El poderoso banquero David Rockefeller (1915-2017) se convirtió en el máximo exponente mundial de la globalización política y económica, cuestión que tanto él como el resto de los miembros del clan familiar siempre tuvieron como uno de sus principales objetivos. Dicho objetivo mundializador, que pretendía el fin de los estados-nación y el nacimiento de superestructuras políticas que no estuviesen bajo el control de la ciudadanía, sino de grandes corporaciones transnacionales –tal como está ocurriendo hoy en día–, contó desde el principio con la colaboración de otras poderosas familias de banqueros como los Morgan, los Rothschild o los Warburg.
Estos clanes de banqueros estuvieron detrás de la creación en 1954 del Club Bilderberg. Desde entonces, una vez al año se reúnen en un punto del mundo diferente líderes políticos, directivos y propietarios de las más importantes multinacionales del planeta e intelectuales del «sistema», a fin de llegar a acuerdos y tomar decisiones conjuntas respecto a ciertos temas de calado internacional. Pero el Club Bilderberg, a pesar de su innegable influencia en la política mundial, constituye solo uno de los «peones» de la élite mundial para imponer un sistema político-económico controlado por una serie de transnacionales y entidades financieras, en el que la democracia tal como la entendemos ya no tendría razón de existir.
El gobierno invisible de las élites
En 1923, el padre de David, John D. Rockefeller, contrató a un equipo de asesores con el único cometido de fichar a individuos influyentes en distintos ámbitos del mundo occidental, a fin de incorporarlos a su empresa. Para tal cometido creo la Fundación Rockefeller, que desde su nacimiento constituyó la fuente de financiación de los más importantes think-tanks (laboratorios de ideas) del planeta. Dichas organizaciones ejercen una influencia capital en gobiernos y medios de comunicación de medio mundo. Es más, periódicos, radios, televisiones, partidos políticos, universidades y otras instituciones tanto públicas como privadas reciben ayudas y financiación de los más poderosos think-tanks, que vendrían a ser algo así como los creadores en la sombra de la llamada opinión pública y de la ideología capitalista dominante en la actualidad.
Son, por tanto, gobiernos en la sombra. De hecho, en lo que se ha bautizado como el efecto de las puertas giratorias, prominentes miembros de estos gabinetes estratégicos suelen terminar ocupando relevantes cargos políticos, académicos o en consejos de administración de empresas, para retornar luego a su puesto en el ‘think-tank’ de turno, una vez logrado el objetivo para el que fueron promocionados en su momento.
En 1973, David Rockefeller decidió crear la mayor “multinacional ideológica” del planeta. Para ello organizó una reunión de dos días –el 23 y el 24 de junio de 1972– en su mansión de Pocantico Hills, situada a unos cuarenta kilómetros de Nueva York, a la que acudieron personas muy cercanas al banquero, como McGeorgeBundy, secretario de Seguridad Nacional durante la presidencia de Kennedy y presidente de la influyente Fundación Ford, o Karl Carstens, que años después se convertiría en presidente de la República Federal de Alemania, además de otros prominentes políticos y financieros. El fin de dicha «multinacional ideológica», bautizada como Comisión Trilateral –pues agrupa a algunos de los personajes más poderosos e influyentes de Europa, EE UU y Japón–, tal como declaró años después de su creación el propio Rockfeller en un alarde de sinceridad, es «sustituir a la soberanía de los pueblos por una élite de técnicos y financieros que gobierne en la sombra». Casi nada…
Tecnología contra las masas
Los cazatalentos de Rockefeller descubrieron a principios de los años 70 al que se convirtió desde entonces en ideólogo de la Trilateral: el politólogo polaco emigrado a EE UU Zbigniew Brzezinski. Ya entonces, éste defendía la próxima caída del imperio soviético y el advenimiento de una época en la que el desarrollo tecnológico posibilitaría que una élite de financieros y pensadores dirigiera el planeta en una especie de dictadura encubierta. De hecho, Brzezinski –que años después ocupó relevantes cargos en el Departamento de Estado de EE UU y en el Consejo de Seguridad Nacional de dicho país– ya entonces era un furibundo defensor de recortar el poder de gobiernos e instituciones democráticas en beneficio de las multinacionales.
