El mundo entero ansía la libertad, sin embargo, cada criatura está enamorada de sus cadenas: esta es la primera paradoja, el primer nudo inextricable de nuestra naturaleza.
El hombre está enamorado de los lazos del nacimiento; de ahí que sea cautivo de los lazos parejos de la muerte. Y con estas cadenas, aspira a la libertad de su ser y al dominio de la realización de sí mismo.
El hombre está enamorado del poder; por ello se ve sujeto a la debilidad. El mundo es un mar de olas de fuerza que chocan entre sí y estallan sin cesar unas contra otras: quien quiera cabalgar sobre la cresta de una ola debe sucumbir al choque de cientos de ellas.
El hombre está enamorado del placer; de ahí que tenga que soportar el yugo del pesar y el dolor. La felicidad sin mezcla es solo para el alma libre y desprovista de pasión; más eso que va tras el placer, en el hombre, es una energía que pena y se esfuerza.
El hombre está sediento de calma, pero también está hambriento de las experiencias de una mente agitada y de un corazón sin sosiego. El goce es para su mente una fiebre; la calma, una inercia y una monotonía.
El hombre está enamorado de las limitaciones de su ser físico; sin embargo, quisiera también poseer la libertad de su mente infinita y de su alma inmortal.
Y hay algo en él que encuentra en estos contrastes una curiosa atracción. Ellos constituyen, para su ser mental, la intensidad artística de la vida. No es solo el néctar lo que atrae su paladar y su curiosidad, sino también el veneno.
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Todas estas cosas tienen un significado, y para todas estas contradicciones hay una liberación. La Naturaleza sigue un método en sus combinaciones más locas, para sus nudos más inextricables hay una solución.
La muerte es la cuestión que la naturaleza le plantea continuamente a la vida para recordarle que aun no se ha encontrado a sí misma. Si no existiese el asedio de la muerte, la criatura permanecería para siempre sujeta a una forma de vida imperfecta. Perseguida por la muerte, ella despierta a la idea de una vida perfecta y busca la posibilidad y los medios para lograrla.
La debilidad somete a la misma prueba y plantea la misma cuestión a las fuerzas, a las energías, y a las grandezas de las cuales nos jactamos. El poder es el juego de la vida: él indica el grado de ésta y proporciona el valor de su expresión; la debilidad es el juego de la muerte persiguiendo a la vida en su movimiento, y marcando los límites a la energía que ha adquirido.
Por el dolor y la aflicción, la naturaleza le recuerda al alma que el placer de que goza es sólo un débil atisbo de la verdadera alegría de la existencia. Cada pena y cada tormento de nuestro ser encierra el secreto de una llama de éxtasis, y nuestros más grandes placeres son sólo resplandores vacilantes comparados con ella. Este secreto es lo que crea la atracción que ejercen sobre el alma las grandes pruebas, los padecimientos y las experiencias terribles de la vida que la mente nerviosa en nosotros esquiva y aborrece.
La agitación y el agotamiento temprano de nuestro ser activo y de sus instrumentos de acción son una señal de la naturaleza de que la calma es nuestro verdadero fundamento y la excitación es una enfermedad del alma; la esterilidad y la monotonía de la simple calma son su modo de insinuarnos que el juego de las actividades sobre esa base firme es lo que ella espera de nosotros. Dios juega siempre y permanece impasible.
Las limitaciones del cuerpo son un molde; el alma y la mente tienen que infundirse en ellas y romperlas continuamente en límites más amplios, hasta que se encuentre la fórmula que armonice ese finito con su propia infinitud.
La libertad es la ley del ser en su unidad ilimitable, el amo secreto de la naturaleza entera. La servidumbre es la ley del amor en el ser que se da voluntariamente para servir en el juego de sus otros “yo” en la multiplicidad.
Cuando la libertad trabaja con cadenas y la servidumbre se torna una ley de la fuerza y no del amor, la verdadera naturaleza de las cosas se deforma y la mentira gobierna la acción del alma en la existencia.
La naturaleza parte de esta deformación y juega con todas las combinaciones que de ella pueden surgir antes de permitir su rectificación. Luego recoge la esencia de todas estas combinaciones en una nueva armonía rica de amor y de libertad.
La libertad proviene de una unidad sin límites, pues eso es nuestro ser verdadero. Podemos ganar en nosotros mismos la esencia de esta unidad; podemos también volvernos conscientes de su juego en unión con todos los demás. Esta doble experiencia es el propósito cabal del alma en la naturaleza.
Al haber realizado en nosotros mismos la unidad infinita, el darnos al mundo es, entonces, libertad perfecta y dominio absoluto.
Infinitos, nos liberamos de la muerte; porque la vida se torna un juego de nuestra existencia inmortal. Nos liberamos de la debilidad; pues somos el mar todo entero gozando de los innumerables choques de sus olas. Nos liberamos del dolor y la aflicción, porque aprendemos a armonizar nuestro ser con todo lo que lo alcanza y a encontrar en todas las cosas la acción y la reacción de la alegría de la existencia. Nos liberamos de las limitaciones; porque el cuerpo se vuelve un juguete de la mente infinita, y aprende a obedecer a la voluntad del alma inmortal. Nos liberamos de la fiebre de la mente nerviosa y del corazón, sin estar por ello sujetos a la inmovilidad.
La inmortalidad, la unidad y la libertad están en nosotros, aguardando nuestro descubrimiento; pero por la alegría del amor, Dios en nosotros seguirá estando siempre en la multiplicidad.