El primer biógrafo, B.V. Narasimha Swami, entrevistó a Ramana sobre un incidente que ocurrió en 1912 cuando estaba viviendo en la cueva Virupaksha. Esta entrevista está publicada en un apéndice de la biografía de Narasimha Swami con el título: “Un extraño y extraordinario acontecimiento en la vida de Sri Maharshi” (1). Posiblemente se ha pasado por alto la importancia de este hecho.
En 1912, Ramana, Palamiswami, Vasudeva Sastri y algunos más fueron desde la cueva Virupaksha hasta Pachaimman Koil para darse un baño, ya que había buenas condiciones en aquel lugar. Después del baño volvieron acortando el camino a través de la colina.
El sol calentaba mucho ya a las diez de la mañana, hora a la que llegaron a la roca de la Tortuga. Ramana empezó a sentirse mareado y lo que ocurrió después lo describen mejor sus propias palabras.
“De repente desapareció la vista del escenario natural frente a mí y una brillante cortina de luz se tendió a lo largo de la línea de mi visión, tapando toda la vista de la naturaleza. Podía ver claramente todo el proceso. En un momento dado podía ver todavía con claridad parte de la perspectiva de la naturaleza mientras que el resto se estaba cubriendo con la cortina que avanzaba. Era como trazar una superficie a lo largo del campo de visión de un estereoscopio. Al experimentar esto, me paré para evitar caerme. Cuando pasó, continué caminando. Cuando por una segunda vez la oscuridad y el mareo se apoderaron de mí me apoyé en una roca hasta que pasó. Y cuando lo mismo ocurrió una tercera vez, pensé que era más seguro sentarse, así que me senté cerca de la roca. Entonces la brillante cortina blanca había cegado completamente mi visión, la cabeza me daba vueltas, y la circulación y la respiración se habían parado. La piel se volvió de un color azul lívido. Era el color habitual de la muerte y se volvía cada vez más oscuro. De hecho, Vasudeva Sastri me dio por muerto, me tomó en sus brazos y empezó a llorar a gritos y a lamentar mi muerte. Su cuerpo temblaba. En aquellos momentos podía sentir claramente su abrazo y sus temblores, oír sus lamentos y comprender su significado. También veía la decoloración de mi piel y sentía el cese de mi respiración y el latido de mi corazón, así como el enfriamiento progresivo de las extremidades del cuerpo. Sin embargo, mi corriente habitual continuaba sin interrupción también en ese estado. No tenía el menor miedo ni tampoco sentía tristeza por el estado de mi cuerpo. Había cerrado los ojos tan pronto como me senté en la roca en mi postura habitual, pero no estaba apoyado en ella. El cuerpo que no tenía circulación ni respiración mantuvo esa posición inmóvil. Ese estado continuó durante unos diez o quince minutos. Entonces hubo una sacudida repentina a través del cuerpo, la circulación revivió con una fuerza enorme, y lo mismo sucedió con la respiración; el cuerpo entero transpiraba por cada poro. El color de la vida reapareció en la piel. Entonces abrí los ojos, me levanté y dije: ‘Vámonos’. Llegamos a la cueva Virupaksha sin más dificultades. Esta fue la única ocasión en que la circulación de la sangre y mi respiración se pararon.” (2)
En el momento de su iluminación, que sucedió el 17 de julio de 1896, Ramana sólo tuvo el miedo súbito a la muerte. Sin embargo, para poder experimentar lo que significa la muerte, “se estiró como un cadáver como si el rigor mortis se hubiera apoderado de él, manteniendo sus labios firmemente apretados y conteniendo la respiración”. No fue una muerte física sino una experiencia de la muerte sentida intensamente como parte de la indagación para encontrar y descubrir,
“¿Quién soy? Todavía sentía que el ‘yo’ estaba dentro de mí, el sonido estaba allí, el sentimiento mismo del ‘yo’ estaba allí. ¿Quién era eso? Sentí que era una fuerza o una corriente, un centro de energía jugando en el cuerpo y funcionando a pesar de la rigidez o la actividad del cuerpo, si bien conectado con él.” (3)
Esta experiencia de que el verdadero “yo” era una corriente o una fuerza o un centro que constituía el “Yo” real permaneció con él durante el resto de su vida.
