Acerca de los arquetipos, Carl Gustav Jung escribió en su libro El hombre y sus símbolos:
El arquetipo es una tendencia a formar tales representaciones de un motivo, representaciones que pueden variar mucho en el detalle sin perder un patrón básico […]. Son de hecho una tendencia instintiva […]. Es esencial insistir que no son meros conceptos filosóficos. Son pedazos de la vida misma –imágenes que están integralmente conectadas al individuo a través del puente de las emociones–. No se trata, pues, de representaciones heredadas, sino de posibilidades heredadas de representaciones. Tampoco son herencias individuales, sino, en lo esencial, generales, como se puede comprobar por ser los arquetipos un fenómeno universal.
En este contexto, el animus es el aspecto masculino del alma o del ser (que se manifiesta en lo femenino) a través del cual nos comunicamos con el inconsciente colectivo o el Anima Mundi (el «alma del mundo»).
En el sistema de pensamiento de Carl G. Jung, el animus también se considra el “responsable” de la vida amorosa para las mujeres, en tanto se utilizan héroes masculinos para la seducción del espíritu. Sin embargo, es importante anotar que en la alquimia y el pensamiento arquetípico en general, el ser es fundamentalmente andrógino, pues todos participamos en lo femenino y en lo masculino.
Desde esta perspectiva, el desarrollo del ser se entiende dividido en etapas con un sentido explícito de progresión y evolución.
Según Jung son 4 las etapas esenciales en el desarrollo del animus: Hércules, Apolo, Sacerdote y Hermes.
«La lucha de Hércules con el león de Nemea», Peter Paul Rubens (1615)
1. Hércules o el Atleta
En esta etapa estamos principalmente preocupados por nuestra apariencia, por la forma en que nuestro cuerpo se ve. Durante esta etapa podríamos permanecer horas mirándonos y admirando nuestro reflejo en el espejo, pues nuestro cuerpo y nuestra apariencia en general son lo más importante para nosotros. Nada más.
«Apolo y Pitón», Joseph Mallord William Turner (1811)
2. Apolo o el Guerrero
Durante esta etapa la principal preocupación es salir y conquistar el mundo, hacerlo lo mejor posible, ser el mejor y conseguir lo mejor, para hacer lo que hacen los guerreros y actuar como los guerreros actúan. Esta es una etapa en la que pensamos continuamente maneras de conseguir más de todos los demás, una etapa de comparación, de derrotar a los que nos rodean para poder sentirnos mejor porque hemos logrado más, porque somos los guerreros, los valientes.
«La sacerdotisa del oráculo de la antigua Delfos, Grecia», John Collier (1891)
3. Sacerdote o la Declaración
En esta etapa te das cuenta de que lo que has logrado hasta ahora no es suficiente para que puedas sentirte realizado y feliz. Ahora sientes la necesidad de hacer una diferencia en el mundo, maneras de servir a los que están a tu alrededor y de «dejar tu huella». En otras palabras, sientes más un impulso por dar que la necesidad de recibir. El dinero, el poder, las posesiones y otros bienes siguen apareciendo en tu vida, pero ya no les otorgas el mismo valor que antes, pues has perdido el apegado por cosas que sabes que puedes encontrar en otra etapa de tu vida. En suma, te has dado cuenta de que hay más en la vida que lo material. Comienzas a dejar de pensar sólo en ti mismo y, en contraste, buscas maneras vivir una vida de servicio. Todo lo que quieres hacer en esta etapa es ofrecer: lo que sabes, lo que tienes, lo que puedes. Has dejado atrás el egoísmo, el egocentrismo y la egolatría porque ahora sabes que dar es recibir y que parte del sentido de la vida es dejar este mundo un poco mejor de lo que era cuando llegaste.
«Las almas de Aqueronte», Adolf Hirémy-Hirschl (1898)
4. Hermes o el escenario del Espíritu
Según Jung, esta será la última etapa del animus, una etapa en la que nos damos cuenta de que nada de lo que ocurrió antes define por completo quién o qué somos. Nos damos cuenta de que somos más que nuestro cuerpo, somos más que nuestras posesiones, más que nuestros amigos, nuestro país, nuestras ideas y así sucesivamente. Llegamos a la conclusión de que somos seres divinos, seres espirituales teniendo una experiencia humana –y no seres humanos teniendo una experiencia espiritual. Ahora somos capaces de observarnos a nosotros mismos desde una perspectiva diferente. Ahora somos capaces de salir de nuestra propia mente, fuera de nuestro propio cuerpo y entender lo que realmente somos, para ver las cosas como son. Nos convertimos en el observadores de nuestras vidas.
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