El enorme mural en su Basílica remite a la manifestación en los cielos circa 1310 que, según relatos, se extendió por varios años: un halo o esfera luminosa, un ente humanoide en su interior, con una «esfera luminosa» en su mano… Algo que podría hallar su símil en varios encuentros cercanos del tercer o cuarto tipo.
La llamada «Virgen de la Candelaria» (originalmente, «de la candela», pues dícese que en sus apariciones lleva una «luz» en su mano izquierda) tiene distintas historias sobre su manifestación primera.
Fray Alonso de Espinoza escribió, allá por 1594, que habría ocurrido en algún momento entre 1392 y 1401 —antes años de la «conquista» de las islas por España—, en que dos «guanches» (indígenas autóctonos) al acercarse a la costa, cerca del barranco de Chimisay, en el municipio de Güimar, encuentran la imagen sobre una roca, imagen que en un principio creyeron animada.
Dice el buen cura que al acercarse, uno de los guanches al tratar de tocarla quedó tullido de un brazo y el otro, al intentar atacarla con un cuchillo, se hirió a sí mismo. Espantados, corrieron a dar cuenta al «mencey» (reyezuelo local) Acaymo, quien se dirigió con su gente y, desde lejos, ordenó a los mismos nativos heridos aproximarse y tocarla nuevamente. Fue en ese momento en que ambos habrían quedado instantáneamente curados y, maravillado, el mencey ordenó llevarla a una cueva «real», donde permaneció y fue adorada por mucho tiempo antes de trasladarla a otra cueva, más próxima a la costa, llamada «de Achbininco», hasta que en 1668 se edifica un primer santuario, destruido por un incendio a fines del siglo XVIII y luego distintas capillas hasta que en 1959 se levanta la actual Basílica que la cobija.
Aquí debemos detenernos para recordar que ésta, si bien es la más conocida, no es la única historia sobre su primera aparición.
De hecho, un mural en la misma Basílica comenta lo que sería una aparición previa, posiblemente en 1310: la «virgen» se habría manifestado envuelta en un halo luminoso, a cierta altura, frente a las costas de Güimar, con una poderosa «luz» en su mano izquierda. Y la historia «lavada» del encuentro de la imagen, muy posterior, se explicaría por el temor y la superstición que habría detonado el recuerdo, transmitido oralmente, de aquella primera.
Debo decir más: varios tinerfeños —decididamente escépticos— han barajado también la idea que la «virgen» se trataría del mascarón de proa de un barco naufragado arrastrado a la costa por la marea y hallado por locales fácilmente impresionables.
Pero si volvemos a la historia original y para continuarla, debemos relatar que en 1826 un terrible temporal destruye la capilla y arrastra al mar la imagen, desapareciendo —hasta donde se sabe— para siempre, de resultas de lo cual se encarga la presentación de una nueva y es aquí donde se comienzan a señalar sugestivos detalles: efectivamente, se entiende que no sería exactamente igual a la previamente desaparecida, y cabe preguntarse hasta dónde tendría sentido o significado esas eventuales diferencias.
Fernando Estévez, el imaginero contratado para la talla, recibe precisas instrucciones eclesiásticas, entre otras, que respondas al estilo «barroco romántico» propio de la época, lo que hace suponer que el estilo de la original era muy diferente. Es en ésta, del siglo XIX, donde se incorporan vestiduras con inscripciones que no han sido descifradas, a saber:
- En la pretina del cuello:
ETIEPESEPMERI. - En la manga izquierda:
LPVRINENIPEPNEIFANT. - En la parte inferior de la túnica:
EAFM IPNINI FMEAREI. - En el cinturón:
NARMPRLMOTARE. - En el manto, en el brazo derecho:
OLM INRANFR TAEBNPEM REVEN NVINAPIMLIFINIPI NIPIAN. - En la orla de la mano izquierda:
EVPMIRNA ENVPMTI EPNMPIR VRVIVINRN APVI MERI PIVNIAN NTRHN. - En la parte trasera, en la cola:
NBIMEI ANNEIPERFMIVIFVE.
Y esto nos sumerge en el aspecto más apasionante: la virgen de la Candelaria es una «virgen negra». A tal punto que los lugareños la llaman afectuosamente «la Morenita» (y que no hay que confundir con la virgen de Montserrat, en Cataluña, igualmente negra).
Si mes de interés para ustedes conocer más sobre nuestras reflexiones sobre este tipo de virgen, recomiendo ver y escuchar el siguiente videopodcast:
Sirva simplemente recordar dos cosas: que este tipo de vírgenes —características de la Edad Media y finales de la antigua— están más próximas al culto de Isis que al de la María cristiana, y su indiscutible vinculación con la orden de los Templarios. De hecho, la presencia Templaria se considera un hecho en Canarias, como parte de su travesía hacia América en tiempos previos a Colón —quien, por su parte, habría tenido referencias templarias para su primer viaje y es por ello, justamente, que desembarcó y permaneció un tiempo en Gran Canaria y La Gomera—.
