El Ser, la Verdad, Dios o cualquier nombre que le demos a la Realidad, no hace referencia a un objeto del pensamiento, no alude al contenido de ningún conocimiento conceptual y no se puede comprender mediante ningún proceso mental, por sutil o sintético que sea. Escapa por completo al dominio de la mente, la memoria y las sensaciones. El Ser no se halla en lo conocido ni en lo pensable o concebible, ni tampoco se puede llegar a él expandiendo los límites de estos ámbitos. El único modo de acercarnos a él es mediante el abandono y la entrega de la mente y sus afirmaciones.
La mente no puede conocer el Ser o la Realidad; solo puede conocer la apariencia de los nombres, las formas y los procesos de devenir. Es incapaz de conocer la esencia de nada, ya se trate de una roca, de un árbol, una persona o una emoción. No puede aprehender la presencia sagrada, sino que únicamente abarca los detalles superficiales de la vida. Como vivimos en el pensamiento, no podemos conocer la Realidad, aunque sí podemos concebirla y pensar en ella de muchas formas diferentes.
La mente en sí misma no tiene ninguna existencia, realidad o ser verdadero. El yo separado es una entidad problemática que constantemente trata de «llegar a ser», de convertirse en algo distinto de lo que es, pero sin alcanzar jamás un estado duradero de paz o plenitud. La mente tan solo está hecha de pensamientos, nombres y formas, un conocimiento superficial encajonado entre las dos ignorancias mayores del nacimiento y la muerte. Nunca está presente, jamás se limita simplemente a existir, a estar en unidad con todo. Siempre está ausente, siempre anda en otra parte, aislada en su patrón de búsqueda y en sus intentos por convertirse en otra cosa. La mente es demasiado complicada y está demasiado asediada por recuerdos y sensaciones como para ser capaz de descubrir la sencillez y la inocencia de lo sagrado. Se afana por detectar diferencias en las formas y, al hacerlo, pasa por alto el espacio del Ser que está presente por igual en todo.
Cualquier cosa en la que pensemos no es la Realidad. Cuando pensamos en alguien nos formamos una imagen o una identidad de ese individuo, pero esa imagen no se corresponde con la persona real, con el sujeto consciente que en verdad es. El Ser real, que es uno y el mismo en todo, no se puede reducir a un patrón de pensamiento o emoción; solo en la receptividad y el silencio es posible entrar en comunión con él. El Ser siempre se muestra abierto y receptivo para nosotros, pero al estar encerrados en nuestros propios procesos de pensamiento, nos resulta imposible reconocerlo. Es una apertura y una benevolencia que se desborda desde lo atemporal e inunda la totalidad de la creación.
No percibimos esta Realidad tan extraordinaria porque nuestra atención está puesta en otra parte. La pasamos por alto porque estamos profundamente sumidos en las distracciones de nuestros propios patrones de pensamiento. El Ser es auto-luminoso y se revela por sí mismo ante sí mismo, pero al estar hipnotizados por nuestro propio proceso de devenir personal, somos incapaces de detectar su presencia. La pantalla de nuestros pensamientos egocéntricos nos impide verla.
Para poder conocer el Ser, antes que nada hemos de ser. Solo el Ser puede conocer el Ser. Somos Eso en virtud de lo cual somos, y no la entidad que busca o desea. Nos convertimos en Eso al dejar de esforzarnos por convertirnos en algo distinto, y eso equivale a ofrecer la mente para que se consuma en la llama de la conciencia que nos libera más allá de los límites del tiempo y el sufrimiento.
Es posible incidir con la voluntad en esa experiencia del ser al ambientar el espacio para el silencio, como el de la meditación, el contacto directo con la maravillosa naturaleza, de día o en la penumbra, en medio de un bosque, junto a un río, etc.