Este mes se estrenó en la plataforma de The Daily Wire el documental What is a Woman?, de Matt Walsh. El documental plantea la pregunta «¿qué es una mujer?», particularmente cuestionando la visión de algunos grupos dentro del movimiento transgénero que abogan por una definición distinta a la que tradicionalmente se aceptaba.
Parte de la reflexión del documental es que hasta hace poco esta pregunta no se planteaba, pues la respuesta era parte de una realidad evidente, natural, conocida por todos -que, ahora, algunos críticos o activistas entienden como una mera construcción social-. Walsh entrevista a activistas y médicos liberales (lo que en Estados Unidos llaman «de izquierda») e intenta demostrar que sus ideas son demasiado complejas, por lo que llegan a lo absurdo y no tienen gran poder argumentativo. A su vez, de cierta manera el documental es una crítica no sólo de una visión más o menos radical dentro del movimiento transgénero sino de ciertos aspectos del relativismo cultural y de lo woke, que basan sus concepciones de la realidad únicamente en la percepción subjetiva y la interpretación del propio ser.
Decir que What is a Woman es controversial es decir poco. La revista Rolling Stone incluso ha acusado a TikTok y Facebook de permitir que The Daily Wire, que produjo este documental, pague anuncios para promoverlo en sus plataformas. The Daily Wire es uno de los sitios con más interacciones en Facebook. Según Rolling Stone el documental viola las políticas de hate speech de estos sitios y es altamente ofensivo para la comunidad LGBT+.
La premisa del director no se oculta en su investigación; para Walsh, claramente una mujer es definida por su sexo biológico. Que una persona diga o sienta que es mujer cuando nació con sexo masculino no cambia esa realidad, la cual es determinada por la naturaleza. En contraste, muchos de los académicos y activistas transgénero que entrevista sufren al intentar producir una definición de lo que es una mujer -algunos sólo articulan que una mujer es quien sea que se defina así- o señalan que no hay nada que realmente las define e, incluso, que «algunas mujeres tienen penes». Walsh coteja esto con las definiciones mucho más simples de los niños, quienes identifican a las mujeres y a los hombres por el sexo que tienen (o «eso que tienen dentro de sus pantalones»), o a las mujeres con las de una tribu africana.
Para algunos activistas y pensadores transgénero, el sexo -y no sólo el género- es una construcción cultural y el aspecto fundamental que define la identidad son las sensaciones de las personas, es decir, el género con el que se identifican de manera cualitativa en su experiencia. Estas personas suelen hablar de una identidad no-binaria y critican el modelo de una realidad estable dividida en masculino y femenino como una limitación basada en una cultura de opresión.
Es evidente que Walsh no es un documentalista desinteresado, tiene claramente una tesis que decide demostrar en su documental. Asimismo, resulta obvio que los productores tienen también una agenda -y una visión de derecha, en franca oposición a la cultura liberal-. La complejidad es tal que aunque probablemente se trate de un documental «transfóbico», muchos de sus argumentos son lúcidos y razonables y generan preguntas difíciles de responder para la comunidad transgénero.
La escritora transgénero Debbie Hayton reseña de manera positiva el documental (al igual que el público de Rotten Tomatoes y de IMDB, que le han dado puntajes altísimos). Hayton recibe de buena manera la crítica que Walsh directa o indirectamente hace a la comunidad transgénero. Hayton cree que la película puede ayudar a liberar a algunas personas de una ideología basada en la «fantasía» de que el sexo con el que se nace y el binario masculino/femenino no determinan de manera importante la realidad del género.
El documental también explora algunas de las cuestiones más espinosas a este respecto, como las transiciones que están llevando a cabo algunos niños tan pronto sienten la llamada disforia de género.
Walsh sugiere que las personas transgénero deben aceptar que no es tan fácil convertirse en un hombre o en una mujer cuando han nacido con otro sexo y que hacerlo conlleva ciertos problemas. Sin que esto signifique necesariamente que no deban hacerlo. La película muestra el caso del hombre transexual Scott Nugent, quien comenta: «Yo soy una mujer biológica que transitó médicamente para parecer un hombre, pero nunca seré un hombre». Su cirugía tuvo complicaciones y le dejaron seis pulgadas de pelo dentro de la uretra durante diecisiete meses.
En algunos casos, las transiciones que se hacen de manera temprana pueden tener complicaciones, e incluso hay casos de notorios arrepentimientos. No se debe olvidar que las operaciones suelen tener efectos en la salud a largo plazo y que llegan a realizarse en niños que no tienen la edad suficiente para hacerse un tatuaje pero deciden someterse a un procedimiento en el que les remueven los testículos. Dicho ello, también cabe señalar que existen muchos casos -la mayoría- que reportan gran satisfacción después de los procedimientos de cambio de sexo.
¿Existe acaso un fenómeno de contagio social o de «histeria»? Walsh así lo cree, y algunos de sus entrevistados advierten que siempre han existido «hombres femeninos» y «mujeres masculinas», pero que esto no debe necesariamente implicar que su sexo es clara y francamente otro y que deben realizarse cirugías para ser felices.
A la par, se discute el igualmente polémico tema del derecho, particularmente de los hombres biológicos que han transitado al género femenino, de competir en eventos deportivos. Paradójicamente, a través de estas participaciones se demuestra hasta cierto punto que el sexo biológico hace una diferencia en el individuo, de manera que, por ejemplo, las personas nacidas y que han tenido una pubertad masculina tienen notorias ventajas en ciertos deportes por sobre las mujeres. En este sentido, cabe mencionar que el organismo rector internacional de la natación recientemente determinó que los atletas transgénero no podrán participar en las competencias de mujeres.
Walsh sostiene que uno de los problemas centrales es que muchas personas no quieren hablar sobre esto porque no quieren herir a la comunidad transgénero o temen ser «cancelados» por la cultura de lo políticamente correcto. En una cultura infantilizada y sobreprotegida, hipertolerante (aunque muchas veces hipócrita y hasta liberalmente nihilista), se prefiere dar todos los permisos bajo el «sagrado» libre albedrío que se impone sobre la verdad. En estos casos serían necesarias voces calificadas, autoridades intelectuales y políticas capaces de regular a la sociedad y defender ciertas decisiones que contribuyan a conservar el orden y el bienestar.
Por otro lado, habrá quien vea en la pasión de Walsh por el tema un acendrado conservadurismo, una cerrazón a nuevas formas de concebir y experimentar el mundo. Y, por supuesto, una nueva manifestación de la cultura patriarcal, del hombre blanco autoritario que viene a decirles a los demás cómo son las cosas, e incluso a definir qué es una mujer. Y entonces, quizá se pregunten: ¿hasta qué punto lo que lo mueve es la sincera preocupación por la juventud y la verdad y no una forma de odio y miedo a lo que es diferente?
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