Si algo hemos demostrado a lo largo de la historia, desde los lejanos tiempos de Tomás Moro, o incluso desde la Antigua Grecia de Platón, es que a los humanos siempre se nos ha dado mejor teorizar sobre ciudades utópicas que llevarlas a la práctica. Que nos resulte complicado no significa, sin embargo, que no lo sigamos intentando en pleno siglo XXI. Auroville, una población situada cerca de Puducherry, al sur de la India y escasos cinco kilómetros del Índico, es un buen ejemplo.
No es el único sueño utópico, pero sí es uno de los que ha sonado con más fuerza, en parte gracias al eco que le dieron en su día instituciones como la UNESCO. Eso y que el proyecto peina ya canas: aunque está lejos aún de los objetivos que se marcó en su origen, se fundó hace medio siglo.
Para localizar sus orígenes hay que remontarse a 1968, a la efervescencia hippie. Su impulsora, Mirra Alfassa, una parisina que había estudiado ocultismo y sido discípula del filósofo, maestro de yoga y poeta indio Sri Aurobindo, se planteó la idea de crear “una ciudad universal”, una comunidad global en la que hombres y mujeres de todo el mundo pudieran vivir en harmonía. La llamó Auroville, la ciudad del amanecer, un guiño también a quien había sido su gran compañero espiritual.
«Una ciudad universal»
“Auroville quiere ser una ciudad universal donde hombres y mujeres de todos los países puedan vivir en paz y harmonía progresiva por encima de los credos, las políticas y las nacionalidades”, declara la comunidad en su web a modo de síntesis, recogiendo así tres de las premisas más potentes de su filosofía: carece de gobierno, dinero y acoge todas las naciones. Tres ideas a las que se le suma otra igual de poderosa: en la ciudad sus habitantes no manejan dinero en efectivo como tal.
Aunque cualquiera de esas cuatro máximas, por supuesto, tiene sus propios matices.
No tiene partidos ni una dinámica política como la de cualquiera otra ciudad al uso, pero eso no significa que su organización sea anárquica. Cuenta con órganos y toma decisiones por consenso. Al menos en 2016, detalla El País, gozaba de autonomía y una asignación anual del gobierno.
En cuanto al dinero, el sueño de Alfassa pasaba por lograr una sociedad sin dinero y en la que opere el trabajo colectivo y el intercambio, con lo que monedas y billetes perderían sentido. En su página la comunidad explica cómo se traslada esa pauta a la práctica: “Auroville opera con una economía sin efectivo. Uno puede operar completamente sin dinero en efectivo. El trato es: si trabajas para la comunidad al menos cinco horas al día, te proporciona un sustento, no un salario, sino una mezcla de servicios, dinero y derechos. Muy básico, lo justo para llegar a fin de mes”.
Los gastos se cargan a una cuenta personal. France24 asegura también que cuando un nuevo miembro se instala en Auroville cede su propiedad a la comunidad y renuncia a la propiedad privada. En su web, la comunidad detalla las normas de su día a día, incluido cómo actúa con quien pretenda aprovecharse del sistema, y aclara: los recién llegados “no pueden aterrizar y esperar casa gratis, tierra gratis o cualquier otra cosa gratis; debe autoabastecerse durante al menos un año”.
Las normas están también claras en lo que se refiere a la religión. En Auroville no hay credos, lo que no quita, recalcan sus responsables, que se espere que quienes opten por instalarse allí “lleven una vida ‘espiritual’”. Lo que no encontrarás en la villa son practicantes de las principales confesiones.
“Cualquiera que todavía esté fuertemente apegado a una religión específica, en el sentido de querer comprometerse con ella y practicarla, encontrará que Auroville no es su lugar. Si bien Auroville respeta las religiones y no tiene nada en contra de su práctica, dividen a la gente del mundo, mientras que Auroville solo está interesada en la unidad”, proclama en su web.
La comunidad echó a andar el 28 de febrero de 1968 sobre los cimientos teóricos puestos por Alfassa, conocida en la comunidad como “la Madre”. Suya es la “Carta”, una suerte de constitución filosófica que se sustenta en cuatro principios y que aún sigue rigiendo en su día a día a modo de “referente omnipresente”, como la define la propia comunidad en su página web.
Su idea principal es que Auroville “pertenece a la humanidad”, pero para sumarse a su comunidad quien llega debe asumir que se convierte en “un servidor voluntario de la Conciencia Divina”.
La ciudad se organiza en base a un boceto trazado en 1965 por Alfassa y que se encargó de concretar el arquitecto francés Roger Anger, autor del plano detallado. Su estructura está inspirada en una galaxia y se divide en varias zonas, con brazos que parecen desenrollarse y giran en torno a un eje central, “el alma de Auroville”: Matrimandir, una especie de templo que la comunidad reserva para “la concentración individual en silencio”. Alrededor hay áreas dedicadas al trabajo o la cultural y ya en un anillo más externo se extiende un “cinturón verde”, con bosques, granjas y asentamientos.
Sus responsables explican que la ciudad tiene un diámetro de 2,5 kilómetros y un cinturón verde de 5 kilómetros y el asentamiento se ideó inicialmente para una población de 50.000 personas, un objetivo que le queda aún muy lejos a pesar de que el proyecto echó a andar hace más de medio siglo. A día de hoy cuenta con unos 3.300 residentes, eso sí, con un pronunciado carácter multicultural: según Auroville, acoge a gente de más de medio centenar de nacionalidades diferentes.
Nadie dijo que levantar una autopía fuera tarea sencilla.
Imágenes: Auroville y Aleksandr Zykov (Flickr)
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