Cristianismo puro de África: la Iglesia Ortodoxa Etíope

Cristianismo puro de África: la Iglesia Ortodoxa Etíope

La Iglesia Ortodoxa Etíope, también denominada “täwahedo” o unitaria, ha sido fuente de identidad para esta nación africana desde el siglo IV, en virtud de la labor misionera del monje Frumencio, su primer «abune» o padre espiritual. Sin embargo, la tradición atribuye sus inicios a una evangelización mucho más antigua de Felipe el diácono, figura significativa de los “Hechos de los Apóstoles”. Esta casa humana no conoció al Cristo de los europeos y sus guerras de religión o de los telepredicadores estadounidenses, sino que le dio su propio nacimiento, su propia Navidad en un lugar del continente negro, el único territorio del Norte de África que no se convirtió masivamente ni al islam por influencia de los árabes ni a un Dios blanco extranjero. 

Esta forma de cristianismo es parte de la Comunión Ortodoxa Oriental, junto a egipcios, armenios y siriacos, reconociendo como ecuménicos los tres primeros de los siete grandes concilios históricos, otorgando especial importancia al de Éfeso. Así se explica que se adhiera a una cristología denominada “miafisita”, inspirada en Cirilo de Alejandría, en contraste con el credo “diafisita” del concilio de Calcedonia o de las dos naturalezas de Jesús, que provocaría el primer cisma de Oriente en el siglo V, distándose de Roma, pero también de Constantinopla y los ortodoxos de liturgia bizantina. Cree por tanto en la naturaleza singular de Cristo, el Logos encarnado sin ilusión o engaño en hombre, pero enfatizando su divinidad y origen increado.

La Iglesia administra siete sacramentos y tres órdenes sagradas: diáconos, presbíteros y obispos. Los casados pueden recibir las dos primeras, pero la tercera es sólo para monjes o viudos. Da veneración a la Virgen María, mártires, santos y ángeles. No obstante, entre lo más llamativo, se enorgullece por custodiar, en la basílica de Nuestra Señora de Zion, el Arca de la Alianza mosaica, que habría llegado a su poder gracias al bíblico y legendario contacto del rey Salomón con la reina Makeda o de Saba, lugar un tanto mítico que se identifica con los actuales Yemen y Etiopía, y a su hijo común Menelik I, que habría unido por la sangre y la fe a los semitas y los africanos. Esto se narra en el libro Kebra Nagast, por el que esta iglesia manifiesta una reverencia suma.

Monje etíope en la Iglesia del Santo Sepulcro, Jerusalén

Monje etíope en la Iglesia del Santo Sepulcro, Jerusalén

Es así como la fe hebrea habría llegado a Etiopía mucho antes y no junto a la fe cristiana. Los “Beta Israel” o “falashas” son etíopes judíos, reconocidos en 1975 como parte de las tribus perdidas de Israel, con el trazo genético de Dan, de acuerdo con el rabino Ovadia Yosef.

La alborada del pueblo etíope se remonta a la aparición del reino de Aksum, en el siglo II antes de nuestra era. Sin embargo, Homero menciona al soberano mítico Memnon, mil años más antiguo. Su historia es una travesía por periodos de decadencia y resurgimiento, instituyéndose inclusive como imperio, ajeno a la colonización europea del siglo XIX, y con un poder tal que habría intentado expandirse hacia la Península Arábiga hasta conseguir su conversión.

La Italia fascista de Mussolini terminaría por crear la colonia de Abisinia, cuya caída le devolvería el poder al último emperador etíope, Haile Selassie. La monarquía vería su fin con la instauración de una república popular socialista, atea y adversa a la religión, cuya ideología, con sus claros y oscuros, fue finalmente derogada a mediados de la década de los ochenta.

El rey santo Gebre Mesqel Lalibela habría de construir la ciudad homónima en el siglo XIII, famosa por sus monasterios e iglesias monolíticas, directamente excavadas en la roca basáltica de sus rojizas colinas, siendo la más famosa “Biet Ghiorgis” o la casa de San Jorge, su propia versión en África de la «Tierra Prometida» y del monte Zion. De acuerdo con la gente de la Lalibela, su monarca vio como una señal que un diácono que probó su comida enfermó tras ingerir un medicamento con el que intentó envenenarlo su celosa hermana, al igual que un perro que probó el vómito de aquel pobre hombre. Tras beberse él mismo el veneno, Lalibela entró en un coma profundo y el ángel Gabriel lo llevó junto a Dios para transmitirle el diseño onírico de la ciudad.

Imágenes de la Iglesia monolítica

Imágenes de la Iglesia monolítica «Biet Ghiorgis” o la casa de San Jorge, Lalibela, Etiopía (designyoutrust)

La Iglesia Ortodoxa Etíope es la religión mayoritaria en su país. Hasta mediados del siglo pasado, fue dependiente de la autoridad directa del papa copto de Alejandría, una de las grandes sedes históricas y referentes teológicos del cristianismo. Sin embargo, hoy en día cuenta con autonomía y un primado propio: el patriarca y catholicos de los etíopes, abad de la sede de San Tekle Haymanot y arzobispo de Axum, título que asume en la actualidad Abune Matías.

Resulta interesante que su canon bíblico es el más extenso entre las Iglesias, reconociendo también como escrituras sagradas los Libros de Enoc, los Jubileos, Joseph ben Gorion y el Apocalipsis de Esdras, además de los deuterocanónicos del Antiguo Testamento católicos y ortodoxos. Mitos sobre la Tierra anterior a Noé y el diluvio, un vergel sensual donde “los hijos de los dioses”, las inteligencias angélicas, se enamoraron de “las hijas de los hombres”, habitado también por los nefilim, gigantes que ya no concibe la imaginación, y el cual Enoc miró desde las alturas, el primer hombre que fue raptado hacia las estrellas. Señales proféticas sobre un lento fin de nuestros atajos humanos en el tiempo, eso que solo es pequeño dentro del espíritu de Dios.

En armonía con su rito alejandrino e iconografía de inspiración egipcia, la Iglesia Ortodoxa Etíope emplea en sus liturgias el “ge’ez”, una lengua del grupo semítico meridional, y sostiene una serie de disciplinas y costumbres particulares originadas en el judaísmo: la circuncisión de niños varones, observar el sábado además del domingo, pasear fuera y custodiar dentro de las parroquias “talbots” o réplicas del arca con las tablas de la Ley y, durante los servicios religiosos, la separación por género de los asistentes, quitarse el calzado y prohibir la presencia de las mujeres que se encuentren en su periodo menstrual (entre otras varias medidas). Esto último no se debe tanto a su relación con las leyes de pureza del Levítico, sino para evitar que el cuerpo femenino deseque la vida del Mesías que se recibe como el vino consagrado.

Sea como fuere, las caras negras de esta tierra de rostro quemado como los granos del café, en su manera de hablar, escuchar y ver, han querido confundir sus sentidos y los de su mundo para que el aroma que dejen sea el del cielo, otra realidad con la que no solo soñaron Jesús y los cristianos, sino Abraham, Issac y las tribus de Israel, que en la cruel diversidad de los desiertos, las venas secas de un espacio hace mucho nevado, vieron un solo origen y reposo para todos los colores, Dios vivo que invita a una Jerusalén interior y que alguna vez también se abrió en Lalibela.

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