Por la doctora Albarracín.- Cada vez es más evidente el papel de mera comparsa que han desempeñado las Agencias Reguladoras en la autorización de las vacunas covid. Por si fuera poco, a la aceptación de insuficientes y amañados estudios clínicos, vienen a sumarse conflictos de interés y carencia absoluta de control y supervisión de la calidad del producto para garantizar, al menos, su seguridad. Estos aspectos han venido a confluir en los escándalos que se han denominado placentagate y plasmidgate, de los que los medios mayoritarios, por supuesto, no han dicho ni pío, a pesar de sus graves repercusiones.
PLACENTAGATE, se refiere a la investigación realizada sobre las LNP, es decir las nanopartículas lipídicas que transportan el mensajero en las vacunas de ARN y que han demostrado la alta afinidad de las mismas por la placenta, lo que supone que en las embarazadas van a poder dañar la placenta y llegar al embrión, habiendo muchas probabilidades de que se produzca un aborto e incluso un mortinato, como se ha podido comprobar con el alarmante número de estos casos desde que se implementaron dichas vacunas. Pero lo peor es que los científicos en los que se basó el discurso oficial para decir que eran seguras para las embarazadas tenían evidentes conflictos de interés, como es el caso de Victoria Male, profesora de Inmunología Reproductiva en el Departamento de Metabolismo, Digestión y Reproducción del Imperial College de Londres cuyo padre: David Kingsley Male es titular de una patente de desarrollo de las nanopartículas lipídicas.
En cuanto a PLASMIDGATE, es verdaderamente un escándalo sin precedentes la dejación de función de los reguladores en la supervisión de estos productos: las “vacunas” de ARNm de Pfizer y Moderna.
Para poder comprender lo que se ha descubierto, es necesario explicar muy someramente el proceso de fabricación de estas vacunas:
En primer lugar, es necesario construir un plásmido (doble hebra de ADN circular capaz de ser reproducido por bacterias) que contenga la información genética de interés, en este caso la secuencia genética de la proteína espiga (spike protein) del coronavirus. Pero esta secuencia debe estar acompañada de otra información genética: un vector de expresión (para que las bacterias lean la secuencia y la reproduzcan) y un gen de resistencia a antibióticos (para poder seleccionar posteriormente mediante eliminación por antibióticos aquellas bacterias que han expresado la secuencia plasmídica).
En segundo lugar, este plásmido se inyecta en algunas bacterias, generalmente E. coli y se lleva a los fermentadores, una especie de reactores de crecimiento bacteriano para multiplicar rápida y abundantemente las colonias bacterianas. Cuando ya hay una gran cantidad se eliminan las cepas que no han expresado el plásmido mediante antibióticos.
En tercer lugar, se toman estas bacterias con el plásmido y se abren para extraerlo, después dicho plásmido se linealiza mediante enzimas (para que pierda capacidad de reproducirse).
En cuarto lugar, el ADN se transcribe in vitro a ARN mediante enzimas y después se le añaden las secuencias de maduración (colas poliA) para que el ARN pueda ser capaz de sintetizar proteínas. En este caso se supone que la spike protein.
Finalmente, se purifica el ARN terminado de editar para eliminar los restos de ADN no deseados. Si queda ADN se considera un contaminante ya que puede disminuir la seguridad del producto y generar efectos adversos en quienes lo reciban.
Pues bien, la secuenciación independiente de vacunas mono y bivalentes de Pfizer y Moderna, ha sido realizada por Kevin McKernan et al. El Dr. Kevin McKernan es un experto en secuenciación de ADN. Formó parte del Proyecto Genoma Humano en el Instituto Whitehead de Investigación Biomédica del MIT, fundó su propia empresa Medicinal Genomics y desarrolló el secuenciador SOLiD para la secuenciación de ácidos nucleicos de última generación. Se puede afirmar con contundencia que sabe lo que está haciendo cuando se trata de análisis de ácidos nucleicos y ha demostrado que la fabricación de las vacunas de ARNm se ha hecho absolutamente fuera de control y que los reguladores “han hecho la vista gorda”.