La segunda experiencia es diferente, ya que hubo una muerte física durante diez o quince minutos. La circulación de la sangre y el latido del corazón se pararon y el cuerpo se volvió frío y de color azul. Pero la experiencia de la conciencia de la corriente del corazón como el “yo” continuó. Este es el aspecto más significativo de la experiencia. Incluso al narrarlo, Ramana dijo claramente, “Sin embargo, mi corriente habitual continuaba sin interrupción también en ese estado”.
Ramana se refirió a este acontecimiento años más tarde durante su conversación con B.V. Narasimha Swami, en 1937. La parte más importante dice así:
“Ya desde la escuela solía sentir las vibraciones del Corazón, que recuerda a las de una dinamo. Cuando hace muchos años en Tiruvannamalai contraje rigor mortis, todos los objetos y sensaciones desaparecieron excepto esas vibraciones. Era como si una oscura cortina se extendiera delante de mis ojos y apartara completamente el mundo de mí, pero por supuesto yo era todo el tiempo consciente del Atman, con un vago sentimiento de que alguien estaba llorando cerca de mí. Este estado continuó hasta el momento en que recobré la conciencia física, cuando sentí algo que se precipitó desde el Corazón hasta el lado izquierdo del pecho y reestableció la vida en el cuerpo.” (4)
Uno se estremece al pensar lo que hubiera sucedido si la fuerza vital no hubiera restablecido la vida en el cuerpo de Ramana. Pero, según el plan divino de las cosas, tuvo que ocurrir sólo de esa manera. El que es consciente de la vida de Ramana será también consciente de que el papel destinado a Ramana en el plan divino era el de guiar a buscadores de la verdad, como gurú interior y exterior, en el camino directo de la auto-indagación y el conocimiento del Atman. Esta función de sadgurú iba a durar aún otras cinco décadas tras la fecha de esta experiencia. El firme establecimiento de Ramana en el Atman y su accesibilidad lo asegurarían.
Dirigiéndose a su primer discípulo, Gambhiran Seshier, Ramana calificó sus enseñanzas como “Conocimiento Intuitivo del Corazón” (dahara vidya). Se experimenta como un sentimiento de felicidad que brota del corazón: “Yo”, “Yo”, que es una expresión de la plenitud de la conciencia. Es algo natural e inherente y, por tanto, accesible a todos. Está siempre ahí, pero la conciencia de ello está obstruida por la subreimposición ilusoria de una mente separada y aparte del corazón. Una vez que la ilusión y el falso conocimiento se han disipado por el reflejo de la verdad y manteniéndolo con firmeza, uno vuelve a su verdadero hogar, al estado natural en el corazón. Toda búsqueda en el camino espiritual debe terminar con este descubrimiento, con esta revelación. Cuando esto ocurre la mente se libera de la limitación causada por la identificación, los conceptos, los pensamientos. Se volverá pura como el éter, reflejando la felicidad del Ser.
