Desde pequeños nos enseñan – al menos a la mayoría – a tratar con amabilidad a los demás. Nos enseñan a respetarlos, no ser groseros y evitar las palabras altisonantes. Nos enseñan a dar las gracias y decir “por favor”. Nos enseñan a pedir disculpas cuando nos equivocamos y a perdonar cuando los demás se equivocan. Tenemos interiorizadas esas normas sociales.
Sin embargo, nadie nos enseña a relacionarnos con nosotros mismos. Nadie nos enseña a hablarnos de la manera adecuada. Nadie nos enseña a tratarnos con la misma amabilidad y respeto con que solemos tratar a los demás. Como resultado, no es extraño que a veces nuestro diálogo interno se convierta en nuestro peor enemigo y genere muchos de los problemas emocionales que sufrimos como adultos.
El increíble poder del diálogo interior
“¡Qué tonto soy! ¿cómo no me di cuenta?”
“No tengo carácter, ¿por qué no fui capaz de decirle que no?”
“Soy un fracasado, no hago nada bien”.
Esas son tan solo algunas de las frases que puedes usar cuando te hablas a ti mismo. Normalmente ese discurso asume la forma de reproches, recriminaciones, críticas destructivas y juicios negativos sobre ti. Suelen dispararse cuando te sientes frustrado, enojado o triste, de manera que rediriges esos sentimientos negativos hacia ti mismo, culpándote por lo que has hecho y lo que has dejado de hacer.
En realidad, es un hábito que ponemos en práctica a menudo. Utilizamos el enorme poder del diálogo interior como un arma contra nosotros mismos, para menospreciarnos y culparnos por nuestro sufrimiento, sobre todo cuando nos sentimos atrapados, perdidos y confundidos. Cuando no sabemos qué hacer, a menudo reorientamos toda esa negatividad hacia nosotros. Justo en los momentos en que somos más vulnerables y necesitamos más compasión, nos convertimos en nuestro peor enemigo.
De hecho, la manera en que te hablas a ti mismo puede determinar tu nivel de sufrimiento o bienestar. Tu forma de tratarte puede llenarte de energía, brindarte la dosis de motivación que necesitas y hacerte sentir bien, aumentando las probabilidades de tener éxito o, al contrario, puede hacerte sentir miserable y fracasado, de forma que partirás con desventaja en cualquier proyecto que te propongas.
El lenguaje tiene un enorme poder referencial. Por ejemplo, si dices “mesa”, inmediatamente acudirá a tu mente la imagen de una mesa. Generalmente esa imagen es neutral, lo cual significa que no está vinculada a emociones, pero existen muchas otras palabras que desatan reacciones emocionales muy intensas, como «éxito» o «fracaso”.
Hay palabras que generan una cascada de emociones con su subsecuente estela de pensamientos conectados. Por ejemplo, observa cómo reaccionas y qué piensas cuando escuchas la palabra “vacaciones” o la palabra “putrefacto”. Es probable que reacciones de manera muy diferente.
La manera en que te hablas a ti mismo activa reacciones de ese tipo, aunque muchas veces no seas consciente de ello. Tu monólogo interior desata potentes reacciones emocionales y da pie a un sinfín de pensamientos negativos. No es casual que un estudio realizado en la Universidad de Durham descubriera que algunos tipos de diálogo interior están relacionados con la aparición de trastornos psicológicos como la ansiedad.
Sin embargo, lo más preocupante es que todos esos adjetivos que usas para calificarte, ya te digas “soy genial” o “soy un desastre”, terminan formando parte de tu identidad. Se convierten en etiquetas que adhieres a tu autoconcepto, una especie de prisma a través del cual te ves, tomas tus decisiones y te sientes.
Si cada vez que cometes un error, te repites que no eres capaz de hacer nada o que eres tonto porque siempre te equivocas, es probable que termines generalizando esa percepción, de manera que se convertirá en una profecía autocumplida. Por eso es importante que prestes atención a la manera en que te hablas a ti mismo, para que no termines limitándote o boicoteándote.
Aprender a hablarte de manera más comprensiva y positiva
Nuestro flujo de pensamiento es tan activo que nos decimos el equivalente a 4.000 palabras por minuto. Esas palabras tienen un impacto enorme en la manera en que nos sentimos, nos percibimos e incluso en la forma en que vemos el mundo y reaccionamos ante lo que nos ocurre.
Tenemos dos opciones: adentrarnos en el bucle de un monólogo interior negativo cada vez que algo nos sale mal para sentirnos cada vez peor o cambiar la manera en que nos hablamos desplegando un discurso más amable y compasivo.
Cabe aclarar que no se trata de caer en el optimismo tóxico que nos lleva a perder el contacto con la realidad sino de desarrollar un discurso más positivo. Por ejemplo, en vez de decirte: “soy un fracaso” puedes decirte: “intentaré hacerlo mejor la próxima vez” o “esta vez me he equivocado, voy a intentarlo de nuevo prestando más atención”.
Se trata intentar ser más amable contigo, si reconoces tu error y te esfuerzas por aprender la lección para mejorar la próxima vez, seguramente te sentirás mejor y aumentarás tus probabilidades de éxito que si simplemente te dedicas a hacer leña del árbol caído.
La buena noticia es que puedes entrenar tu discurso interior. Por muy arraigado que esté, puedes detener ese flujo de pensamientos negativos preguntándote: “lo que me estoy diciendo ¿cómo se lo diría a un niño? ¿Y a otra persona?”. No se trata de cerrar los ojos ante los errores o fracasos adoptando una actitud complaciente, sino de implementar un diálogo más constructivo que te ayude a convertirte en la persona que deseas ser, en vez de torpedear constantemente tus esfuerzos.
Dedica un momento a observar las palabras que te dices y sus efectos: ¿eres muy duro contigo mismo? ¿Te permites fallar? ¿Qué nivel de exigencia te impones? ¿Cómo reaccionas cuando te equivocas? ¿Cómo te hacen sentir tus palabras?
Se trata simplemente de tratarte con más amabilidad y cariño. Con más respeto y comprensión. Se trata de tratarte con la misma compasión y ternura que a un niño pequeño. A fin de cuentas, todos llevamos dentro un niño interior que necesita atención, cuidados y comprensión.
Cuando te hables a ti mismo, reflexiona sobre el mensaje que te estás enviando. Pregúntate de qué manera ese pensamiento te ayuda a mejorar o sentirte mejor. Si te bloquea o te hace sentir peor, es momento de cambiarlo.
Referencias Bibliográficas:
Jones, S. & Fernyhough, M. (2011) The Varieties of Inner Speech: Links Between Quality of Inner Speech and Psychopathological Variables in a Sample of Young Adults. Consciousness and Cognition; 20 (2011): 1586–1593.
Korba, R. (1990) The Rate of Inner Speech. Perceptual and Motor Skills; 71: 1043–1052-