En esta nueva modernidad, el imperativo se produce en nombre de una ley de hierro, que es la ley propia del mercado. Todo aquello que se haga tiene que tener una utilidad directa: servir a un fin bien determinado. Esa es la ley. Una vez, un amante me preguntó qué había hecho durante la tarde; le respondí que me la había pasado escribiendo. Inmediatamente –y con un tono aleccionador– me dijo que no todo era productividad y hacer en la vida. Idea con la que estoy muy de acuerdo, pero rápidamente también le conté que me la pasé escribiendo ¡poemas! ¿Qué cosa en el mundo hay menos útil que la poesía? Mucho más interesante que adoctrinar al otro es preguntar. Abrir el paisaje, dejarse sorprender, escuchar.
La prosa del mundo capitalista “aísla, maltrata, asesina incluso a los poetas y la poesía”.1 En consonancia con esta ley de hierro, para el filósofo Jean Baudrillard,2 en la cultura moderna encontramos la fascinación por la norma llevada al máximo y, también, por el control de la probabilidad.
Entonces, dentro de esta mano de hierro que nos atosiga y aprieta ¿qué espacio queda para el azar, el accidente, la perplejidad ante la pregunta, la inutilidad del tiempo, la complejidad, el malentendido? ¿Para la poética de la vida cotidiana, la danza de los cuerpos transpirados, las piezas fragmentarias y contradictorias de nuestras vidas? En definitiva: ¿qué lugar queda para el erotismo, el amor, y la pura pérdida del juego?
Deserotizar la experiencia
La degradación de la vida erótica está estrechamente relacionada con la exacerbación narcisista del sujeto moderno, siendo el propósito radical del capitalismo deserotizar lo más posible cualquier tipo de experiencia. Para el erotismo –y no me refiero solamente a la escena sexual propiamente dicha, sino a cualquier escena que nos transporte a otra frecuencia desconocida– se necesita tiempo. Disponibilidad psíquica y física. Energía. Así como también, un poco de secreto y de pausa.
Podríamos escribir una lista de demandas que se presentan como obligatorias –veladas, a veces, en preguntas– y que recibimos de distintos sitios. Especialmente los virtuales, como las redes sociales, donde se atenta contra este tiempo. ¿Qué estás pensando?: ¿fuiste a congelar los óvulos?, ¿te pusiste la copa? ¿Qué estás pensando?: ¿dejaste de comer carne?, ¿te informaste sobre la variante delta? ¿Qué estás pensando?: ¿probaste el nuevo filtro para las selfies?, ¿te sacaste una foto? ¿le ocultaste a tu pequeño mundo lo miserable que puede ser tu vida? ¿Qué estás pensando?: ¿te castigaste por fumar?, ¿sabés el contexto que le da sentido al meme del que todos hablan?, ¿stalkeaste a tu ex? ¿Qué estás pensando?: ¿sufriste porque ya no tenés ni nunca más tendrás veinte?, ¿sufrís todavía, y mucho, por todo lo que te pasó (y lo que no pasó) a los veinte? ¿Qué estás pensando?: ¿le supusiste felicidad al influencer de turno?, ¿lo envidiaste? ¿Qué estás pensando?: ¿ya comentaste, con tu verborragia incontenible, todos los posteos de Facebook? ¿Qué estás pensando?: ¿ya te sacaste una foto el día que te vacunaste, maldiciendo porque en tu sangre no está la vacuna rusa?, ¿aprovechaste la pandemia para crecer en tu negocio?, ¿te purgaste de los vínculos tóxicos?, ¿ya contaste los días que pasaste sin coger? ¿Qué estás pensando? Y la lista continúa. Así de excesiva es la demanda que nos llega desde tantos frentes. Como diría la poeta Idea Vilariño:3
Todo es muy simple mucho
más simple y sin embargo
aún así hay momentos
en que es demasiado para mí.
Es demasiado para todos/as.
Nadie negaría que nos vemos empujados a mostrarlo todo, a comprarlo todo, a decirlo todo. Lejos de demonizar los recursos tecnológicos con los que hoy contamos –gracias al avance de la ciencia y al (¡hay que decirlo!) capitalismo–, que en épocas pretéritas eran impensados, creo que logramos ser un poco subversivos cuando nos detenemos y pensamos el uso que queremos darles. Cuando advertimos que la voracidad con la que nos dirigimos a las redes sociales es tal que caemos rendidos en la cama con el celular en la mano, tal vez sea tiempo de tomar distancia. De despegarnos del objeto. De alternar. Entrar, retirarse, entrar, retirarse. El erotismo no acontece en la fusión indiscriminada y continua; asfixiante y voraz. Está en la música que suena en los intersticios: esa melodía, intermitente y asimétrica, que va y viene, viene y va.
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Es un tanto inquietante que ya Freud, en 1927, nos advierta que “es probable que nos aguarden desarrollos culturales en que satisfacciones de deseo hoy totalmente posibles parezcan tan inaceptables como ahora lo es el canibalismo”.4 Pareciera que la orientación en el discurso capitalista es, justamente, considerar las intromisiones de Eros como no aceptables. El narcisismo (de hierro) del sujeto consumidor rechaza a Eros, en un intento de evitar las oscilaciones y desengaños del amor sexual. Ahora bien, una cosa es incorporar la ternura, más afín a la paz, para abrigar las noches frías después del encuentro ardiente entre los cuerpos. Pero otra muy distinta es pretender que la ternura deba reemplazar completamente al desquicio de la pasión sexual, o lo que es peor: eliminarla de la existencia. El desafío tal vez sea crear atmósferas afectivas, siempre provisorias, donde la danza entre el amor, el sexo y la ternura, acontezca. Suceda. O poder aceptar que eso también puede no pasar. Y si no es eso lo queremos, poder retirarnos y zarpar a otros bailes.
Referencias
1. Miller, Jacques-Alain, Un esfuerzo de poesía, Paidós, Buenos Aires, 2016, p. 45.
2. Baudrillard, Jean, Cultura y simulacro, Kairos, Barcelona, 2002.
3. Vilariño, Idea, En lo más implacable de la noche. Antología Personal, Colihue, Buenos Aires, 2016, p. 66.
4. Freud, Sigmund, “El porvenir de una ilusión”, en Obras completas, tomo XXI, Amorrortu, Buenos Aires, 2011, p. 11.
https://pijamasurf.com/2023/04/el_rechazo_de_eros_sobre_el_narcisismo_de_hierro_capitalista/