Jean-Jacques Rousseau fue uno de los filósofos modernos que más reflexionó en torno a la cuestión de la libertad. La libertad para Rousseau fue un concepto central e influyó sobre el movimiento de la Revolución Francesa que comenzó en 1789, menos de una década después de su muerte, y que la tuvo como uno de sus objetivos esenciales.
Por Irene Gómez-Olano
La Ilustración, que no solo fue un movimiento intelectual, sino también social, que se extendió a toda Europa, cuestionó muchos de los viejos dogmas heredados de la tradición cristiana. Con la secularización del mundo y la desconfianza de explicaciones divinas, surgieron nuevas preguntas filosóficas centradas en la naturaleza del ser humano. Rousseau contribuyó enormemente a la respuesta de algunas de esas preguntas, que serían el germen de disciplinas como la antropología o la sociología contemporáneas.
La filosofía de Rousseau fue fundamental para la nueva forma de pensar al ser humano, porque desde la pregunta por nuestra naturaleza trató de pensar la historia de sus civilizaciones y problemas como el de la libertad. En este artículo analizamos el que sigue siendo uno de los temas filosóficos más importantes a través de las aportaciones de pensador del siglo XVIII.
Contra el progreso
El concepto de libertad para Rousseau fue fundamental porque era el núcleo de la reflexión en torno al ser humano. Él estudió esta libertad no desde el punto de vista natural y del individuo aislado, sino en un contexto social.
Rousseau criticó tanto a la civilización como a la ciencia y el arte basados en una fe ciega en el progreso. Eso hizo, en un momento en el que todo Europa se subía a un tren en dirección contraria, que su pensamiento levantara ampollas entre el resto de los filósofos de la época como Voltaire, con quien se enemistó enormemente, y también de épocas posteriores, como Nietzsche.
Finalmente, lo que hegemonizó la Ilustración fue un ultrarracionalismo y una confianza en la ciencia, que llegaron a convertirse en un nuevo dogma religioso, algo contra lo que Rousseau batalló en toda su obra. Para él, un mayor grado de razón, de civilización o de progreso no llevan necesariamente a más libertad, sino más bien al revés: el progreso ha servido para justificar la falta de libertad de los seres humanos en sociedad.
Por tanto, la cuestión del progreso y la libertad, en su obra, tienen mucha vinculación. Pero no como en la de otros ilustrados, para los que el impulso racionalizador llevaría a mayores cuotas de libertad (y de igualdad y fraternidad, ya de paso), sino en el sentido en que esa racionalidad era un peligro para el ser humano. La educación, otra de sus preocupaciones constantes, debe instruir a los hombres en la libertad conforme a los ideales del buen salvaje.
Rousseau criticó tanto a la civilización como a la ciencia y el arte basados en una fe ciega en el progreso. Para él, el progreso sirve para justificar la falta de libertad de los seres humanos en sociedad
La condición misma del ser humano
El contrato social es uno de los libros más importantes de la historia de la filosofía y es donde Rousseau desarrolla en mayor medida la cuestión filosófica de la libertad. Sostiene que la libertad es la condición misma del ser humano, lo que lo constituye como tal, por encima de otros atributos como la moral o la razón.
En esta obra y en otras como el Emilio, Rousseau desarrolla una teoría sobre el ser humano denominada «el buen salvaje». Para el autor, el ser humano es bueno por naturaleza; es nuestra tendencia a asociarnos en comunidades mediante un contrato social por el que aceptamos un cierto marco de convivencia lo que nos corrompe. En esto, mantuvo una disputa con Thomas Hobbes, quien consideró que el ser humano es malo por naturaleza y que llegó a escribir que «el hombre es un lobo para el hombre».
Es decir, para el suizo, el ser humano firmaría metafóricamente una especie de contrato en forma de costumbres, leyes, normas y credos que también lo imbuyen en un sistema de jerarquías donde unos tienen más recursos, derechos o propiedades que otros, y existe un Estado que garantiza que eso siga sucediendo.
Los seres humanos podemos escoger si cumplir o no todos esos mandatos sociales. Si no los cumplimos es gracias a que nuestra libertad así nos lo permite, pero esa libertad se topa con un límite que es la sanción social y del Estado si no cumplimos los mandatos del contrato social.
