Francis García Collado: «El miedo genera obediencia, el pánico crea desgobierno»

Francis García Collado
Francis García Collado es doctor en filosofía por la Universidad de Barcelona. Es profesor de ética y psicología en la Universidad de Girona y también es profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona, la Universidad Internacional de Catalunya, la Universidad de Vic-Universidad Central de Catalunya y la Escuela Superior de Relaciones Públicas. Foto: Biel García Esquiva.

¿Vivimos en una sociedad generadora y administradora de miedos? ¿Existe un control de nuestras emociones dictado por los Estados y/o las empresas privadas? ¿Cómo podemos protegernos y ser más críticos como ciudadanos? Para buscar respuestas, hemos hablado con Francis García Collado, doctor en Filosofía, creador de un nuevo concepto filosófico: la phobiopolítica.

Por Laura Martínez Alarcón

Como concepto filosófico, la phobiopolítica, esto es, la gestión de la vida humana mediante mecanismos despersonalizadores centrados en el miedo, nació en 2022. De acuerdo con el Dr. Francis García Collado, profesor de ética y psicología en la Universidad de Girona, se trata de una emoción con un peso muy importante, ya que «si bien nos seguimos autodenominando sociedades democráticas, en realidad, el miedo es la emoción que menos democráticos nos hace al despertar patrones automáticos de conducta que llevan al conformismo y a la obediencia».

La phobiopolítica parte de la noción clásica de biopolítica como gestión política de la vida: «Se considera que, esa misma gestión, no solo regula los flujos de poder en tanto relaciones entre sujetos, sino que funciona como una eficiente fuente de conformación de subjetividades al hacer que se utilice menos, a causa del miedo, lo que llamamos new brain (cerebro lógico), y que produce el pensamiento reflexivo y deliberativo sin el cual no podemos hablar de democracia sino de obediencia», señala García Collado. Así pues, la phobiopolítica —de la raíz griega phóbos (miedo) y bios (vida, en su sentido político)— «asimila la idea de la biopolítica, pero añade el papel regulador del miedo como esencia».

Francis García Collado es doctor en filosofía por la Universidad de Barcelona. Realizó el posdoctorado en Brasil entre la UFG (Universidade Federal de Goiás) y la UFMG (Universidade Federal de Minas Gerais) sobre aspectos de derechos humanos y neuroética. Es coordinador del XVII Ciclo de Filosofía Llibertat o obediència: repensar la democràcia, organizado por la Diputació de Barcelona y el Consorci de Biblioteques de Barcelona, que se realiza anualmente en distintas bibliotecas de esta ciudad. De acuerdo con García Collado, la generación de estrés, miedo y otras emociones negativas se convierte en una forma efectiva de ejercer el poder. «Conformar subjetividades mediante el miedo y en el miedo utiliza el recurso despersonalizador que tiene esta emoción», añade.

Lo que parece bios —vida política centrada en aspectos horizontales, democráticos, basados en tomas de decisiones llevadas a cabo desde ese cerebro lógico—, al venir marcados por el miedo es sometido «a la pura animalidad que señala el termino zoé, (tal como lo vemos en palabras como zoológico, vida animal, biológica), es decir, deshumanizada». Por tanto, cuando tomamos decisiones basadas en las emociones o los impulsos, pensamos menos y, literalmente, minimizamos nuestros valores, «desaparece la ética y lo que hacemos es buscar líderes más fuertes».

Para Francis García Collado, cuyas investigaciones versan sobre la conformación de subjetividad y democracia en una línea de trabajo interdisciplinario que integra filosofía, psicología y neurociencia, lo importante de la phobiopolítica es «la facilidad con la que, siguiendo los principios básicos de la propaganda y la manipulación, quienes nos proponen una solución o bien son los mismos que han creado el problema, o bien, ante la falta de soluciones inminentes, quienes gobiernan sitúan la pretendida solución donde les interesa. Mediante el miedo se generarán dos actitudes proclives al poder de turno: la obediencia y la confianza en ese poder al considerarlo un salvador».