En síntesis, la «pista templaria» postula que se trataría, en primer lugar, de una imagen llevada por miembros de esa Orden, quizás cuando huían de su exterminio —recuerden que en 1307 se emite la orden real de desmantelamiento y captura, y es en 1312 cuando se llevan adelante las principales y más sonadas ejecuciones… casi con exactitud en los años asignados a las primeras apariciones de esta Virgen—. Y una evidencia circunstancial pero muy sugestiva de ello es que a la Candelaria se le encienden velas verdes… precisamente las que en el Medioevo se ofrecía a las Vírgenes Negras, porque de ese color eran las consagradas a Isis.
Pero, ¿cómo aparece la «hipótesis ovni»? Aquí, tiene gran peso el enorme mural que en la Basílica remite a la manifestación en los cielos circa 1310, la primera de una serie que, según relatos, se extendió por varios años: un halo o esfera luminosa, un ente humanoide en su interior, con una «esfera luminosa» en su mano… Algo que podría hallar su símil en varios encuentros cercanos del tercer o cuarto tipo.
Pero aquí la analogía que planteo no tiene necesariamente un significado «extraterrestre», pues también adquiere una componente «paranormal» o, si se quiere, «parapsicológica», ya que sus apariciones posteriores han estado asociadas a fenómenos de «sanaciones» —respetando las creencias religiosas de quienes lean, permítanme recordar que las «sanaciones espirituales» tienen una fuerte hipótesis explicativa en el fenómeno parapsicológico de «psicokinesis»—.
Es demasiado obvio que si una «aparición del Tercer Tipo» ocurría en ese siglo XIV o comienzos del XV, en el pensamiento popular había sólo dos maneras de «entenderlo»: o como «aparición milagrosa» o como «aparición demoníaca». Porqué una u otra tiene que ver con paradigmas culturales, así como en la fuerte creencia preexistente en «Chaxiraxi», «la que sostiene el firmamento», pretendida «diosa» de la tierra guanche, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos.
Y aquí debemos detenernos un momento.
Porque Chaxiraxi no sólo es la versión local de «Pachamama» o «Tonantzin». Porque también se relaciona con la Luna, el Sol… y la estrella Canopus. No Sirio, no las Pléyades, específicamente Canopus. O, como se la llama más correctamente en el ambiente astronómico, Alfa Carinae, a 309 años luz de distancia. Tiene múltiples interpretaciones o, podríamos decir, «advocaciones»… como la propia Isis. Hasta en la relación de ésta con Sirio. Y Canopus era la segunda estrella más reverenciada en Egipto luego de ésta.
Pero Chaxiraxi se llama como se llama porque se consideraba era la fuerza que mantenía el firmamento en su lugar. Y si recordamos el origen beréber de los guanches, debemos también recordar que en la tierra de donde provienen, donde se encuentra el monte Atlas, sus antepasados estaban convencidos que un titán —por quien esas montañas se llamaron así— sostenía la Tierra en su lugar. O sea, una «pareja cósmica», una sosteniendo el firmamento, el otro la Tierra, con absoluta correspondencia geográfica con el origen étnico de los posteriores habitantes de las islas. Esto no puede ser casual.
Según muchos estudiosos, Chaxiraxi es, en cambio, la madre del dios sol, Magec. Y recordemos que Isis es madre de Horus, dios del firmamento. Además, se afirma que en la cueva de Achbininco ya existía desde tiempos inmemoriales un santuario a Chaxiraxi, con lo cual la relocalización de la imagen de la Candelaria allí es, o bien un automatismo de sincretización, o las referencias a la imagen de la Virgen allá por 1392-1401 en realidad eran de esa Chaxiraxi y sólo tardíamente aparece la imagen católica, a la que se refería Espinoza en 1594.
Es aquí donde debo acudir a la memoria del lector y recordarle que todos esos eventos ocurrieron alrededor o en proximidades de las pirámides de Güimar, sumamente polémicas y un enigma en sí mismo. Lo menos que puede decirse es que ese conjunto de hechos —y muchos más que no agotaremos aquí, pues esta zona de Tenerife es conocida por la multiplicidad de casos ovni en los cielos y «apariciones sobrenaturales» en los barrancos— es que de por sí podemos considerar al paraje una verdadera «ventana forteana».
Al igual que en Fátima, estoy convencido que «lo» que se apareció en Canarias no es una «virgen» en el sentido teológico del catolicismo, sino una «entidad» asimilada al contexto cultural de ese entonces, con una Iglesia muy oportuna en fagocitar el hecho histórico —psicológicamente traumático para esas gentes sencillas— para regurgitarlo como instrumento de adoctrinamiento y alineación.
Por Gustavo Fernández. Edición: MP.
La Virgen de la Candelaria: ¿secreto templario o encuentro cercano del Tercer Tipo?