[youtube=http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=4qUdWcqXDs0]
Clásica forma de representar el concepto de “cuando tomamos realmente conciencia de lo que está sucediendo, es demasiado tarde”.
La gran mayoría de los seres humanos percibimos, en líneas generales, que existe algo más allá de lo estrictamente físico, de las máquinas y estructuras perfectas que funcionan en estas visibles y acostumbradas tres dimensiones. Algunos creen en el bien y el mal, en dioses, en el poder del universo, en otras dimensiones, en seres pura y exclusivamente hechos de energía y en ángeles y demonios.
Lo cierto es que todos creen en algo, tarde o temprano. Pero esa creencia por lo general se alimenta del aprendizaje que obtenemos a través del tiempo y llega de la mano de religiones, dogmas, predicadores, gurúes, monjes, maestros o simples conferencistas. Iniciamos el recorrido hacia la verdad casi instintivamente y lo hacemos solos. Incluso nos pueden obligar a ir a una iglesia desde temprana edad pero quizá sea recién 10 años después cuando comenzamos a preguntarnos sobre esa creencia y a indagar más sobre el asunto. El disparador inicial suele venir desde un fuego interior. Aún cuando pensamos que fue una determinada persona quien nos hizo pensar en el más allá, ya existía interiormente ese fuego con sus primeras llamas.
Ya sabiendo el inicio de los cuestionamientos, es en el camino en donde vamos a fallar como los seres humanos que somos. Mi abuelo me decía que el cuerpo, de poder elegir, siempre tendía a la “vagancia”. Si yo tenía posibilidades de seguir durmiendo en vez de levantarme temprano con el frío y trabajar o estudiar, el cuerpo me pedía que siguiera durmiendo. Si tenía que optar entre una buena merienda o salir a hacer ejercicio, el cuerpo me pedía la merienda. Elegir la otra opción era la más difícil, el camino con más vallas. La mente también trabaja de una forma similar. Si estamos viendo televisión y tenemos que ir a completar un formulario complejo, estudiar o hacer cuentas, preferimos “quedarnos un ratito más”.
El hombre con el paso del tiempo se ha transformado en un autómata al que simplemente “le arrojan” las cosas y las procesa. “No tengo tiempo para pensar, tan solo pasámelo que lo hago”. Cuanto más automático, más fácil es y menos esfuerzo implica. Nos hemos acostumbrado a lo digerido para optimizar recursos y facilitarnos este complejo camino de la vida. Es por eso que preferimos simplemente prender la televisión un rato a la medianoche y escuchar lo que tiene un pastor para decir que transitar por el largo recorrido en la búsqueda de la verdad, en el aprendizaje de quién soy, qué me rodea y qué hay más allá.
No veo mal tener guías, siempre y cuando nos tomemos el trabajo de analizar primero lo que nos dicen, sentirlo realmente y siempre poseer la verdadera fortaleza como para decir “no estoy de acuerdo” o “no lo veo así”. Si podemos contar con la suficiente libertad como para decirle a nuestro guía “creo que Ud. está equivocado”, podemos seguir adelante. Y, por supuesto, resulta aún más rico el escuchar, ver y leer a cuantas más personas podamos.
Pero además del problema que se nos plantea cuando optamos por seguir al pie de la letra a una sola persona, doctrina o institución, está en el propio mensaje de quien intenta iluminarnos que suele caer constantemente en un terrible error. Todo el tiempo surgen mensajes como “amá a tu vecino”, “honrá a tus padres”, “sonreí”, “sé esto o aquello”. Comienza a funcionar una especie de lavado de cerebro para que salgas de esa conferencia pensando “tengo que sonreír, tengo que sonreír”. ¿Y qué pasa si no tengo ganas de reír? ¿Qué sucede si realmente no tengo ganas de amar mi vecino? Las acciones y sentimientos no se pueden forzar. No puedo salir a amar a todo el mundo simplemente porque alguien me lo dice. Para eso debo sentirlo, y sólo cuando lo sienta habré encontrado el estado puro de mi ser en forma transparente, dejando realmente inexistente a cualquier otra emoción o sentimiento como angustia, odio, resentimiento. Pero no puedo obligarme a sentirlo y mucho menos pueden obligarme a sentirlo.
Una vez más caemos en el mismo error. “No tengo tiempo de meditar, así que decime lo que tengo que hacer y lo haré. ¿Tengo que salir de acá con una sonrisa? De acuerdo”. ¿Qué ganamos con eso? ¿Qué hemos aprendido con eso? ¿Cómo evolucionamos con eso?
El cuerpo humanos es una máquina maravillosa pero, si dejamos que tanto nuestro cuerpo, mente y alma funcionen como un sistema operativo programado sencillamente para ejecutar comandos que nos arrojan, le perdimos el sentido a todo. La búsqueda de la verdad será en vano mientras estemos en modo autómata.