«Al ver nuestra vida amenazada o en peligro, lo que llamamos cerebro instintivo hace que cedamos y pidamos a ese poder la baza de recortar nuestras libertades. Cuando estamos presos del miedo se genera una visión túnel, focal, que nos pide centrarnos en la supervivencia, en ver garantizada la satisfacción de nuestros instintos básicos de protección, alimentación y de pertenencia al grupo. Así, la phobiopolítica nos sitúa ante una nueva era en la que vamos a seguir llamando democracias a formas de poder centradas en rebajar nuestra capacidad crítica al reducir nuestra subjetividad a decisiones marcadas por la supervivencia a la que empuja el miedo. Así, en tiempos bélicos, la phobiopolítica se centra en la pura polarización entre buenos y malos, en buscar líderes capaces de tomar decisiones poco populares siempre orientadas a recortar libertades en nombre de la libertad. En ese sentido no hay más que atender a cómo la censura en los medios parece una medida necesaria en aras de la democracia».

francis garcía collado
Más allá de la biopolítica, de Andityas Soares de Moura Costa Matos y Francis García Collado (Documenta Universitaria).

¿Cuál es la diferencia entre miedo y pánico?
El miedo hace que busquemos salvadores, rebajemos nuestras expectativas, nos despersonalizamos, olvidemos un poco nuestros valores y busquemos a alguien que nos pueda salvar. En general, esto se suele utilizar en nuestras llamadas democracias cuando alguien nos pone un problema y automáticamente nos viene con la solución, de manera que nos genera miedo y, como nos da la solución, empezamos a generar confianza y nos adaptamos a los imperativos que nos marca.

Cuando se presenta esta supuesta solución concebimos a quien nos la propone como a un salvador y, a causa del efecto túnel al que nos empuja, dejamos de ver el resto de las cuestiones que nos rodean y nos entregamos a dicha solución sin plantearnos nada más. El pánico va mucho más allá y es una situación de descontrol. Es decir, en el miedo hay un control, yo tengo miedo y busco ayuda. El pánico es cuando yo tengo miedo, veo que no hay ayuda posible y empiezo una escalada que, de repente, se vuelve incontrolable.

El pánico hace que, si yo no tengo una solución, la busque por mi cuenta y eso hace que yo sea ingobernable. A los Estados les interesa que tengamos miedo pero que no entremos en pánico, porque este genera revoluciones. Por lo tanto, mientras que el miedo sirve para la gobernabilidad, el pánico es el desgobierno total.

Esa es la diferencia básica entre miedo y pánico. El primero genera obediencia, mientras que el segundo hace que los sujetos sean incontrolables e impredecibles. Si se observa la gestión de la pandemia, por ejemplo, se puede ver cómo las noticias y las medidas se orientaron tanto a generar miedo como a evitar el pánico. Sobre esta cuestión concreta ya escribimos mi colega Andityas Matos y yo en el libro El virus como filosofía: reflexiones de emergencia sobre la pandemia de covid-19.

La phobiopolítica, de la raíz griega phóbos (miedo) y bios (vida, en su sentido político), «asimila la idea de la biopolítica, pero añade el papel regulador del miedo como esencia»

Usted dice que el miedo es un facilitador de la obediencia, y esta es antidemocrática. ¿Vivimos en una sociedad generadora de miedos? ¿Cuáles son las técnicas de manipulación informativa que deberíamos conocer mejor para ser más críticos?
La cantidad de mecanismos utilizados es ingente y cada vez resulta más efectiva. Enumerarlos es uno de los objetivos de mi próximo libro. Me parece que el más evidente ha sido el uso sistemático de la ventana de Overton1. Es decir, hacer que la población pase de una idea que resulta hilarante por impensable o imposible a que termine pidiendo a gritos su aplicación. Un ejemplo: sobre la situación entre Rusia y Ucrania, en pocas semanas hemos pasado de hablar de algo tan impensable como el uso de armas nucleares, a considerarla como algo sensato. Parece evidente que esa idea ha sido propagada por los medios (literalmente sembrada y regada) para que pensemos lo que pensamos.

Son muchos los mecanismos observables, por ejemplo, el principio de simplificación en busca de un enemigo único, o los principios de silenciación y unanimidad centrados en acallar cualquier información fuera de la línea de propagación oficial, así como para generar la idea de que todo el mundo piensa igual.

