La historia como siempre, es escrita desde fuera, no desde dentro de la fe. La historia no considera la Sabana Santa (aunque hoy no sabríamos reproducirla), ni los incontables milagros de los santos/as, ni las apariciones con mensajes predictivos, ni el poder de la Biblia sobre el oscuro, ni las sanaciones inexplicables de los símbolos sagrados… Todo eso sencillamente se ignora. Si Jesús hubiera querido ser reconocido oficialmente, sólo con dejar su DNI o hacerse una entrevista, o escribir un libro, hubiera bastado. Esta claro, que eso nunca importó realmente a Jesús. «Al cesar lo que es del cesar y a dios lo que es de dios».
maestroviejo
Piénselo por un momento. Si tuviera que decidir qué personaje ha influido más en el desarrollo de Historia universal, ¿a quién escogería? Es muy posible que haya pensado en Jesús de Nazaret. Y, en efecto, cuesta imaginar, al menos para quienes vivimos en Occidente, una figura que haya transformado más el devenir histórico.
No sólo hacemos un computo de los años en función de la fecha atribuida a su nacimiento, sino que la aparición del cristianismo alteró notablemente el desarrollo del Imperio Romano –algunos le atribuyen su declive–, ha sido causa de numerosas guerras –como las Cruzadas a Tierra Santa, por poner sólo un ejemplo– y, en definitiva, ha moldeado la cultura judeocristiana por la que se rigen las costumbres y las normas morales actuales de Occidente. Eso, claro está, sin mencionar que para los creyentes fue, ni más ni menos, que el hijo de Dios.
Hoy buena parte de los historiadores no duda de la existencia de un personaje llamado Yeshua ben Joseph que vivió en la Palestina del siglo I de nuestra era, murió ejecutado por los romanos y cuyos discípulos terminaron por crear lo que hoy conocemos como cristianismo. Sin embargo, no faltan historiadores que lo ponen en duda, asegurando que el personaje que más ha influido en la Historia de los últimos dos mil años jamás existió, o al menos no como nos han contado los Evangelios.
Lo cierto es que, si echamos manos de los documentos y las evidencias arqueológicas, es muy poco lo que nos permite demostrar su existencia. En primer lugar, los Evangelios –si los aceptamos como fuentes históricas– están repletos de datos que se contradicen, y por otra parte fueron escritos mucho tiempo después de la muerte de Jesús. Otras fuentes en principio más fiables, como la breve mención de Flavio Josefo –escrita en el año 93–, tampoco escapa a la duda, pues algunos autores aseguran que se trata de una interpolación cristiana posterior.
En lo que respecta a la arqueología, las evidencias son igualmente escasas, y se refieren a personajes «secundarios» del Nuevo Testamento. Así, en 1961 se descubrió en el teatro de Cesarea una inscripción de Poncio Pilato dedicada al emperador Tiberio. Aunque parezca mentira, es la única mención –ajena a los Evangelios– en la que se cita a Pilato y se confirma su título. Algo similar sucedió cuando, en 1990, se descubrió un osario al sur del monte del Templo de Jerusalén, en el que podía leerse una referencia a Caifás, el Sumo Sacerdote del Sanedrín. Sin embargo, incluso en este caso, todavía falta una confirmación definitiva de que la interpretación de la inscripción sea correcta.
En lo que respecta a las evidencias arqueológicas sobre Jesús o alguno de sus apóstoles, el resultado es nulo. De hecho, la mención más antigua a Jesucristo en un escenario arqueológico –sin contar el Papiro P52, que es un fragmento de Evangelio datado en la segunda centuria– data del siglo III, y corresponde a un mosaico descubierto en el año 2005 en Meggido (Israel).
En cualquier caso, y aunque estos datos demuestren que es una cuestión más complicada de lo que pueda parecer, lo cierto es que la mayor parte de la comunidad académica tiende a pensar que, efectivamente, Jesús sí existió. Aunque quizá su figura no tenga por qué ajustarse a lo que asegura la tradición…
No faltan estudiosos para quienes la imagen del Jesús de los Evangelios fue «moldeada» tomando elementos de distintos dioses mistéricos, como Mitra, Atis o Dionisio. Esto, en su opinión, explicaría las curiosas semejanzas que Jesús comparte con algunos de ellos.
Ya en los primeros siglos del cristianismo algunos Padres de la Iglesia mencionaron estas similitudes, que atribuían a una acción del diablo para burlarse de Dios y confundir a los cristianos.
Entre dichas semejanzas estaría el hecho de que algunos de estos dioses mueren y resucitan, o poseen una naturaleza redentora o salvífica. El caso más popular ha sido siempre el de Mitra, cuyo nacimiento se celebraba el 25 de diciembre (fecha que, en efecto, la Iglesia se apropió para el nacimiento de Jesús), contaba con un banquete ritual en su mitología (comparable a la Última Cena), y ascendía a los cielos tras cumplir su misión en la Tierra.
Aunque la cuestión ha generado miles de trabajos, parece lejos de estar resuelta. Es cierto que algunas de estas semejanzas son innegables, pero algunos estudiosos, como el español Jaime Alvar, han subrayado que algunos de estos trabajos poseen errores metodológicos, pues a menudo se tiende a «destacar las similitudes y atenuar las diferencias». Por otra parte, la ausencia de fuentes documentales en estos cultos mistéricos, obligó a los primeros estudiosos a reconstruir las «lagunas» siguiendo el modelo cristiano, por lo que es lógico que surjan semejanzas. En definitiva, la cuestión parece encontrarse en un callejón sin salida, de difícil solución mientras no se produzcan nuevos descubrimientos.
Javier García Blanco