Frente al arte, una de las preguntas más persistentes, sobre todo en la modernidad, es aquella que se refiere a su “utilidad”.
Inmersos como estamos en un sistema social en que todo se valora en función de lo que produce, la ganancia que genera y aquello que “aporta” a la sociedad, siempre medido tanto como sea posible en términos monetarios o al menos numéricos, el arte no posee en ese marco un lugar sencillo. ¿Qué produce el arte, después de todo? Aun cuando en nuestros días las actividades creativas también se han convertido parcialmente en una pieza más de la enorme y compleja maquinaria económica en la que vivimos, una pequeña parcela de ese espacio sigue consagrada a un inesperado y delicioso actuar improductivo.
Leer un libro por el solo disfrute de hacerlo, ver una película que nos conmueve y acaso también nos perturba, pasear entre los pasillos de un museo o una galería, escuchar música sin otro propósito más que apreciarla… Este acercamiento diletante hacia el arte, que podría parecer ocioso y acaso lo es, tiene la posibilidad de inscribirse en las márgenes de la corriente dominante y más bien solazarse en el mero disfrute de las sensaciones, las evocaciones y los descubrimientos que una obra nos provoca.
En ese sentido, en esta especie de “ganancia no-productiva” del arte que podríamos reconocer, se encuentra un entendimiento que de éste tuvo Carl Jung, el psicólogo de origen suizo que, formado con Freud y durante mucho tiempo uno de sus colegas más cercanos, hacia el final de su vida se alejó de la teoría psicoanalítica para emprender un desarrollo propio, abrevando de fuentes de corte mitológico, simbólico e incluso esotérico.
Bajo esa línea, en algún momento Jung formuló en un breve apunte los lineamientos de una «teoría esotérica del arte» (la expresión es de Walter Benjamin, de su Libro de los pasajes), bajo la pregunta sobre la “función” del artista pero no en un sentido productivo, sino hermenéutico (¿o acaso cabría decir “hermético”) y aun civilizatorio, esto es, preguntándose por el propósito que cumple el artista en el desarrollo profundo de la humanidad. Esta fue su respuesta:
El proceso creativo consiste en avivar inconscientemente el arquetipo, y en… configurarlo hasta llegar a la obra plena. La configuración de la imagen arcaica es en cierto modo una traducción al lenguaje presente… Ahí reside la importancia social del arte:… hace aflorar las figuras que más le faltan al espíritu de la época. La añoranza del artista procede de la insatisfacción con el presente, hasta alcanzar aquella imagen originaria en el inconsciente capaz de compensar la unilateralidad del espíritu de la época. La añoranza del artista capta esta imagen y, al acercarla a la conciencia, cambia también su figura, hasta que puede ser recogida por el hombre del presente, según su capacidad.
El apunte procede de Problemas espirituales del presente, un libro publicado originalmente en alemán en 1932. El subrayado es nuestro.
Como vemos, Jung atribuye al artista y al arte una función “esotérica” en el sentido de que la sensibilidad artística es el medio por el cual, parafraseando una de sus frases más conocidas, «lo inconsciente se vuelve consciente”, pero no sólo en términos subjetivos, sino sociales. De ahí su importancia, pues de alguna manera es como si el artista revelara a la sociedad de su época el conocimiento inconsciente que antes sólo estaba vagamente formulado pero que, gracias a la obra de arte, se fija en una elaboración accesible y visible para cualquiera (al menos en principio).
Con todo, Jung no es ingenuo y, como si hiciera eco de los principios herméticos y de un pasaje del Evangelio, cierra este fragmento con una especie de advertencia del tipo “el que tenga oídos, que oiga”, pues aun cuando el artista puede hacer su trabajo de volver legibles arquetipos inconscientes, incluso esta “traducción” no es del todo transparente, y quien se acerque a la obra de arte también tiene que hacer su propio trabajo de lectura, interpretación y elaboración simbólica.
Sólo como anotación al margen, cabe realizar una vinculación entre esta teoría esotérica del arte de Jung con el método que la filósofa Simone Weil recomendó para interpretar las imágenes, símbolos y otras formas de la significación visual. En uno de sus apuntes, Weil escribió:
Un método para comprender las imágenes, los símbolos, etc. No tratar de interpretarlos, sino simplemente mirarlos hasta que brote de ellos la luz.
Uniendo ambos pensamientos, acaso podría decirse que el arte ilumina por un breve momento la enorme oscuridad del inconsciente colectivo, y que es así como puede distinguirse al arte auténtico.
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