Para el final, dejo dos reflexiones interesantes. Una es la respuesta de Gurdjieff a “cómo llegar a ser cristiano, en la que encontré una asociación interesante para este artículo:
Ante todo, es necesario comprender que un Cristiano no es un hombre que se dice Cristiano o que otros llaman Cristiano. Un Cristiano es un hombre que vive de acuerdo a los preceptos de Cristo. Tal cual somos no podemos ser Cristianos. Para ser Cristianos debemos ser capaces de «hacer». No podemos «hacer»; con nosotros todo «sucede». Cristo dice: «Amad a vuestros enemigos», pero ¿cómo amar a nuestros enemigos si ni siquiera podemos amar a nuestros amigos? Algunas veces «se ama», y algunas veces «no se ama». Tal como somos ni siquiera podemos aun realmente desear ser Cristianos porque, nuevamente, algunas veces «se desea» y otras veces «no se desea». Un hombre no puede desear por mucho tiempo esta sola y misma cosa, porque de repente, en vez de desear ser Cristiano, se acuerda de una alfombra muy hermosa, pero muy cara, que vio en una tienda. Y en vez de desear ser Cristiano comienza a pensar en cómo comprar esa alfombra, olvidándose de todo lo que concierne al Cristianismo. O si algún otro no cree que él sea un Cristiano maravilloso, estará dispuesto a comérselo vivo o a asarlo en una hoguera. Para ser Cristiano hay que «ser». Ser significa: ser el amo de sí mismo. Si un hombre no es su propio amo, no tiene nada y no puede tener nada. Y no puede ser un Cristiano. Es simplemente una máquina, un autómata.
Y por último dos reflexiones de Krishnamurti:
La virtud está libre de autoridad
¿Puede la mente estar libre de la autoridad, lo cual implica que está libre de temor y, por lo tanto, ya no es susceptible de seguir a nadie? En tal caso, ello pone fin a la imitación, que es algo mecánico. Al fin y al cabo, la virtud, la ética, no son una repetición de lo bueno. En el momento en que la virtud se torna mecánica, deja de ser virtud. La virtud es algo que debe existir de instante en instante, como la humildad. La humildad no puede ser cultivada, y una mente que carece de humildad es incapaz de aprender. De modo que la virtud está libre de autoridad. La moralidad social no es moralidad en absoluto; es inmoral porque admite la competencia, la codicia, la ambición; por lo tanto, la sociedad alienta la inmoralidad. La virtud es algo que trasciende la moralidad. Sin virtud no hay orden, y el orden no es tal conforme a un patrón, a una fórmula. La mente que sigue una fórmula disciplinándose para alcanzar la virtud, origina para sí misma problemas de inmoralidad.
Una autoridad externa -aparte de la autoridad de la ley-que la mente proyecta como Dios, como moral, etc., se torna destructiva cuando esa mente está buscando comprender qué es la verdadera virtud. Cada uno de nosotros tiene su propia autoridad, como experiencia, como conocimiento, y trata de seguirla. Existe esta constante repetición, esta imitación que todos conocemos. La autoridad psicológica -no la autoridad de la ley. La autoridad del policía que cuida el orden-que cada uno tiene, se vuelve destructiva de la virtud, dado que la virtud es algo viviente, en movimiento. Tal como no podemos cultivar la humildad ni podemos cultivar el amor, así tampoco la virtud puede ser cultivada; y en ello hay una gran belleza. La virtud jamás es mecánica, y sin virtud no hay base para el claro pensar.
La vieja mente se halla atada por la autoridad
El problema es, entonces, el siguiente: ¿Es posible para la mente que ha sido tan condicionada -educada en innumerables sectas, religiones, y en toda clase de supersticiones y temores-, romper consigo misma y, de tal modo, dar origen a una mente nueva? […]. La vieja mente es, en esencia, la mente que se halla atada por la autoridad. No estoy usando la palabra autoridad en el sentido legalista; entiendo por esa palabra la autoridad como tradición, conocimiento, experiencia, la autoridad como el medio de encontrar la seguridad y permanecer en esa seguridad, externa e internamente; después de todo, eso es lo que la mente está buscando siempre: un lugar donde pueda sentirse segura, donde no se la perturbe. Tal autoridad puede ser la autoridad de una idea autoimpuesta o la así llamada idea religiosa de Dios, la cual no tiene realidad alguna para la persona religiosa. Una idea no es un hecho, es una ficción. La idea de Dios es una ficción; ustedes pueden creer en ella, pero sigue siendo una ficción. Para encontrar a Dios uno debe destruir por completo la ficción, porque la vieja mente es la mente temerosa, ambiciosa, la que tiene miedo de la muerte, del vivir y de la relación; consciente o inconscientemente, está siempre buscando permanencia, seguridad.
fuente del texto/ lucasraffablog.wordpress.com
http://sabiens.blogspot.com/2012/01/podriamos-estar-en-el-siglo-xxii.html?utm_source=feedburner&utm_medium=feed&utm_campaign=Feed%3A+Sabiens+%28SABIENS%29&utm_content=Google+Reader
DESDE el Mikro-koSmos al makro-kOsmos….ciertamente nadie accede al konocimiento sin el aprendizaje del rEflejo…. 🙂
todo es nada …y… en la nada esta tOdo…
in lak’esH!!!!!!!!!!
🙂