El último canto de sirena de la caverna de derechas es «este gobierno ha abandonado a la clase media». Antes de analizar ese presunto abandono –olvidando las ayudas generalizadas a la luz, al gas, a los alimentos, al alquiler y al transporte público–, habrá que pararse a pensar cuánta clase media somos y si en ella somos todos iguales.
Según la OCDE, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico –el club de las 38 grandes economías del mundo–, la clase media en España está compuesta por los que ganan entre 15.690 y 41.840 euros al año. Digamos que, contando así, nos sale una clase media grandecita; concretamente del 55% de la población, entre la que hay quien gana casi el triple que el resto.
Y es que nuestra clase media, según los tramos de las declaraciones del IRPF, engloba a la clase media–baja (con salario anual de 12.000-21.000 Euros), a la media–media (21.000-30.000) y a la media-alta (30.000-60.000), entre las que existen abismos económicos incuestionables.
Seguro que no es lo mismo una renta de 12.000 euros en un pueblo que en una gran ciudad, pero seguro también que es difícil cubrir todas las necesidades con menos de 1.000 al mes vivas donde vivas. Confieso que me cuesta imaginarlo, con hijos o con mayores a cargo.
Así que los abismos son brutales pero, eso sí, es un mal de muchos: estos abismos son parecidos en todo Occidente. La OCDE y el resto de organismos internacionales hacen estas clasificaciones en función del salario medio de cada país. La clase media es en todas partes la que gana entre un 30% menos del salario medio y un 150% más de este mismo dato en ese territorio.
Aquí hay 4,3 millones de personas en la clase media más baja, casi 3 millones y medio en la media-media y 4 millones en la media-alta. En total, cerca de 12 millones de contribuyentes son considerados de clase media, según estas cuentas aplicadas a España.
Por debajo de eso, en la clase pobre hay cerca de 9 millones. Por encima, en la clase rica, casi 1 millón, de los que 800.000 tienen sueldos de entre 60.000-150.000 euros al año y el resto gana por encima.
Con estos números presentes es más difícil afirmar que se está abandonando a la clase media porque, además de las ayudas generalistas, hay muchos tipos de clase media y dentro de ella hay mucha clase necesitada, la llamen como la llamen, a la que se está ayudando más.
Según el INE, la renta anual media de los hogares españoles en 2021 fue de 18.490 Euros. Esta renta es la media de la percibida neta por todos los miembros de una familia durante un año. Es decir, es lo que queda en los hogares después de pagar impuestos y de juntar lo ganado por todos los que viven bajo un mismo techo.
La ayuda de 200 euros que ha aprobado el gobierno para hacer frente a la subida del 15% del IPC de la cesta de la compra es para hogares con una renta media de hasta 27.000 Euros. Es decir, si la ayuda llega a todos los que debería, llegará a más de la mitad de los hogares. A todos los de clase más vulnerable (con renta anual por debajo de 12.000 euros), a los de clase media-baja (12.000–21.000 al año) y a la mayoría de los de clase media-media (21.000–30.000 al año).
Es cierto que los que perciben el Ingreso Mínimo Vital y los pensionistas no tendrán derecho a esta ayuda, porque los primeros y los que reciben pensiones no contributivas y de invalidez van a recibir un incremento del 15% y el resto del 8,5.
Sin embargo, puestos a ayudar, también es verdad que habría sido mejor dar esta ayuda a todos los pensionistas y receptores del IMV cuya renta anual está por debajo de esos 27.000 euros porque, a pesar de los incrementos, siguen siendo muchos. No podemos olvidar que la pensión no contributiva mínima, con su subida, está en 484,61 euros al mes; menos si hay más de dos receptores de esta pensión en la misma casa. Cerca de medio millón de personas sobreviven con eso. ¿Podemos imaginar cómo es sobrellevar la vejez o la invalidez con ese presupuesto?
Al resto de la clase media y a la clase alta debería parecernos bien que de esta ayuda no nos toque nada. Esa medida auxilia más que la bajada generalizada del IVA de los alimentos de primera necesidad del 4% al 0% que presuntamente nos ayuda un poquito a todos, lo necesitemos o no tanto.
Es mucho más fácil aprobar medidas generalistas, de esas que suenan a Estado súper generoso, de esas que la derecha puede atacar por menos flancos porque su aplicación es más sencilla, de esas que a las clases medias más pudientes nos hacen pensar que para nosotros también hay ayudas. Sin embargo, el reto hoy debería ser otro. Lo suyo sería hacer pedagogía de lo que es ser progresista en el siglo XXI y mejorar los organismos públicos de los que dependen las ayudas por renta, las específicas, las que de verdad ayudan y no son aguinaldos. Debemos contratar a los funcionarios necesarios e incentivarlos. Debemos informatizarlo todo aprovechando los fondos europeos. Debemos funcionar para las ayudas con la misma infalibilidad que para cobrar impuestos.
Cualquiera que se diga progresista tendría que estar de acuerdo en eso. ¿Por qué lo público puede funcionar divinamente en hacienda y no en asuntos sociales y en sus números? ¿Por qué la burocracia es tan sencilla para cobrarnos y tan compleja para redistribuir un poco?
Y, ya puestos, recordemos a la derecha, que según las cuentas de la OCDE, tenemos cuatro clase sociales en España. La alta, que supone un 12% cuando la media de la OCDE es de un 9; la media, de un 55% cuando su media es del 61; la baja que es de un 17% cuando su media es de un 18; y la pobre que es de un 16% cuando su media es de 11. Es decir, que tenemos un 3% más de ricos que en Europa y un 5% más de pobres. La clase media se va empequeñeciendo en todo Occidente, pero aquí decrece más y lleva a la gente a una pobreza más pobre.
Cuando nos hablen de ayudar a la clase media tendremos que recordarles el quid de la cuestión: el IRPF que se aprobó en 1978 tenía 28 tramos que iban desde el 15 hasta el 65,5% de impuestos. Hoy solo hay seis tramos que van del 19 al 47%. La desigualdad crece y la progresividad de los impuestos lo contrario.
Y, entre nosotros, preguntémonos: y yo, ¿de qué clase media soy? ¿Y qué idea tengo de la redistribución y de las prioridades del Estado?