Los grandes interrogantes del alma

Por Ana Rita Jachimowicz Paz

Me encuentro entre las (¿muchas? ¿pocas? ¿no demasiadas?) personas para quienes el hecho de la propia situación existencial, del ser-en-el-mundo, del encontrarse desde el vamos “yectos” (arrojados) en él, como dice Heidegger (1), representa un interrogante y un misterio.

Desde el momento en que nuestra conciencia despierta al mundo en esta vida, nos encontramos siempre ya en una determinada situación: con un cuerpo, una conciencia, una personalidad, una familia, un entorno social y cultural, un país y un idioma. También estamos insertos en un contexto bionatural, con el sol, las plantas, el aire, los alimentos, el agua, la temperatura ambiente, etc. que garantizan nuestra vida biológica.

Solemos dar por sentados todos estos elementos.

Pero en determinadas circunstancias de nuestra vida se muestran, muy por el contrario, como un acuciante enigma a resolver, un mensaje a descifrar.

Este enigma a resolver toma la forma de grandes preguntas básicas acerca de la propia existencia y de la existencia del mundo.

¿Por qué hay algo y no más bien nada? ¿Por qué es el mundo así, y no de otra forma? ¿Quién soy? ¿Cuál es la causa de mi existencia? ¿Cómo y de dónde surge mi conciencia? ¿Por qué estoy acá? ¿Qué pasa con mi conciencia cuando muere el cuerpo físico? ¿Tiene sentido mi existencia y la de toda la humanidad? ¿Tiene algún sentido la existencia del mundo? ¿Cómo entender lo maravilloso y lo pavoroso que coexisten en él? ¿Existe el universo por alguna causa o es producto del mero azar?

Todos los seres humanos, en algún momento de nuestras vidas, especialmente en las crisis o en las situaciones-límite [2], nos planteamos estas preguntas básicas existenciales.

De niños todos nos hemos planteado más o menos conscientemente estos interrogantes con toda seguridad (por supuesto que no con esta terminología técnica o abstracta), pero no siempre nuestros padres o nuestros educadores han sabido estimular una búsqueda saludable de respuestas.

Además las grandes preguntas básicas existenciales son universales: encontramos intentos de responder a las mismas en todas las culturas, en todas las civilizaciones y en todas las épocas.

La consideración alternativa

Nuestra posibilidad de plantearnos todos estos interrogantes se fundamenta en una facultad específicamente humana que he denominado en otro lado [3] “consideración alternativa de la realidad”. Frente a cualquier circunstancia, el ser humano puede ver en un objeto lo que ese objeto no es, imaginando alternativas posibles.

Por ejemplo: somos mortales y queremos ser inmortales, no tenemos alas y queremos volar, no somos peces y queremos nadar, miramos nuestro pelo y vemos que podría ser de otro color, y lo teñimos de azul, etc.

La consideración alternativa de la realidad es lo que posibilita que la humanidad, a diferencia de los demás animales, tenga historia. Esta es la propiedad específicamente humana de cambiar sus patrones de conducta. Si no hay cambio, no hay historia.

Las abejas, por ejemplo, no poseen historia ni progresan. Siguen construyendo sus panales hexagonales como hace miles y miles de años. No se les ocurre un día construirlos cuadrados, por ejemplo. El ser humano, por el contrario, frente a lo que hay ve siempre otras opciones (“consideración alternativa”). Y construye rascacielos, iglúes, chozas, chalets, bungalows y palacios.

Entonces, frente a nuestra propia situación existencial, surge la idea de porqué es así y no de otro modo. No nos quedamos conformes, sino que nos cuestionamos siempre por qué es así y si no podría ser de otra manera. El mundo podría ser distinto. Nosotros podríamos ser distintos. El mundo podría no existir. Nosotros podríamos no existir.

De allí surgen las grandes preguntas básicas existenciales de la humanidad. Por ejemplo, la más básica de todas ¿Por qué hay algo y no más bien nada? [4]

Felicidad y sentido

Responder o no a dichas preguntas, no aportará beneficios materiales, poder o estatus social. (Quizás por ello no formen parte del sistema educativo oficial…)

Sin embargo, en ellas se juega nada menos que la felicidad y el sentido de nuestra propia vida. Las respuestas que les demos determinarán el “color”, la vibración básica de nuestra vida, en particular el sentido o sin-sentido que le daremos a la existencia cósmica y nuestra existencia personal.

¡Cuántas personas, poseedoras de salud, familia y bienes materiales, no logran sin embargo ser felices pues no pueden darle un sentido a sus vidas! Y viceversa, ¡cuántas personas carentes de lo que, según ciertos parámetros que los medios nos quieren imponer, son las condiciones indispensables de bienestar, gozan sin embargo de una actitud vital de optimismo y alegría!

Enmarcar la propia vida en una cosmovisión significante determinará el tono de felicidad o infelicidad básicas de la persona, independientemente de las circunstancias particulares adversas o favorables. Y nuestra cosmovisión básica dependerá de cómo hayamos elaborado el tema de los grandes interrogantes básicos existenciales.

Muchas personas afirman sin embargo poder vivir muy bien sin tener una respuesta a las grandes preguntas básicas existenciales. Pero ello es imposible. Como veremos a continuación, sucede en la práctica que…

¡Todos tienen alguna respuesta!

Con nuestra propia vida, todos contestamos implícitamente de alguna manera. Nuestra forma de vida, lo queramos o no, lo sepamos o no, siempre obedece a una cosmovisión, a un paradigma, a un sistema implícito de creencias. La mayoría de la gente que afirma no preocuparse por estas cuestiones, en realidad obedece inconscientemente al paradigma de vida propuesto por la educación, los medios masivos de comunicación y la publicidad. Cuanto más explicitemos nuestra forma de ver el mundo, o sea, cuanto más la iluminemos con la luz de la conciencia, más seremos nosotros dueños de ella y no ella dueña de nosotros.

Las distintas culturas han desarrollado disciplinas específicas que intentan explícitamente encontrar respuestas a los grandes interrogantes básicos de su situación fáctica. En Occidente fueron tomando la forma de la Ciencia, la Filosofía, la Religión y la Espiritualidad, cuyas propuestas analizaremos en los capítulos siguientes.

Notas:

  1. Heidegger, Martín – El Ser y el Tiempo, p. 152.
  2. Jaspers, Karl – Introduction à la Philosophie, p. 18.
  3. Jachimowicz, A. – ¿Por qué permite Dios el Mal en el Mundo?, p. 34.
  4. Leibnitz, citado en Abbagnano, Nicolás – Historia de la Filosofía, Vol. 2, p. 258.

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