El camino de Ramana es directo: uno viaja de la ilusión al conocimiento a través de una comprensión adecuada de la mente, lo cual presupone comprender su naturaleza y su origen…
En una de sus composiciones, Ramana explica su método con suma claridad:
“Cuando no hay pensamiento del yo, no puede haber ningún otro pensamiento. Cuando surgen otros pensamientos, pregunta: ‘¿a quién?, ¿a mí?, ¿de dónde surge este “yo”?’ Sumergiéndose de este modo en el interior, si uno descubre la fuente de la mente, y alcanza el Corazón, se volverá el Supremo Señor del Universo. Entonces ya no se sueña más con cosas como dentro y fuera, justo y erróneo, nacimiento y muerte, placer y dolor, luz y oscuridad. Oh Arunáchala, océano ilimitado de Gracia y Luz, tú danzas la danza de la quietud en la Sala de danza del Corazón”. (5)
Al practicar el camino directo de Ramana hay que recordar que Ramana estaba compartiendo su propia experiencia, la del día de su iluminación, e insistía en que eso mismo podía experimentarlo todo aquel con una mente interiorizada y en búsqueda de su origen. Una mirada más a ese día memorable, el 17 de julio de 1896, puede aclarar mucho el camino. Enfrentándose al miedo abrumador a la muerte, Ramana indagó intensamente sobre su verdadera identidad y sobre la naturaleza de la conciencia del “yo”. Él mismo calificó esta búsqueda como la indagación “¿Quién soy?”. Al poner el cuerpo a un lado, como si fuera un cadaver, el objeto de la indagación se centró en la Realidad. Inmediatamente surgió un sentimiento del “yo” aparte y distinto del cuerpo muerto. Indagando más profundamente, descubrió que el “yo” era una corriente, una fuerza o un centro. Aunque existía en relación con el cuerpo, era independiente de la rigidez o actividad de éste. (6)
Basándose en esta experiencia, explicó más tarde a sus discípulos y buscadores que la localización física de esta corriente se halla en el lado derecho del pecho, a dos dedos del centro. Lo nombró el “corazón espiritual” para distinguirlo del corazón físico en el lado izquierdo. Tal como el corazón físico impulsa la sangre a través de las arterias, la energía de la conciencia del “yo” de la corriente divina se canaliza a través de los nadis, primero a la mente y desde allí, al resto del cuerpo.
Ramana puso un gran énfasis en esta búsqueda interior en su obra original Ulladu Narpadu, así como en la mayoría de sus conversaciones con discípulos hasta mediados de los años treinta, cuando todavía era posible una relación casi individual de guru a discípulo.
Indagar, en silencio y profundamente,
sobre el origen de la mente, el “yo”:
en esto sólo consiste la autoindagación.
Ideas como “soy eso” o “no soy esto”, sólo son ayudas. (7)
El ego cae, cabizbajo, cuando uno indaga
¿Quién soy”? y entra en el Corazón.
Entonces otro “yo”-“yo”, late ininterrumpidamente, por sí mismo;
no es el ego, sino el Atman, el todo. (8)
Ramana insiste en la importancia de ahondar en el interior, buscando el origen de la mente, del “yo”, en su Upadesa Saram: “Hundir la mente en el Corazón, su origen, es karma, bhakti, yoga, y conocimiento”. (9)
También en relación con la auto-indagación, Ramana subrayó este punto a Gambhiran Seshier:
“No pierdas de vista el Atman ni siquiera por un momento. La perfección del yoga, la meditación, la sabiduría y la devoción, consiste en fijar la mente en el Atman o el “Yo” y permanecer en el Corazón. Como el Ser Supremo reside en el Atman, se dice que la constante entrega de la mente que se absorbe en el Atman comprende todas las formas de devoción.” (10))
A este camino se le llama el camino directo o la vía recta, porque se basa en la verdad de que sólo el Atman es el Uno y el Todo. Otros métodos de meditación se basan en la aceptación de la realidad de la mente como una entidad separada del Atman. En su esencia, son dualistas. La suposición de dualidad aparecerá como ilusoria, pues esta falsa noción se extingue cuando la indagación nos conduce al origen de la mente, al corazón, donde se funde con Él. A esto se le llama meditación en el corazón, porque se busca nuestra propia fuente de conciencia, el corazón, que es la sede de la conciencia.
La inestimable ventaja de la auto-indagación es que hace posible vivir en el presente. En el momento actual, arrastramos muchos pensamientos en el firmamento mental basados en recuerdos o en experiencias de actos pasados. También hay una pesada carga de pensamientos sobre el futuro rebobinados en el presente. Los pensamientos pasados y futuros, traídos al presente por la atención individual, destruyen el presente, donde únicamente tienen lugar todas las experiencias. La auto-indagación, que corta de raíz todos los pensamientos, nos capacita para escapar del marco del tiempo. Uno puede vivir en el «ahora», experimentando totalmente cada momento con una alegría libre de pensamientos.