Más que lo que hemos experimentado somos lo que recordamos: la memoria es constitutiva del ser. La memoria es una de las facultades esenciales del ser humano, hasta el punto de que San Agustín la entendió como uno de los tres componentes básicos del alma. En el budismo, la palabra smrti, literalmente memoria, es el término que nos da el popular término mindfulness, la cualidad de estar presentes y tener en mente lo que estamos haciendo y lo que hemos aprendido antes. Todo esto nos hace ver lo importante que es cuidar la memoria.
Todos sabemos que con el tiempo la mente empieza perder cierta frescura en su capacidad mnemónica y esto es quizá uno de los principales terrores de la vejez. Aunque el tiempo es inexorable hay muchas cosas que se pueden hacer para aplacar el declive e incluso mejorar la memoria.
Un estudio importante publicado en la revista académica BMJ, el cual fue realizado por científicos chinos, analizó a un grupo de casi 30 mil adultos por cerca de 10 años para entender qué tipo de actividades y decisiones de estilo de vida se pueden asociar con la retención mental.
Los investigadores descubrieron que el principal factor que ayuda a predecir si una persona de más de 60 años tiene una memoria mejor que el promedio es la dieta, la cual debe ser balanceada.
La segunda cosa más importante es la actividad cognitiva constante, esto incluye escribir, leer, resolver rompecabezas mentales (matemáticos, de palabras, etc.), jugar cartas u otras actividades que ejercitan el cerebro.
El tercer aspecto importante fue el ejercicio físico de más de 150 minutos por semana de manera moderada, esto es, aproximadamente 20 minutos diarios.
Otros elementos también de importancia fueron el contacto social por lo menos dos veces a la semana, no tomar alcohol y no haber fumado mucho.
Estas seis cosas son las principales decisiones de vida que permiten tener una buena memoria y maximizar la posibilidad de no padecer enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer.
Otra cuestión a considerarse es que algunas personas tienen un gen llamado APOE, que parece estar ligado a una pérdida más lenta de la memoria.
Más allá de estos seis puntos, hay que incluir uno (aunque está relacionado con el segundo) que es evidente pero que suele pasarse de largo, especialmente en el modelo educativo actual que no fomenta la memorización, sólo, supuestamente, el pensamiento crítico y creativo. Esto es, simplemente, memorizar. Memorizar números largos (por ejemplo el teléfono de los amigos), canciones, poemas, paradigmas de verbos o, por qué no, libros enteros, como se hacía antes y aún se hace en algunas partes del mundo.
La memorización, que por mucho tiempo fue cultivada en la educación formal, paradójicamente ha caído en el olvido, a causa sin duda del avance avasallador y un tanto inconsciente de tecnologías que han pasado a funcionar como sucedáneos de la memoria. De hecho, hoy en día memorizar se mira incluso con cierto desagrado, como si se tratara únicamente de «repetir» maquinal o monótamente información, cuando en realidad la memoria, como bien sabían los antiguos, es el terreno fértil donde florece el conocimiento. Memorizar es una especie de abono para la creatividad, la innovación y aun la posibilidad de una genialidad, todas estas cualidades que en nuestra época se admiran pero curiosamente sólo en sus resultados finales, no en el proceso o las condiciones que las hacen posibles.
Esto puede parecer absurdo en tanto a que esa información puede encontrarse en un segundo con un teléfono, pero ese es justo el punto: que así no se entrena la mente. Y tener las cosas dentro de nuestra propia mente o alma tiene un valor que trasciende la mera salud cerebral y que realmente no se puede cuantificar.
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