Brzezinski ideó algunas de las operaciones más exitosas de los servicios secretos de EE UU, y son muchos los autores que defienden que planificó la caída la URSS. De hecho, se sabe que ideó la “trampa afgana”, que provocó la invasión de Afganistán por el Ejército soviético. También salió de su brillante mente la creación del movimiento muyahidín, liderado por Bin Laden y financiado por la CIA a través del ISI, el servicio de inteligencia paquistaní. El resto es historia. Las tropas de Bin Laden expulsaron a los soviéticos del país, lo que constituyó el principio del fin del bloque soviético. Posteriormente, el saudí acabó convirtiéndose en el principal enemigo de EE UU.
En su obra ‘La Era Tecnotrónica’, publicada en el lejano 1970, Brzezinski escribió: «El desarrollo tecnológico va diseñando paulatinamente una sociedad más controlada. Esa sociedad será dominada por una élite de personas libres, no constreñidas por los valores tradicionales, que no dudarán en realizar sus objetivos mediante el uso de los últimos avances técnicos en la manipulación del comportamiento humano. Controlarán y vigilarán con todo detalle a la sociedad, hasta el punto de que llegará a ser posible establecer una vigilancia casi permanente sobre cada uno de los ciudadanos del planeta».
En el mismo libro preveía que el advenimiento de «una crisis social continua, la aparición de una personalidad carismática y la explotación de los medios masivos de comunicación para obtener el apoyo de la opinión pública, constituirían los pasos fundamentales en la transformación paulatina de EE UU en una sociedad altamente controlada (…) Incluso podría ser posible –incluso tentador– la explotación de los frutos de la investigación técnica sobre el cerebro y el comportamiento humano para determinados propósitos político-estratégicos (de las élites)». Como veremos a continuación, dicho objetivo ya se encuentra en un proceso más que avanzado…
Medios masivos de desinformación
El 18 de enero de 1919 comenzaron en París las negociaciones para establecer las condiciones de la derrota de Alemania en la I Guerra Mundial (1914-1918). Los acuerdos de las potencias vencedoras dieron lugar al nacimiento de la Sociedad de Naciones. Sin embargo, los libros de historia suelen pasar por alto que algunos de los representantes políticos presentes en dichas negociaciones aprovecharon para dar forma al Instituto Real de Asuntos Internacionales (RIIA, por sus siglas en inglés), el “think-thank’ que configuró la sociedad occidental del siglo XX y lo sigue haciendo en el XXI.
Los fundadores del RIIA, más conocido como Chatam House, partían de la premisa de que el futuro del mundo pasaba únicamente por la pervivencia de un sistema capitalista global, dirigido por una élite de financieros y de «sabios» académicos. Y tal objetivo solo se podría llevar a cabo mediante una «eterna alianza» entre las élites estadounidenses y británicas, por encima de gobiernos y circunstancias políticas.
Entre otros, los fundadores del RIIA por el lado estadounidense fueron los hermanos Allen y Foster Dulles –que ocuparían los cargos de director de la CIA y secretario del Departamento de Estado respectivamente–, entonces representantes de las dos familias de financieros más importantes del mundo: los Morgan y los Rockefeller; Robert Lansing, secretario de Estado de EE UU; y Tasker Bliss, jefe de la Marina estadounidense. Entre los británicos destacaban Robert Cecil, asistente del secretario de Estado del Reino Unido, y Edward Grigg, asesor militar del Príncipe de Gales. En 1921 nació la sección estadounidense del RIIA, bautizado como Consejo de Relaciones Exteriores (CFR, por sus siglas en inglés).
Precisamente, uno de los fundadores del CFR fue Walter Lippman, intelectual, escritor y dos veces ganador del prestigioso Premio Pulitzer. Lippman estaba obsesionado con hallar el modo en el que sería posible controlar a una determinada población mediante el uso de los medios de comunicación de masas. En su obra «Opinión pública» (1922) relaciona a las masas con «una gran bestia» y un «rebaño desconcertado» que necesita ser guiado por una élite gobernante. Los miembros de dicha camarilla dirigente, defiende Lippman, deben aprender a emplear los medios de comunicación y propaganda para dominar a las masas sin emplear la coacción física.
