En el sexto libro del Códice Florentino encontramos tres consejos de «la antigua palabra» (huehuetlatolli), en este caso dentro del discurso de un padre a un hijo. Frank Diaz sostiene que los informantes de Fray Bernardino de Sahagún manifestaron que existía una tradición de que estos consejos venían del mismo Quetzalcóatl. Con Quetzcóatl, Díaz se refiere a Ce Ácatl Topiltzin, el personaje histórico que se convirtió en gobernante de los toltecas y que el mismo Díaz llama «el último avatar de Quetzálcoatl». Estos tres consejos son retomados en el libro Kinam: el poder del equilibrio: antiguas técnicas toltecas.
La atribución de los huehuetlatolli a un linaje de Quetzalcóatl no es improbable. Estos textos son parte de una tradición oral de conocimiento, y los mismos dichos, en otra parte, se presentan a sí mismos como “conocimiento secreto”. León Portilla cuenta que Fray Bernardino “experimentó como crecía su admiración por lo que se le presentaba como un espiritualismo insospechado en el pueblo vencido” a partir de estos conocimiento.
En todo caso, podemos tomar estos tres consejos como una de las manifestación mejor destiladas del conocimiento de la llamada «toltequidad«. Aquí una versión sintetizada:
1. “Amor concentrado a la divinidad, también traducible como tener amor o celo por la energía (de Teo, energía, y Tlasotla, amor)”. “Mente concentrada en lo espiritual.” “El amor por lo divino se manifiesta de diversas maneras. Una de las que más cultivaron los prehispánicos, fue una apasionada devoción por la Naturaleza”
2. Paz o fraternidad con todos los seres
3. No perder el tiempo (literalmente, no detenerse, no abortar la obra). [La interpretación de Diaz es perfectamente plausible y ciertamente resuena con las cuestiones más elevadas del pensamiento.]
Se trata indudablemente de tres principios esenciales que permiten cuantioso comentario. La idea del “amor concentrado a la divinidad” como una práctica de concentración mental es común a diversas religiones. Aparece en las diversas prácticas devocionales y de manera notablemente similar en los Yoga-sutras de Patanajali, donde encontramos la práctica de īśvara-praṇidhāna, que significa, literalmente, poner atención o enfocar la mente en lo supremo, Dios o, de manera más libre, en todo lo bueno, lo sublime de la existencia. Es una práctica de purificación de las aflicciones que permite alcanzar el estado de conciencia unitaria espiritual.
El primer punto puede entenderse también como atención, en su forma más elevada la atención es una forma de oración y de amor. El estado más alto de la mente, la concentración sin esfuerzo, depende de perfecta aplicación de la mente, de la pura presencia, de una mente vacía de sus contenidos y apegos, en total disposición a su objeto. Solo una mente así puede resonar con la realidad y entregarse al servicio.
El segundo puede extrapolarse en ecuanimidad o imparcialidad, el sentimiento de benevolencia universal, sin discriminación, sin preferir lo cercano y familiar, más allá de las categorías dualistas (como avidez, aversión, placer o dolor). Es una forma de sabiduría en tanto a que reconoce el valor de los demás y en tanto a que requiere de un desapego
Y el tercero en diligencia o disciplina moral, conciencia de la impermanencia de la vida que se traduce en acción energética, en rectitud y en una orientación hacia lo esencial, lo que tiene raíz. Es también una economía de la energía que se dirige a la acción, con conciencia de que estamos aquí por poco tiempo, de que la vida humana es un regalo precioso pero que la naturaleza de esta existencia es tal que la menor distracción o traición de los principios puede ser desastroso. Por lo tanto se basa también en el agradecimiento y en una búsqueda de perfeccionamiento o impecabilidad.
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