Creer en dios es en nuestra época un asunto polémico, en buena medida porque somos el resultado de una forma de pensar dominada por el racionalismo y el materialismo.
Bajo esa perspectiva, la creencia en dios se mira como una superstición, una expresión de pensamiento mágico un tanto ingenua o elemental, propia de personas en algún sentido “inocentes” o poco desarrolladas intelectualmente.
Dicha postura puede sin duda debatirse, pues tampoco se puede descartar por completo. En ¿Qué es la Ilustración?, Kant habla de un fenómeno relacionado con la creencia en dios que también es innegable: el hecho de que las instituciones religiosas se han aprovechado de ello para obtener algún tipo de ganancia social, como poder político y económico, control de la población y otros afines.
En este sentido, si se pudiera distinguir entre la creencia en alguna divinidad y la adscripción a un culto o a una institución religiosa, la cuestión de la creencia adquiere otros matices. Ciertas religiones o corrientes de pensamiento dentro de esas religiones oscilan de hecho entre esos dos polos: quienes defienden que es posible creer en Dios sin que haya mediación de una institución religiosa y, por otro lado, quienes defienden a toda costa la necesidad de la institución que avale dicha creencia.
Sobre la primera postura existen diversos ejemplos que alientan o que expresan la posibilidad de creer en Dios de una manera más libre, en varios sentidos, incluso en el contenido que se le puede dar a la noción de la divinidad. ¿Qué es Dios, después de todo? ¿Aquello que se describe en los libros considerados sagrados? ¿Es la entidad creadora del mundo en que vivimos? ¿Una fuerza que regula y controla la vida y el destino de todo lo que ocurre en la realidad?
Sin caer en un relativismo personal (pues después de todo el mundo de lo humano se construye y se aprehende socialmente), formas más íntimas de creer en lo divino y lo sagrado encuentran en el mundo expresiones más ligeras e incluso hasta más auténticas.
Un buen ejemplo de ello son los versos que compartimos a continuación, los cuales forman parte del poema “El cuidador de rebaños” de Fernando Pessoa, en su heterónimo “Alberto Caeiro”, a quien el poeta portugués dotó de yo poético que busca expresar la realidad a partir de sus propias sensaciones y de su perspectiva sobre el mundo, la cual a su vez está fundamentada en la contemplación y la búsqueda de sentido en entidades como la naturaleza y el universo, hasta llegar a una especie de mística de la sensación.
“El cuidador de rebaños” fue el poema más acabado que Pessoa firmó con el heterónimo de Alberto Caeiro, en el cual vació esa visión de mundo. De ahí provienen estos versos, del apartado V, que famosamente comienza con la línea “Hay metafísica bastante en no pensar en nada”. Los versos relacionados con la creencia en Dios dicen:
No creo en Dios porque nunca lo vi.
Si él quisiera que yo creyera en él,
sin duda vendría a hablar conmigo
y entraría por mi puerta
diciéndome, ¡Aquí estoy!
(Esto es tal vez ridículo a los oídos
de quien, por no saber qué es mirar las cosas,
no comprende a quien habla de ellas
con un modo de hablar que a reparar en ellas enseña.)
Pero si Dios es las flores y los árboles
y los montes y sol y la luz de luna,
entonces creo en él,
entonces creo en él a toda hora,
y mi vida es toda una oración y una misa,
y una comunión con los ojos y por los oídos.
Pero si Dios es los árboles y las flores
y los montes y la luz de luna y el sol,
¿Para qué llamarlo Dios?
Lo llamo flores y árboles y montes y sol y luz de luna;
porque si él se hizo, para que yo lo vea,
sol y luz de luna y flores y árboles y montes,
si él se me aparece como siendo árboles y montes
y luz de luna y sol y flores,
es que quiere que lo conozca
como árboles y montes y flores y luz de luna y sol.
Y por eso yo le obedezco,
(¿Qué más sé yo de Dios que Dios de sí mismo?),
le obedezco viviendo, espontáneamente,
como quien abre los ojos y ve,
y lo llamo luz de luna y sol y flores y árboles y montes,
y lo amo sin pensar en él,
y lo pienso viendo y oyendo,
y ando con él a toda hora.
(Traducción de Leticia Hernando)
Citamos in extenso este fragmento porque de alguna manera es difícil interrumpirlo. Voluntariamente o no, Pessoa creó un poema que en algún sentido es también una plegaria, una especie de plegaria mundana que sin embargo también es profundamente sacra.
En cuanto al tema que nos ocupa en este artículo, la idea de una creencia “íntima” en la divinidad, sin duda estos la expresan a la perfección:
Pero si Dios es las flores y los árboles
y los montes y sol y la luz de luna,
entonces creo en él,
entonces creo en él a toda hora,
y mi vida es toda una oración y una misa,
y una comunión con los ojos y por los oídos.
Si la divinidad tiene un lugar en esta época, acaso sea ese, el de una creencia basada en la triple fuente de la observación, la contemplación y el asombro. Cuando uno se detiene a mirar con profundidad el mundo, de alguna manera no es posible no sentir un estremecimiento y rendirse ante el milagro o la maravilla de la existencia, y acaso entonces comenzar a creer.
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