Repasemos sus descubrimientos:
Todas las vacunas analizadas de ambas marcas: Pfizer y Moderna están altamente contaminadas con ADN plasmídico residual y esto no es una minucia. Si bien la EMA estableció unos límites: 330ng/mg (no se sabe cómo porque no debe quedar nada) el ADN encontrado por McKernan está cien veces por encima de dichos límites. Es decir, contienen entre un 20 y un 35% de ADN plasmídico, lo que supone miles de millones de secuencias por dosis.
Este ADN plasmídico es en gran medida circular, con lo que sigue manteniendo su capacidad de replicación en bacterias, por ejemplo coliformes intestinales a los que las LNP vacunales llegan en unas horas.
La replicación bacteriana in vivo supone dos peligros potenciales: por una parte, la generación de cepas bacterianas resistentes a los antibióticos cuyo gen se ha insertado en el plásmido (concretamente los aminoglucosídicos kanamicina y neomicina). Bacterias que pueden ser diseminadas luego al medio ambiente a través de las heces de los inoculados, aumentando dramáticamente el problema de las resistencias a los antibióticos. Por otra parte, la posibilidad de bactofección, es decir, de transfección del plásmido a células humanas, especialmente a células del sistema inmune si fagocitan estas bacterias, con el consiguiente daño inmunológico.
Pero es que además en el dichoso plásmido, McKernan ha descubierto no uno sino dos vectores de expresión, uno es el T7, es un vector de fago para bacterias, lo que estaría justificado para aumentar la producción, pero el otro es un vector de expresión de 72 pb del SV40, dirigido a células eucarióticas como las del cuerpo humano, esta secuencia es una señal de localización nuclear por lo que hay peligro de posible inserción en el genoma humano de dicho plásmido sin necesidad de recurrir a un proceso de retrotranscripción, lo cual se ha negado hasta la saciedad por los oficialistas y que podría estar en la base del llamado covid persistente de causa vacunal. Para más inri ese vector SV40 es un conocido oncogén, es decir, un gen capaz de desencadenar procesos tumorales.
Para terminar de arreglar este desaguisado, McKernan ha comprobado que la transcripción del ADN que codifica la spike protein es defectuosa, ya que la enzima transcriptasa que de por sí es propensa a errores, lo es mucho más cuando tiene que agregar un nucleósido anómalo: la metil pseudouridina (que ha reemplazado a la uridina normal para que el ARN vacunal no sea rechazado rápidamente por el sistema inmune). Esto da lugar a muchos ARN truncados, algo que reconoció incluso la EMA denunciando hasta un 45% de truncados en las vacunas Pfizer. Pero estos ARN truncados si reciben cola de poliA, ya que ésta se añade después de la transcripción, podrán ser traducidos a proteínas, que nadie sabe qué harán en quienes se inoculan y que pueden ser tóxicas o comportarse como autoantígenos.
En resumen:
La contaminación biológica de las vacunas de ARNm (Pfizer y Moderna) supera los límites establecidos por los reguladores y es peligrosa para la salud.
La purificación defectuosa de estos productos puede dar lugar a reacciones adversas graves por la posible presencia de restos de LPS que son endotoxinas bacterianas.
Puede favorecer que se generen cepas bacterianas resistentes a los antibióticos con el consiguiente daño en casos de necesidad de su uso.
Hay peligro e inserción en el genoma humano de estas secuencias genéticas con consecuencias imprevisibles a largo plazo y con la capacidad de producir COVID PERSISTENTE.
Suponen un estímulo probable para el crecimiento de tumores y cáncer.
Si la producción de proteína espiga del coronavirus estimulada por el promotor SV40 se prolonga en el tiempo ¿estamos ante una forma subrepticia de vacuna autoamplificable?
Finalmente recordar que, a pesar de que las empresas productoras de estos productos génicos tuvieron buen cuidado de blindarse ante posibles demandas por el daño causado, este blindaje judicial deja de ser efectivo por NO CUMPLIR CON LAS ESPECIFICACIONES DE SU PRODUCTO.
Plasmidgate y Placentagate: Los nuevos escándalos de Pfizer y Moderna