, “se trata de eliminar el riesgo en cadena de suministro (…) decir que la globalización ha terminado sería simplificar mucho, pero la globalización que la gente tiene en mente ya no existe (…) la globalización que existía hace unos años, el comercio sin restricciones y la idea de que el mundo es plano, se ha terminado.”

Sin embargo, cerca del 30 % del valor añadido total de la economía europea depende de las cadenas internacionales de suministro, ya sea porque permiten el acceso a fuentes de materias primas baratas o porque facilitan vender la producción en otros mercados. La desglobalización es un problema. La crisis de oferta provocada por la guerra y el colapso comercial impulsan la inflación muy por encima de lo esperado y la previsible reacción “austeritaria” de los halcones neoliberales amenaza con provocar una fuerte recesión global. El alza de los precios de la energía estrangula el crecimiento europeo y las sanciones contra Rusia, unidas a la situación bélica en Ucrania, bloquean el suministro de alimentos a los países del Sur.

Las sanciones desplegadas por la guerra de Ucrania han provocado un frenazo en seco de las economías occidentales, agravado por los problemas con el Covid 19 en la República Popular China. El PIB de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo económico (OCDE), que representan cerca del 60 % de la economía mundial, se frenó al 0,1 % entre enero y marzo. El PIB norteamericano cayó un -0,4 %, Italia cae otro -0,2% y la débil subida de Alemania (0,2 %) es insuficiente para compensar el terreno perdido (un -0,3 %) durante el avance de la variable Ómicron, en diciembre pasado.

Las noticias de empresas que se plantean la relocalización de actividades o la búsqueda de suministros alternativos en países ahora aliados y considerados seguros, aunque sus costes sean mayores, empiezan a hacerse comunes en los medios. Lo mismo ocurre con las preocupantes declaraciones políticas que parecen alimentar un escenario global de gran pugna, caliente o fría, entre Occidente y los países emergentes. Biden afirma que defenderá militarmente Taiwán y la Unión Europea se plantea enviar barcos a Odessa para exportar el grano ucraniano, pese a la creciente posibilidad de incidentes descontrolados que hagan escalar la situación hasta un punto de confrontación bélica abierta. Es difícil imaginar un escenario en el que la sucesión de guerras y tensiones, quebrando la comunidad internacional en dos grandes bloques antagónicos, pueda ser compatible con la economía global abierta y la expansión ilimitada del comercio mundial que vimos desplegarse en las décadas pasadas.

Algunos nunca fuimos adeptos al paradigma globalizador y neoliberal. Pero haremos mal en interpretar lo que está sucediendo como una reafirmación de las tesis basadas en la soberanía productiva o la recuperación de un keynesianismo a escala nacional. La desglobalización presente corre paralela al momento más dulce para los grandes fondos de inversión transnacionales. Los fondos de capital riesgo viven un tremendo auge en todo el mundo. Ahora acumulan cerca de 10 billones de dólares en activos (sumando infraestructuras, deuda, energía, inmuebles y participaciones en empresas) y se espera que en 2026 lleguen a los cerca de 18 billones. Las grandes fortunas aprovechan la crisis para crecer y acumular, en economías que viven una desglobalización limitada y caótica que no toma la forma de una recuperación de las soberanías nacionales ni de la pujanza de las fuerzas populares, sino de una reordenación de las fuerzas económicas en dos grandes bloques en crisis y sometidos a una sucesión de tensiones tempestuosas.

Otra globalización es posible, decíamos en los movimientos sociales de los años 90. No fue así, y ahora nos toca parar la gran guerra que ya ha comenzado, respetando la soberanía y la seguridad de los pueblos, y construyendo puentes de solidaridad y cooperación que permitan enfrentar los grandes problemas compartidos, como la pobreza, la desigualdad, la explotación o la crisis ecológica.

Por José Luis Carretero Miramar para Kaosenlared


Imagen de portada:  Oto Godfrey  – Derechos de autor: Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported – De Terabass – Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=11848631

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