Además, la libertad para Rousseau tiene vinculación con la moral y la responsabilidad, porque es la garantía de que podemos escoger ciertas cosas en la vida, lo cual nos hace también responsables de nuestros actos. En el pensamiento de Rousseau, esa responsabilidad es el punto de partida de la moral, porque, si somos responsables y libres, también podemos tomar decisiones que considerar buenas o malas. El problema es que la moral en un sistema injusto será, ella misma, injusta, tal y como denunció el filósofo.
La civilización no nos hace más libres
En el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, Rousseau argumenta en contra de que la civilización y el desarrollo científico y tecnológico nos hagan más libres. Señala que la esclavitud, máximo ejemplo de la falta de libertad, no desaparece en las sociedades más civilizadas, sino que se hace menos evidente. Sin embargo, es precisamente la libertad de sus ciudadanos el objetivo que todas las sociedades deberían perseguir.
Además, Rousseau realiza aquí una clasificación de la desigualdad. Por un lado, hay desigualdades físicas que no son responsabilidad de ningún ser humano, pero también las hay sociales, que son responsabilidad de la comunidad en que tienen lugar. Al autor le interesan las segundas.
En El contrato social desarrollará esta hipótesis para afirmar que es la misma asociación entre seres humanos la que, lejos de constituir una conquista humana que acaba con la desigualdad, supone el origen de la injusticia. La libertad para Rousseau no debería fundamentarse en el ejercicio de la fuerza y la autoridad sobre otros, y es precisamente eso en lo que consiste la existencia de los Estados, en una aplicación injusta de la autoridad y la fuerza.
Los Estados, a su juicio, se sirven de un discurso de preservación del bienestar de una mayoría para justificar la desigualdad, garantizando una propiedad privada que genera violencia entre los individuos. Su análisis de la propiedad privada como origen de la desigualdad y la violencia le llevó a ser también una de las fuentes de las que bebió el análisis marxista.
A la hora de crear leyes, los Estados se supeditan a su misión de garantizar la propiedad privada y, por tanto, esas leyes se adoptan a los intereses de aquellos que tienen más propiedades: los ricos, que son una minoría. Por tanto, el contrato social no garantiza el bien de la mayoría a costa de los intereses de una minoría, sino al revés. Esto, sumado a la denuncia de la corrupción e injusticia sistémicas, le hizo a Rousseau enfrentarse contra casi todos los intelectuales de su época, que le consideraban poco menos que un «antisistema».
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Libertad natural, libertad moral
Rousseau distingue una libertad natural de una moral, siendo esta segunda más elevada y propia del ser humano, que quiere ser dueño de sí. Ser libre moralmente, defenderá, consiste incluso en no atender a los deseos físicos si con eso estamos atendiendo a los deseos intelectuales y morales.
Para Rousseau, el ser humano tiene una predisposición natural a hacer el bien, pero es vivir en sociedades lo que nos corrompe, porque nos introduce en una lógica de injusticia y maldad. El «buen salvaje» remite así a un estado de naturaleza del hombre en el que este no se ve constreñido por la sociedad corrupta y puede desarrollarse en libertad, sin las cadenas de la civilización.
Al más puro estilo de Hobbes, Rousseau se retrotrae en el tiempo para tratar de analizar qué había en el estado de naturaleza del hombre en su libro Emilio, pero Rousseau encuentra en aquello previo a la civilización lo que lo predisponía al bien y no al caos.
En El contrato social defenderá que la libertad no solo es una característica del ser humano, sino algo por lo que luchar y de lo que nadie debe disponer sin permiso. Renunciar a la libertad es renunciar a la misma esencia humana. Una libertad que no consiste en dormir cuando queramos o comer cuanto queramos, sino que es algo más elevado y propiamente humano, que es ser dueños de nosotros mismos, incluso aceptando la obediencia a otros en ocasiones.
Por eso, podemos considerar a Rousseau un filósofo para la acción y no solamente de la reflexión. Un filósofo que no sorprende que fuera inspirador de la Ilustración, reivindicado, temido, odiado y adorado por los filósofos posteriores. Rousseau nos interpela para actuar, para tomar conciencia de nuestra propia potencialidad al estilo de la mejor filosofía posible, aquella que no se queda en un sillón y habla de lo que somos y de cómo deberíamos ser. Y la respuesta que da Rousseau es clara: lo que debemos ser es libres.