La “superentidad” que manipula tus pensamientos
Otro de los pensadores de los dueños del mundo fue Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud. Su tesis de partida era que la población debía ser gobernada por un gobierno invisible como único modo de que perviviera el sistema político occidental. «La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones de las masas –escribía Bernays– es un elemento importante en la sociedad democrática. Aquellos que manipulan este mecanismo invisible de la sociedad constituyen un poder en la sombra que es el verdadero poder gobernante en nuestro país. Somos gobernados, nuestras mentes son moldeadas, nuestros gustos formados y nuestras ideas sugeridas, en gran medida por hombres de los que nunca hemos oído hablar».
Las campañas de “marketing” ideadas por Bernays crearon el modelo consumista capitalista, en el que la compra de productos no tiene que ver con la necesidad sino con la obtención de placer, pues un determinado bien es asociado por nuestro inconsciente a cierto concepto positivo –éxito, paz, sexo, tranquilidad, etc.– por influencia de la publicidad.
En las últimas décadas, la fusión de grandes conglomerados de empresas de los medios de comunicación, ha facilitado la uniformidad cultural en prácticamente todo el mundo, principalmente en Occidente. Si uno se preocupa en investigar qué multinacionales detentan la propiedad de los más importantes medios de comunicación, descubrirá con sorpresa que incluso grandes periódicos o emisoras de televisión que aparentemente son competencia y defienden líneas editoriales diametralmente opuestas, en realidad poseen idénticos dueños. Hoy en día, cinco empresas poseen la mayoría de los más importantes medios de comunicación del planeta. Y dichas empresas, a su vez, están participadas por ciertas multinacionales que comparten acciones con otras, que también dependen de ciertas corporaciones, y así hasta perdernos en un “mar” de compañías interpuestas e intereses varios que es imposible “decodificar” si uno no tiene los conocimientos adecuados.
Sin embargo, tres expertos suizos en sistemas complejos –Stefania Vitali, James B. Glattfelder y Stefano Battison– desarrollaron un modelo matemático para conocer cómo están entrelazadas las grandes corporaciones. «Este trabajo es el primer análisis global sobre el control de las transnacionales. En particular, analizamos la arquitectura de sus redes de propiedad, que nos permite computar el control que ejerce cada uno de los jugadores globales», explica Vitali. Los resultados de la investigación muestran que 737 compañías controlan el 80% de la red corporativa transnacional, y 147 de las mismas –lo que los investigadores denominan “superentidad”– tienen bajo su mando el 40% de dicha red global.
Radiaciones de microondas: el arma silenciosa
En 1976 tuvo lugar un extraño incidente en la embajada de EE UU en Moscú. El embajador Walter Stoessel sufrió una extraña enfermedad en la sangre parecida a la leucemia, además de padecer constantes dolores de cabeza y sangrar habitualmente por la nariz. Otros empleados de la legación presentaron síntomas similares e incluso dos de ellos desarrollaron cáncer. La CIA sospechó que los problemas de salud de sus compatriotas eran causados por la emisión de radiaciones electromagnéticas hacia la embajada por parte de agentes de la KGB. Lo lógico sería que ante tal suposición sacaran del país a los estadounidenses, pero la inteligencia de EE UU decidió encargar al doctor Milton Zaret que investigara la bautizada como “señal de Moscú». «La CIA me preguntó si yo creía que la radiación electromagnética emitida al cerebro desde cierta distancia podría afectar a la conducta de una persona y si las microondas podrían emplearse para el lavado de cerebro y para la ruptura mental de los prisioneros», confesó años después Zaret.
Con los datos obtenidos por la CIA, el Departamento de Defensa de EE UU puso en marcha una serie de proyectos para estudiar el uso de las radiaciones de microondas para el control mental, aunque años antes ya había comenzado a investigar los efectos de las radiaciones electromagnéticas sobre las formas de vida. Por ejemplo, en 1972, el Ejército de EE UU publicó un informe titulado ‘Análisis de las microondas para la guerra de barreras’, que describía el empleo de dicha tecnología contra personas, vehículos y armas.
Diez años después, en 1982, otro documento de la Fuerza Aérea de EE UU daba a conocer los resultados de varios experimentos militares en relación a la influencia del electromagnetismo sobre los individuos. En el mismo se puede leer: «Los datos actualmente disponibles permiten la proyección de que los campos de radiación de radiofrecuencia pueden plantear serias amenazas militares antipersonas. La terapia de electrochoque indica que la corriente eléctrica inducida es capaz de interrumpir completamente el funcionamiento mental durante cortos períodos de tiempo, obtener cognición durante períodos más largos y reestructurar la respuesta emocional en intervalos prolongados».
