La cronoconciencia es un neologismo que han comenzado a emplear algunos filósofos para referirse a la conciencia del tiempo en los seres humanos. En particular, hace referencia a lo que se conoce como “conciencia histórica” o la capacidad para verse a uno mismo como un resultado y a la vez un constructor de sucesos colectivos, encadenados en el tiempo.
Es probable que al mencionar la cronoconciencia muchos sientan que se está hablando de un tema académico o poco asociado con su vida personal. Sin embargo, no es así y por eso mismo el tema ha cobrado relevancia. El hombre moderno ha perdido esa noción de continuidad en el tiempo. Parecería que solo cuentan el aquí y el ahora.
Así como es fundamental contar con una conciencia acerca de uno mismo para poderse orientar y otorgarle un sentido a la existencia, también resulta esencial contar con una conciencia histórica para establecer el nexo que hay entre la acción individual y la acción colectiva. Ahí radica la importancia de la cronoconciencia, de la cual hablaremos a continuación.
“Esta conciencia integral del tiempo, es decir del pasado, le permite relativizar los fenómenos del presente incluyendo su propia actuación o comportamiento. Ello le dota de una conciencia de los ritmos de los diferentes procesos y de la importancia relativa del presente”.
-Víctor M. Toledo-
El tiempo y el cerebro
El concepto de tiempo es muy complejo y más lo es su percepción en el ser humano. Un cerebro normal está dotado de una cronoconciencia básica, es decir, de una noción de lo que es pasado, presente y futuro. Esto permite situar los acontecimientos y también percibir la velocidad.
Esa percepción del tiempo también tiene un fuerte componente subjetivo. Los minutos parecen transcurrir más lentamente cuando estamos en peligro, aburridos o en una situación de incertidumbre. A la vez, corre a toda velocidad cuando estamos felices o realizamos una actividad agradable que cautiva todo nuestro interés.
Ninguna zona del cerebro está dedicada específicamente a la percepción del tiempo. Biológicamente, solo distinguimos entre el día y la noche, por efecto de la luz. Necesitamos de los relojes precisamente porque nuestra idea del tiempo es muy débil y engañosa.
Todo indica que en el cerebro funcionan al tiempo varios relojes biológicos y que no siempre están sincronizados entre sí. Se trata entonces de mecanismos muy complejos que están asociados a otro fenómeno aún más complejo: la conciencia.
La cronoconciencia
La conciencia es esa facultad que permite tener conocimiento de que existimos, de nuestros propios actos y de los estados en los cuales nos encontramos. La cronoconciencia vendría a ser esto mismo, pero en función del tiempo. En principio, la que nos permite comprender la existencia propia en función de un pasado, un presente y un futuro.
Sin embargo, la cronoconciencia va más allá e involucra también lo que se conoce como “conciencia histórica”. Esta es el conocimiento de los procesos sociales y políticos que tienen lugar en un contexto determinado y el vínculo que tenemos con ellos. Permite actuar en función de ese contexto y comprender o definir el papel que tenemos en este.
Lo cierto es que en el mundo actual existe un alto desprecio por la conciencia histórica. Estamos en una realidad en la que lo instantáneo reemplaza a lo histórico. Vemos los hechos de forma aislada o como una sucesión de realidades que no provienen de una lógica previa y tampoco construyen una lógica hacia adelante.
Sentimos que nuestro vínculo con el contexto corresponde a lo inmediato y resulta intrascendente. Se aprecia mejor con algunos ejemplos. Como la persona que tira la basura en el mar y ni se pregunta de dónde proviene ese desecho y tampoco a dónde va. O el que no participa en actividades políticas y le parece que esa renuncia a la acción no es resultado de procesos previos, ni tiene consecuencias.
Somos resultado de la historia y productores de historia
El mundo no es como es porque sí. La realidad a la que asistimos es el resultado de la acción o de la omisión. Ese contexto tiene un impacto real sobre cada individuo, sea consciente de ello o no. Así mismo, lo que hace cada persona tiene un impacto sobre la realidad de los demás y no solo sobre la propia.
La cronoconciencia se inhibe ante afirmaciones que minimizan las acciones individuales en el colectivo. El consabido: “lo que haga alguien como yo es insignificante”. Esa forma de ver las cosas también tiene su propia historia y hace historia. Renunciar a la acción es una forma de perpetuar una realidad. No es necesario ser el factor definitivo para que las acciones personales tengan relevancia.
Somos parte de una familia, de un vecindario, de varias comunidades, de una ciudad, un país y un mundo. Actuar como si nada de eso existiera o no contara no significa que no exista o que no cuente. Somos el fruto de una larga evolución y un eslabón en la historia futura. Hacer conciencia de ello y actuar en consecuencia es un factor que puede mejorar la realidad.
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