La idea del multiverso ha sido un enigma para la física moderna y ahora también es un hito de la cultura pop. Producciones como Dark, Rick & Morty y lo último de la Fase 4 de Marvel, entre otras, han alimentado ese argumento, que hoy en día nos brinda una amplia oferta sobre el tema. Sin embargo, también es cierto que a veces un concepto que promete ingenio y abundancia narrativa termina por ser una infinita mezcla de clichés.
Por fortuna, eso no ocurre en Todo en todas partes al mismo tiempo. A diferencia de otros títulos, el multiverso de la película es un exuberante torbellino de anarquía de géneros dirigido por Daniel Kwan y Daniel Scheinert. Los cineastas, que trabajan bajo el nombre de Daniels y que son más conocidos por la película Swiss Army Man (Un cadáver para sobrevivir, 2016), lograron desafiar las leyes de la probabilidad, la plausibilidad y la coherencia. La trama de esta película está tan llena de giros inesperados como la olla de fideos que aparece en una de las primeras escenas.
La película es un viaje metafísico en un multiverso galáctico-cerebral, pero en el fondo, y paradójicamente también en la superficie, es un drama doméstico agridulce, una comedia marital, una historia de lucha de inmigrantes y una balada llena de dolor de madre e hija. Es la muestra de que amar no es algo intuitivo sino una decisión.
El dominio de los Daniels de diversos géneros cinematográficos es enciclopédico y también excéntrico. Mientras Evelyn, la protagonista, zigzaguea a través de varios universos, se encuentra en una copia de acción real de Ratatouille; una parodia humeante de In the Mood For Love de Wong Kar-wai; un mundo donde los humanos tienen hot-dogs en lugar de dedos y tocan el piano con los pies; y una fiesta de cumpleaños infantil donde ella es una piñata. El filme retoma el estilo del cine de acción oriental y en varias escenas resulta inevitable pensar en Kill Bill.
La escena del entrenamiento de artes marciales de Evelyn donde su senséi le dice que inclusive una galleta puede ser Kung-fu es más que simbólica. Es un guiño dentro de la película a la forma de pelear de Waymond. Una forma amable y gentil de ganar sus batallas.
El fundamento filosófico de esta locura es la idea de que cada elección que Evelyn y todos los demás han tomado en su vida fue un acto involuntario de cosmogénesis. Los caminos no tomados florecen en nuevos universos, un sinfín de posibilidades. La escena de las rocas es algo que no se había visto en mucho tiempo.
Las travesuras metafísicas resultan descansar sobre una sólida base moral. El multiverso, por no hablar de su propia familia, puede estar más allá del control de Evelyn, pero ella posee libre albedrío, lo que significa responsabilidad por sus acciones y obligaciones con quienes la rodean. A medida que sus aventuras se vuelven más elaboradas parece que se convierte en uno de esos héroes de películas solitarios y casi mesiánicos, «el único» que tiene el poder de enfrentar el mal absoluto. Y aunque Michelle Yeoh tiene la calidad actoral necesaria para ser la mejor heroína de todos los tiempos, la cinta se desvía del argumento del heroísmo habitual. Nadie está solo en el multiverso, que resulta además ser un lugar donde las familias pueden trabajar sus problemas.
Aunque la variedad visual y los efectos especiales pueden resultar deslumbrantes, lo mejor de la cinta es que también conmueve y sacude las emociones del espectador.
La película nos recuerda que el cine también nos invita a sentir y disentir.
Nos invita a llorar.
A reír.
A reflexionar.
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