Presentación
En todas las tradiciones el hombre es el símbolo por excelencia. “Existe un símbolo esencial –escribió Carlos del Tilo–, al que se refieren todos los demás de la ciencia sagrada y este símbolo por excelencia es el hombre”. Los planteamientos para desarrollar el símbolo esencial son innumerables: aquí hemos escogido dos de muy distintos contextos culturales y, por eso, de enfoques. Uno de ellos se basa en la representación que Hildegard von Bingen realizó para su Liber Divinorum Operum, en ella aparece el hombre rodeado por unos círculos que representan tanto el universo como el Espíritu que con su aliento le da vida.
El otro ejemplo pertenece a la tradición oriental, concretamente la china. Se trata de un grabado de meditación taoísta para la creación del elixir interno llamado Neijing Tu, el paisaje interior, cuyo origen se sitúa durante la dinastía Tang. En él aparecen representadas las distintas etapas del proceso de transformación interna del hombre.
No obstante, en estos dos ejemplos tan dispares aparece la relación simbólica fundamental entre el microcosmos y el macrocosmos. Por ello parece evidente que en el encuentro de ambos planteamientos debería manifestarse toda la riqueza del símbolo.
Primera parte: El macrocosmo y el microcosmo de Victoria Cirlot
Segunda parte: Un viaje iniciático por el interior del cuerpo humano: el ‘Neijing Tu’ de Jordi Vilà