A mediados de los años 80, Eldon Byrd, ingeniero del Centro de Armas Navales de Superficie, organismo dependiente de la Marina estadounidense, declaró: «Entre 1981 y 1982, la Marina me encargó que investigara el desarrollo de dispositivos electromagnéticos que la Infantería de Marina pudiera emplear como armas no letales para el control de disturbios, rescate de rehenes, seguridad de embajadas y navíos y en operaciones clandestinas». Byrd experimentó con animales, descubriendo que las bestias irradiadas «mostraron a largo plazo una degradación de su inteligencia, imposibilitando que aprendieran sencillas tareas (…) A cierta frecuencia e intensidad de las emisiones electromagnéticas podía provocar que el animal se tumbara o diese vueltas».
Control electrónico de los ciudadanos
Son bastantes las evidencias que muestran que desde mediados y finales de los 80 se ha empleado armamento de microondas contra grupos de individuos, sobre todo durante manifestaciones en las cercanías de instalaciones militares. Por ejemplo, en 1985 miembros de un grupo pacifista se concentraron frente a la base de la Real Fuerza Aérea británica en Greenham Common (Gran Bretaña) para protestar contra la militarización de un espacio público. En cuanto los guardas de la instalación dejaron sus puestos y fueron sustituidos por aparatos de vigilancia electrónica, los manifestantes comenzaron a sufrir fuertes dolores de cabeza, depresión, desorientación, pérdida de memoria y vértigo, etc. El ingeniero de radar Kim Besly y la doctora Rosalie Bertell midieron los niveles electromagnéticos de la zona, encontrando una proporción cien veces superior a lugares circundantes.
Ahora bien, lo que muchos nos preguntamos es si mediante el empleo de dicha tecnología es posible “atacar” a la estabilidad mental de grandes grupos poblacionales. Pues bien, si hemos de hacer caso a lo revelado por varios investigadores, la respuesta es sí. De hecho, ya a principios de los años 70, el físico Robert C. Beck, asesor de la Marina de EE UU, aseguró que los proyectos militares en los que había colaborado demostraban que «un transmisor de bolsillo con niveles por debajo de 100 milivatios puede cambiar drásticamente la disposición de ánimo de las personas que no están al tanto de los ataques. Por tanto, es posible manipular en secreto la disposición de ánimo de poblaciones en enormes áreas geográficas mediante transmisiones invisibles y remotas de energía electromagnética». En la actualidad, las investigaciones militares del Ejército estadounidense sobre esta clase de armamento se desarrollan en el más absoluto de los secretos, como subproyectos dentro de la Iniciativa Estratégica de Defensa, conocida popularmente como “Guerra de las Galaxias”.
Implantación masiva de chips
Los teóricos de la conspiración aseguran que la pronta desaparición del dinero físico (situación acelerada por la pandemia de coronavirus) devendrá en la imposición de un único documento electrónico que servirá como tarjeta de crédito, cédula de identidad, cartilla de la seguridad social, etc. El objetivo de los dueños del mundo sería que pasados los años nos implantemos un chip en el cuerpo que haga las funciones de dicha “tarjeta multiusos”, de modo que estaremos completamente controlados por las élites en una especie de dictadura mundial encubierta.
La doctora Rauni-Leena Luukanen-Kilde, que investigó durante años los desarrollos militares en el campo de los microchips, escribió lo siguiente: «Es posible seguir a todas partes a los humanos que disponen de microchips. Grandes ordenadores pueden monitorear sus funciones cerebrales e incluso modificarlas alterando las frecuencias (…) Los microchips actuales funcionan por medio de ondas de radio de baja frecuencia. Con ayuda de satélites, es posible seguir la pista de personas con chips en cualquier lugar del mundo. Esta técnica fue una de las muchas que se probaron durante la última Guerra de Irak. Cuando un microchip de cinco micromilímetros se inserta en el nervio óptico del ojo, extrae los impulsos nerviosos del cerebro que incorporan las experiencias, los olores, todo lo observado y los sonidos que percibe la persona. En cuanto se transfieren y almacenan en un ordenador, estos impulsos nerviosos pueden volver a proyectarse a la persona (…) Un operador informático puede enviar mensajes electromagnéticos (codificados en señales) al sistema nervioso e influir en la conducta de la persona».
