Un virus es un agente infeccioso que se replica en la célula viva del organismo huésped. De cierta forma, el virus depende del organismo que infecta para sobrevivir, multiplicarse y propagarse. Las ideas pueden replicar ese patrón.
Una idea puede entenderse como una pequeña célula de significado y contenido que vive y se propaga en el espacio intelectual y cultural compartido de la sociedad. La idea en sí misma no sería nada sin las personas que la originan, comparten y difunden.
Independientemente de la forma que adopte la idea, su representación idiosincrásica o los canales para compartirla, es una unidad de pensamiento que encierra un significado. Para sobrevivir, esa idea también debe mantenerse activa en la mente y, a ser posible, difundirse y calar en otras mentes. De hecho, las ideas habitan en ese universo compartido conformado por las mentes de las personas y la conciencia colectiva.
Sin embargo, Jung creía que si no somos plenamente conscientes de lo que motiva nuestros comportamientos, creencias y decisiones, podemos ser poseídos fácilmente por ideas ajenas, las cuales terminan enraizándose en una realidad psíquica que no hemos sondeado. En la práctica, cuando no ponemos en tela de juicio nuestro pensamiento, es probable que las ideas de moda terminen asentándose en nuestro mente, ocupando espacio y, en última instancia, influyendo en nuestra vida.
La epidemiologia de las ideas en la mente humana
Todos nos consideramos seres racionales. No solo se nos ocurren ideas sino que podemos usar nuestras facultades lógicas para evaluar su verosimilitud o utilidad en aras de las mejores ideas y descartar las malas. Sin embargo, no siempre es así.
En la práctica, muchas veces las malas ideas sobreviven y ejercen un gran poder sobre las masas. Esas ideas suelen apelar a nuestras sombras induciendo delirios masivos, provocando odio o incluso construyendo genocidios. De hecho, detrás de toda guerra siempre existe una idea a defender que no se puede cuestionar, una idea con la que la masa se ha identificado y ha hecho suyo. Sin pensar. Sin cuestionarla. Sin juzgarla.
En su “Libro rojo” Jung escribió: “ en mi caso, el pensamiento fue demasiado y empezó a exagerar las ideas descabelladas. Son peligrosos ya que soy un hombre, y cuánto saben acostumbrados están los hombres a asumir los pensamientos como propios, de modo que eventualmente los confunden con ellos mismos ”.
Jung explicaba que en muchas ocasiones aceptamos las ideas que hacen resonancia con nuestro sistema de creencias y luego comenzamos a verlas como si nuestro destino. Las asumimos. Nos identificamos con ellas. Y las incluimos en nuestra identidad, de manera que terminamos viendo un ataque a esas ideas como un ataque a nosotros mismos.
Sin embargo, si no sometemos esas ideas a un juicio crítico, si no las pasamos por el tamiz del pensamiento lógico, no poseemos esas ideas, más bien dichas ideas nos poseemos. De hecho, Jung creía que “ esas ideas te poseen y abarcan ”, de manera que a veces ni siquiera dejan espacio para nuestro auténtico «yo» y nos convertimos en autómatas a los que se les ha arrebatado su capacidad de raciocinio.
Jung también experimentó que las ideas “ van más allá de ti, existiendo en sí mismas ”. Cuando las ideas se socializan pueden llegar a adquirir vida propia, desarrollando diferentes significados que cada persona solo conoce de manera superficial. Las ideas suelen tener múltiples capas de significado y no siempre logramos comprenderlas todas.
De hecho, muchas veces las ideas se cuelan en nuestra mente de manera subrepticia, apelando a emociones básicas y silenciando la razón. El psicólogo social Jonathan Haidt, por ejemplo, investigó cómo la sensibilidad al asco influye en nuestro juicio moral y concluyó que la ideología nazi apeló activamente a algunas de las partes más antiguas de nuestro cerebro relacionadas con el asco y la limpieza para poder alcanzar un poder aterrador sobre las masas.
Cuando la propaganda nazi comparó a los judíos con parásitos que estropeaban la pureza del Volkslörper (el cuerpo del pueblo alemán), hizo leva en la idea de la pureza de la raza ariana activando aquellas áreas del cerebro diseñadas evolutivamente para protegernos de los gérmenes.
Por esa razón, no es extraño que en su correspondencia Hitler usara con frecuencia metáforas derivadas de la limpieza para describir a los judíos. Las ideologías más peligrosas, esas que llegan a adueñarse de la mente de las personas y contagian a las masas, son precisamente tan poderosas porque suelen activar las vulnerabilidades de nuestro cerebro más primitivo e irracional.
Por supuesto, también existen muchas otras ideas que han cambiado el curso de la historia y la forma en que vemos el mundo – para bien o para mal – como las que provinieron de grandes pensadores como Platón y Aristóteles, Copérnico y Newton, Darwin o Marx y Engels. A lo largo del tiempo, algunas ideas contagiosas han conducido a buenos resultados. Otras han sido terribles.
¿Cómo protegernos de las ideas contagiosas?
Hay muchas ideas flotando a nuestro alrededor, sobre todo en la era de la información, cuando cualquier ideología – incluso las más disparatadas – están tan solo a un clic de distancia. Por eso, es fundamental evitar el contagio. Necesitamos reflexionar sobre las ideas antes de hacerlas nuestras e incorporarlas a nuestra identidad.
Y no se trata simplemente de distinguir entre buenas y malas ideas sino de comenzar a ver todos los claroscuros que encierran. Se trata de comenzar a vislumbrar el poder que pueden ejercer en nuestra vida y la manera en que influyen en nuestras decisiones. Las ideas no son inocuas, aunque a veces lo parezcan. Pueden cambiar la manera en que percibimos el mundo, la forma en que nos relacionamos e incluso la manera en que nos vemos a nosotros mismos.
Para protegernos de las ideas más contagiosas, es conveniente observar su epidemiología, intentar descifrar por qué tienen el poder de propagarse con tanta facilidad. Como regla general, las ideas más simples y reduccionistas son las más contagiosas. También son más peligrosas porque al contemplar solo una parte de la realidad, conducen a posturas sesgadas.
Seguir el rastro de una idea para ver cómo ha ido mutando para convencernos también es una estrategia para protegerse de su influencia. Así como intentar comprender qué valores, creencias arraigadas o emociones hace leva para seducirnos. Muchas ideas en realidad son eslóganes vacíos que se repiten hasta la saciedad para implantarse en la conciencia colectiva.
Con esas herramientas podremos construir una coraza de racionalidad para impedir que las ideas de los demás terminen poseyéndonos y digan nuestra vida. Sin embargo, quizás el escudo más eficaz contra las ideas ajenas es simplemente pensar. A fin de cuentas, cuando no somos capaces de generar nuestras propias ideas, argumentarlas y perfeccionarlas, nos convertimos en el recipiente adecuado donde los demás verterán sus ideas.
fuentes:
Haidt, J. y Joseph, C. (2004) Ética intuitiva: cómo las intuiciones preparadas de forma innata generan virtudes culturalmente variables. Dédalo ; 133(4): 55-66.
Jung, C. (2012) El libro rojo. Buenos Aires: El hilo D’ariadna.