Los estudios del espacio que han llevado a cabo los especialistas en los últimos años aportan datos interesantes sobre nuestro Sistema Solar y la Vía Láctea. Se han descubierto muchos exoplanetas, lugares cuya existencia era impensable en el pasado y que nos han demostrado que, en los confines del espacio, hay mucho más de lo que pensábamos. Pero, aun así, el Sistema Solar sigue siendo un titán difícil de superar.

Un sistema planetario único

El Sistema Solar es tan único que podría explicar el motivo por el cual no se ha encontrado vida en ningún otro lugar. Y, al mismo tiempo, estaríamos comprobando que somos una mera casualidad, una excepción en el vasto firmamento en el cual muchas personas esperan que, antes o después, se encuentre algo. Pero, por ahora, es improbable. El Sistema Solar y las casualidades que se dieron cita en el mismo, fueron responsables de la vida y de todo lo que ha llegado a ver el planeta Tierra. Que algo parecido se vuelva a producir, es realmente complicado y ni siquiera los expertos más optimistas creen que pueda suceder.

Uno de los motivos por los que se piensa así es por todo lo que se está descubriendo recientemente con el telescopio James Webb. La enorme cantidad de exoplanetas que han salido a la luz dejan claro que las esperanzas de encontrar vida son muy reducidas. Porque la mayor parte de estos planetas coinciden en unos rasgos similares: son gigantes y están formados por gas o por hielo. No son prácticamente el lugar ideal para que se produzca la aparición de vida.

Es difícil, pero hay esperanza

Además de su propia composición, otro de los problemas que tienen estos planetas que se están descubriendo es que se encuentran orbitando demasiado cerca de sus estrellas principales. ¿Qué significa eso? Que las temperaturas son extremadamente agresivas. Es algo totalmente opuesto al Sistema Solar, donde los planetas, algunos, no están tan cerca del Sol como para que se trate de un problema. La Tierra, por ejemplo, está a una distancia de 150.000.000 km, por lo que no tenemos que preocuparnos, al menos hasta un futuro muy lejano en el que, como pronostican los expertos, el astro se pueda convertir en una amenaza para nosotros.

Pero es posible que todo cambie en el futuro. Quienes trabajan con el James Webb suelen afirmar dos cosas para que no se pierda la esperanza. La primera es que, indudablemente, la tecnología todavía se queda corta. Por mucho que ya estemos descubriendo exoplanetas, algo que hace 30 años habría sorprendido a los astrónomos de una manera explosiva, lo cierto es que solo raspamos en la superficie. La mayoría de descubrimientos se complementan con previsiones y análisis en los que no se puede decir que no haya cierta pizca de imaginación. La segunda cosa que dicen es que pensemos en cómo ha cambiado la astronomía en los últimos años y que imaginemos que eso puede volver a pasar.

Por lo tanto, nadie nos dice que no se pueda llegar a descubrir que alguno de esos exoplanetas es mucho más de lo que aparenta o que, más allá de la Vía Láctea, hay maravillas escondidas y, quizá, un sistema planetario que sea como el Sistema Solar. Las posibilidades son interminables y los astrónomos han aprendido, con el tiempo, que no se deben poner ningún tipo de límite.

También dicen que, ante todo, se debe tener paciencia. A día de hoy se podrían llevar a cabo pruebas adicionales observando el movimiento de los exoplanetas alrededor de sus estrellas. Pero lo cierto es que serían procesos tan largos que no tendría sentido invertir recursos en ello. Por lo tanto, se coincide en que lo mejor es esperar a tener la tecnología que permita ir más lejos. Hoy por hoy, el Sistema Solar seguirá siendo único, aunque quizá en 20 o 30 años ya no podamos decir lo mismo.