Parece como si cada vez haya menos líderes de opinión pública, ¿o es que la opinión pública es cada día menos crítica, más obediente?
¿Realmente hay una opinión pública? Desde la perspectiva sociológica diríamos que no. Lo que hay es una generación de clima de la opinión pública, generada por los medios y las redes sociales principalmente, y eso es lo que hace que los sujetos acaben desplazándose hacia un lado o hacia el otro. En el epílogo que escribí para el libro La an-arquía que viene, de Andityas Matos (Ediciones Ned) —un libro que habla de la diccionarización de la política—, yo hablo de la politización del diccionario. Es el juego de a ver quién califica al de al lado como antidemocrático, o a ver a qué velocidad alguien llama negacionista al de enfrente para, de esa manera, acogerse a una supuesta bandera de la ciencia.

En este sentido, el negacionismo empezó con el tema del cambio climático, siguió con la pandemia y ahora vemos que cualquier cosa es negacionismo, por ejemplo, con lo que sucedió en Brasil. Es lo mismo que llamar fascista a cualquiera. Es como hacerse con el diccionario para que la gente simplemente se quede anclada a ciertos conceptos y la opinión se mueva en base a ellos. Las redes sociales se han convertido en generadoras de opinión. El uso de Whatsapp, los memes y demás, sirven para generar un clima de opinión. No es opinión, sino que genera el clima de opinión.

Durante años, creímos haber vivido en una atmósfera más o menos segura. Los ciudadanos podíamos controlar nuestras vidas y dominar de alguna manera las imprevisibles fuerzas del mundo social. ¿Esto se ha acabado o es que nunca existió?
Desde Platón pasando por Edward Bernays hasta cualquier teórico centrado en la manipulación hoy en día, lo importante no ha sido tanto generar o aumentar el nivel de libertad, sino promover la idea de que esta existe. En ocasiones confundimos la libertad con una suerte de totalitarismo invertido. Parece que si algo ha sido votado por la mayoría, se trata de una decisión democrática. Sin embargo, la eficiente puesta en marcha de mecanismos de regulación de la desviación social de la opinión hace que sea bastante ingenuo pensar que existe un alto índice de libertad.

¿Se ha acabado o nunca existió? Para mí la respuesta es que debemos continuar intentando ampliar los mecanismos de conformación de libertades para poder hacer que exista un mínimo de crítica que nos permita ponernos en camino de esas libertades. La vida es un camino y no un destino. Ha habido épocas mejores y peores. Sin lugar a dudas, esta es una época distópica en la que es preciso combatir desde las trincheras del pensamiento con nuevas armas conceptuales. No podemos seguir en los mismos esquemas absurdos entre izquierdas y derechas que nos han llevado hasta aquí.

A los Estados les interesa que tengamos miedo pero que no entremos en pánico, porque este genera revoluciones. Por lo tanto, mientras que el miedo sirve para la gobernabilidad, el pánico es el desgobierno total

¿Cree usted que se esgrime la palabra libertad con demasiada facilidad?
Es interesante ver que hablamos de libertad porque interesa que la gente se sienta libre. Para que la ciudadanía tenga sensación de libertad, tiene que estar muy controlada, porque, desde una perspectiva sociobiológica, en las sociedades que son más desarrolladas lo que acaba sucediendo es que las personas que habitan en ellas tienden a ser más individualistas.

Luego, lo que intenta cualquier forma de poder en sociedades muy desarrolladas es rebajar esa sensación de individualidad y entonces acaba apelando a palancas de persuasión cognitiva como «hemos de actuar de manera solidaria», «hemos de actuar unidos». Todo esto hace que nos sintamos mucho más solidarios, mucho mejores, pero en realidad eso nos va recortando una perspectiva crítica que tenga que ver con la libertad.

¿Los seres humanos somos más obedientes o cooperantes?
Si hay algún animal que puede ser obediente es el ser humano. Porque, en realidad, la obediencia no es más que el vínculo que existe entre la mente individual y la política. A diferencia del resto de primates, que cooperan entre sí, nosotros podemos hacer política. Es más, somos el único animal que puede desobedecer, algo muy importante para desarrollar democracias.

La prueba de que existe cada vez más la obediencia y no la cooperación la tenemos en diversas entrevistas, encuestas y estudios, como el reciente del Instituto de Opinión que nos dice que el 80 % de la gente prefiere seguir a la mayoría, aunque no esté de acuerdo, por temor a quedar marginada2. La autocensura, lo que Elisabeth Noelle-Neumann llamaba «la espiral del silencio», es uno de los mecanismos de autopersuasión que más repercusión tienen en nuestra sociedad. Cada vez son más los que, en base a la percepción del clima que aporta una opinión como supuestamente mayoritaria, tienden a silenciarse para evitar quedar aislados socialmente.