Dominio absoluto de nuestras vidas
Sea como fuere, de lo que no cabe ninguna duda es que el avance de la tecnología permite el control de la población como nunca antes en la historia de la humanidad. El futuro geopolítico del mundo, según la mayoría de los estudios prospectivos (que intentan avanzar el futuro basándose en los datos disponibles en el presente) de fundaciones, universidades, centros de investigación y servicios secretos, tendrá más que ver con el auge de ciudades que de naciones. Las ciudades más importantes del planeta se convertirán en algo así como ciudades-estados, cada vez con mayores competencias en detrimento de los países a los que pertenecen. El orden mundial que viene estará basado en grandes instituciones internacionales y esta clase de enormes ciudades-estado.
Pues bien, gobiernos como el de Arabia Saudí o empresas como Google llevan años desarrollando proyectos para dar forma a estas urbes del futuro. Se han bautizado como “ciudades de nueva generación”, en las que todas las actividades –comercio, tráfico, salud, transporte…– y los movimientos de los ciudadanos estarán completamente controlados por las autoridades a través de medios tecnológicos.
Pero es en China donde ya existen algunas ciudades de esta clase. Para las empresas tecnológicas suponen un nicho de mercado muy prometedor y para el Gobierno chino una oportunidad inmejorable para mantener bajo vigilancia y control a la población. Un buen ejemplo es Hangzhou, una ciudad de más de diez millones de almas que alberga la sede central de Alibaba, la multinacional china de comercio por Internet. Tecnología basada en inteligencia artificial detecta y resuelve problemas de tráfico, avisa a la Policía de accidentes, advierte de futuros problemas a los habitantes, etc. Además, es posible pagar en tiendas y restaurantes mediante un sistema de reconocimiento facial, y en muchos de estos establecimientos ya no existen empleados, sino que todo está automatizado.
Desde hace ya algunos años, el Ministerio de Seguridad Pública de China está centrado en extender por todo el país una red de videovigilancia basada en tecnologías de reconocimiento facial. De momento ya se emplea para identificar a absentistas en universidades, reconocer a los visitantes en centros oficiales o detectar a los peatones que cometen alguna infracción.
El “ranking social” que viene
Pero el proyecto que están desarrollando las autoridades del gigante asiático para obtener el control absoluto de su población es el llamado “ranking social”: un informe de cada persona que comprende todos sus datos personales, incluidas sus actividades financieras y en redes sociales o sus relaciones de amistad. En teoría, la participación es voluntaria, pero lo cierto es que ya se está poniendo en práctica en algunas ciudades sin el consentimiento de los ciudadanos. Es más, el intercambio de información entre el Estado chino y las multinacionales de datos que operan en el país cada vez es más estrecho, de modo que las bases de datos del “ranking social” operan en una doble vía: en la esfera pública (Estado) y en la esfera privada (empresas).
Estar dentro del programa de “ranking social” de China supone ventajas en el acceso al crédito, reservas de hoteles y vuelos, obtención de documentos oficiales, etc. Incluso el comportamiento de los amigos en redes sociales influye en la calificación del individuo. Poco a poco, formar parte de dicho programa se convertirá en esencial para vivir en las grandes ciudades de China. En cuanto a Occidente, los centros de poder miran con envidia al gigante asiático y ya están planeando introducir un sistema similar –adaptado a las características de la sociedad occidental– de control absoluto de la población.
Liu Hu es un periodista chino que escribe sobre censura y corrupción del Gobierno de China. Como consecuencia de su trabajo, Liu ha sido arrestado y multado. Sin que nadie le informara de ello, el Gobierno lo incluyó en 2019 en una lista negra del programa de “ranking social” bajo el epígrafe de “no calificado” para comprar un billete de avión, viajar en ciertas líneas de tren o solicitar un préstamo. «No había ningún expediente, ni orden policial, ni notificación oficial previa –aseguró Liu a ‘The Globe and Mail’–. Simplemente me aislaron de las cosas a las que alguna vez tuve derecho. Lo que realmente da miedo es que no hay nada que puedas hacer al respecto. No puedes informar a nadie. Estás atrapado en medio de la nada».
La OTAN dicta tus opiniones
En enero de 2017, Thierry Meyssan, periodista francés que dirige Red Voltaire –medio de comunicación contrario a las operaciones militares y de inteligencia de Occidente, y que las autoridades de EE UU acusan de actuar al servicio de Rusia–, publicó un amplio reportaje en el que desvelaba una compleja trama coordinada desde varias instalaciones de la OTAN y dirigida por la CIA. En 2009 se creó el Centro de Comunicación Estratégica de la OTAN con sede en Riga (Letonia) y, en 2014, el Gobierno británico creó la 77 Brigada, compuesta por unos 500 militares y más de un millar de civiles, procedentes del MI6 (servicio de inteligencia exterior del Reino Unido) y del Ministerio de Exteriores. La 77 Brigada trabaja mano a mano con otro grupo similar dependiente del Ejército estadounidense, y ambas tienen sus sedes en dependencias de la OTAN en Italia y Alemania. Su objetivo consiste en sabotear páginas de Internet que ofrecen informaciones alternativas sobre los atentados del 11-S y la guerra de Siria.
En 2015, también bajo el paraguas de la OTAN, nace el Centro de Análisis de Política Europea, un laboratorio de ideas que tiene como objetivo contrarrestar la información contraria a los intereses de Occidente en el centro y este de Europa. Y unos meses después, Federica Mogherini, alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, comandó un equipo especializado en comunicación estratégica que elaboró varios documentos dirigidos a los más importantes medios de comunicación occidentales. Este equipo se convirtió en el germen del Servicio Europeo para la Acción Exterior (EEAS, por sus siglas en inglés): en realidad una unidad de inteligencia especializada en comunicación estratégica, contrainformación y desinformación, que está dirigida por varios agentes del MI6 y que distribuye informes semanales sobre asuntos de actualidad a periodistas internacionales, analistas políticos, dirigentes gubernamentales, etc.
Desde principios de 2016, todas estas organizaciones y otras muchas quedaron bajo la coordinación del Centro de Comunicación Estratégica de la OTAN, desplegándose de esta forma toda una serie de operaciones masivas de relaciones públicas, desinformación y contrainformación.
Todo lo anterior supone, nada menos, que gran parte de las informaciones sobre asuntos internacionales que transmiten los ‘mass media’ están influidas, si no dirigidas y “cocinadas” por los especialistas del Centro de Comunicación Estratégica de la OTAN.
Operaciones de guerra psicológica en Internet
En febrero de 2017 tuvieron lugar una serie de manifestaciones en las principales ciudades de Rumanía contra el Gobierno de ese país. Para diversos analistas de asuntos militares, las protestas fueron organizadas por los departamentos de guerra psicológica de la OTAN, no para derrocar al presidente Klaus Werner Iohannis, sino para probar la capacidad de acción de la sección de guerra psicológica del servicio secreto ruso, que posee una enorme influencia en Rumanía. Las manifestaciones se organizaron a través de redes sociales.
Para Valentin Vasilescu, miembro destacado de la oposición rumana y experto en geoestrategia:
«Toda operación militar y, por tanto, toda operación psicológica tiene que contar con una cadena de mando. El análisis detallado de los mensajes a través de Twitter y Facebook ha permitido descubrir “nodos de red”, o sea, estados mayores implicados en la operación. Estos están entrenados en el uso de métodos de control de las multitudes para crear una situación de contagio entre individuos de diferentes medios y orígenes. Los especialistas en operaciones psicológicas disponen de un panorama instantáneo de la situación en el terreno. De esta manera, los estados mayores logran localizar fácilmente a los “repetidores de opinión”, es decir, a los individuos que influyen en los demás.
Los especialistas pueden entonces optar entre informarlos sobre el proyecto o mantenerlos en la ignorancia de lo que está sucediendo. Eso explica por qué algunos medios rumanos evitaron revelar detalles de las operaciones psicológicas o las interpretaron voluntariamente de forma errónea para disimular a los autores».