La pandemia y ahora la guerra son claros ejemplos. Luego, lo que hacemos es llamar cooperación a la pura obediencia, a no soportar la disonancia cognitiva, a no soportar la espiral del silencio, es decir, acabamos diciendo que vivimos en democracias y cooperamos porque preferimos olvidar que lo que hacemos es obedecer.

Ante esto, ¿qué podemos hacer los ciudadanos? ¿Cómo protegernos? ¿Ante qué hay que estar alerta? ¿Cómo podemos actuar?
Debemos atender a la máxima que señalaba Cornelius Castoriadis como problema de la forma política en la que vivimos. Si seguimos confundiendo los gobiernos representativos liberales en los que vivimos con una democracia, pasaremos por alto que todavía hoy los individuos están puestos al servicio de las instituciones, cuando, en democracia, deberían ser las instituciones las que deberían ponerse al servicio de los individuos.

Cuanto más bajamos las expectativas y más nos dejamos influenciar por el miedo como motor y flujo constante de conformación de nuestras subjetividades, más alejados estamos de un posible cambio en positivo. Hoy no solo no se puede hablar de menos temas que en los años 80, sino que los censores también son empresas privadas. Lo hemos visto con Twitter o Youtube durante la pandemia y ahora con la guerra en Ucrania.

Una ciudadanía que entienda la importancia de la política resulta fundamental. Una ciudadanía que no confunda la política con los políticos y que entienda que la precariedad laboral en la mayoría de los trabajos solo contribuye a precarizar nuestra vida y nuestras instituciones en aras de políticas más represivas y faltas de libertad.

No concibo cómo la sistemática precarización de, por ejemplo, el periodismo o las universidades puede reforzar a una sociedad que se pretenda libre. Dos instituciones que fueron bastiones en la defensa de la libertad. Recordemos el papel que ambas tuvieron durante el franquismo y que, ahora, ante el miedo al despido, a la no contratación como amenaza sistémica, o a la entrada de dinero privado en las universidades públicas, cada vez se apartan más de la posibilidad de fomentar la pluralidad crítica que necesita una democracia.

No sé cómo alguien puede pensar que un periodista o un profesor universitario pueden hacer investigación cuando sus contrataciones están sujetas al dictado de un poder preocupado en generar una opinión pública que lo justifique sin fisuras y de modo constante.

Sentir miedo es normal, es una emoción humana como cualquier otra. El problema es que, dado que el ser humano no quiere ver alterado su equilibrio psíquico, para evitar tensiones mentales constantes, la tendencia inconsciente es la de contentarse con la primera solución que aparece en los medios, es decir, la que se nos pone a nuestro alcance con mayor celeridad. Necesitamos recuperar la política y superar lo político.

Una sociedad es libre cuando es crítica, incluso cuando es capaz de criticarse a sí misma

Decía Henry David Thoreau que «a nada hay que tenerle tanto miedo como al miedo». ¿Hasta qué punto debemos creerle a Thoreau?
El miedo es necesario e inevitable, su contrario no es la valentía, sino, a diferentes niveles, la temeridad o el pánico, la inacción o el descontrol totales. El miedo sirve como regulador; debemos ser más pacientes y buscar soluciones conjuntas y no las que se nos ofrezcan como milagros, y principalmente si vienen de empresas privadas con claros antecedentes faltos de ética y anclados en el fraude. Más que tenerle miedo al miedo, deberíamos armarnos de mecanismos que nos protejan de soluciones mágicas. Debemos armarnos de escepticismo, tener a la duda como motor. Pero eso no significa caer en el relativismo.

A mí me gusta insistir en que la filosofía y la democracia aparecen de la mano, no se puede concebir en la antigua Grecia la idea de democracia sin el papel crítico que tiene la filosofía. Es decir, entendamos que una sociedad es libre cuando es crítica, incluso cuando es capaz de criticarse a sí misma.

Notas

1 La ventana de Overton es un concepto de comunicación política creado por el lobista y think-tanker conservador Joseph Overton que pasó a denominarse así tras su muerte en 2003. Hace referencia a la ventana de posibles opiniones que se pueden expresar en el espacio público.

2 Se refiere al reciente Estudio sobre pensamiento crítico del Instituto IO Investigación, que explora el comportamiento de la sociedad actual y la importancia de tener un pensamiento independiente.

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