Como consecuencia de dicha operación –en teoría desarrollada por los expertos de guerra psicológica de la OTAN–, el 22 de febrero de 2017, Sergei Chougu, ministro de Defensa ruso, anunció en el Parlamento la puesta en marcha de poderosas estructuras especializadas en operaciones psicológicas militares.
Actualmente, las Fuerzas Armadas de Rusia cuentan con unidades de guerra cibernética y radioeléctrica y de operaciones psicológicas, distribuidas en cuatro mandos estratégicos (Oeste, Este, Norte y Sur). Estas secciones del Ejército ruso han desarrollado en el último año lo que ha pasado a denominarse “guerra híbrida”. Consiste en identificar las debilidades del enemigo en su territorio para explotarlas y exagerarlas mediante la creación de realidades falsas, transmitidas a través de Internet, las redes sociales y los medios de comunicación locales, manipulados con la creación de noticias ficticias. Se busca debilitar el respaldo de la población a las instituciones del estado que es blanco de las operaciones de desestabilización psicológica de Rusia. Incluso cuentan con desarrollos informáticos capaces de saturar el tráfico de información en Internet con informaciones falsas, o simplemente suprimirlo durante un tiempo determinado.
Guerra abierta en el ciberespacio
En agosto de 2016, un grupo de ‘hackers’ que se hace llamar ‘The Shadow Brokers’ consiguió robar varias armas cibernéticas –virus y programas empleados en operaciones de ciberespionaje– de la Agencia de Seguridad Nacional de EE UU (NSA, por sus siglas en inglés), ante la incapacidad de sus técnicos en seguridad para evitarlo. Los ladrones acabaron colgando los programas en Internet para que cualquiera pudiera descargárselos y utilizarlos. Los directivos de la NSA nunca supieron si el robo de las armas cibernéticas se hizo mediante una operación con elementos externos o contó con la colaboración de algún empleado de la NSA.
Como resultado de este hecho, la NSA tuvo que paralizar la mayoría de sus operaciones en curso, al tiempo que agencias federales estadounidenses, empresas, servicios secretos y gobiernos de diferentes países recibieron ataques informáticos empleando las armas cibernéticas de la NSA. Jake Williams, que trabajó durante años en el equipo de ‘hackers’ de la agencia de espionaje, declaró que el robo constituye «un desastre en múltiples niveles». También Leon Panetta, antiguo director de la CIA (2009-2011) y secretario de Defensa (2011-2013), aseguró que las filtraciones «han sido increíblemente dañinas para nuestra inteligencia y capacidades cibernéticas», puesto que «el propósito fundamental del espionaje electrónico es penetrar eficazmente a nuestros adversarios para reunir inteligencia vital», algo que solo funciona «si se mantiene en secreto y nuestros códigos están protegidos».
Altos cargos de la NSA y la CIA no tardaron en apuntar a los servicios secretos rusos, a los que acusan de intentar influir constantemente en la política interna de EE UU y de varios países de Europa dando a conocer información reservada para desestabilizar a dichas naciones.
El propio Barack Obama responsabilizó a Rusia del robo de miles de documentos internos del Partido Demócrata –luego filtrados por WikiLeaks– que ofrecieron una ventaja sin precedentes a Donald Trump en la campaña electoral contra Hillary Clinton. Sin embargo, nadie esperaba que los correos electrónicos del máximo experto en Rusia del Gobierno estadounidense acabaran en Internet a disposición de cualquiera. En julio de 2017, un ‘hacker’ que se hace llamar ‘Johnnie Walker’ difundió los ‘mails’ que envió y recibió Robert Otto durante dos años.
Otto era entonces director de la División de Asuntos Internos de Rusia en el Departamento de Estado. Los correos electrónicos demuestran que el especialista marcaba en gran medida las informaciones sobre Rusia que publicaban las grandes agencias de prensa y medios de comunicación, y manipulaba la percepción sobre este país de gobiernos europeos, oenegés, empresas, fundaciones y los más poderosos laboratorios de ideas. EE UU acusó a Rusia de esta operación cibernética de inteligencia, circunstancia que Putin negó durante una entrevista en la cadena NBC: «Es posible que alguien construya deliberadamente una cadena de ataques de tal forma que parezca que procedan de Rusia», aseguró intentando desmontar las abundantes pistas que apuntan a la responsabilidad de los ‘hackers’ del espionaje ruso en tales operaciones.
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