Apenas tenemos un hijo, nuestro instinto protector se activa. De hecho, tanto en las madres como en los padres se producen cambios a nivel cerebral en las zonas vinculadas con las emociones, como el hipotálamo y la amígdala. También se aprecia una disminución de la sustancia gris en las áreas vinculadas con la cognición social y el autoprocesamiento. Todos estos cambios preparan el cerebro de los padres para afrontar con éxito la crianza, haciendo que se pongan en un segundo plano para priorizar el cuidado de su bebé.
De cierta forma, esos cambios en el funcionamiento del cerebro también explican el instinto de protección que sienten los padres hacia sus hijos. Sin embargo, una cosa es proteger a los niños del peligro y otra muy diferente es restringir su libertad, evitando que cometan sus propios errores y lastrando la posibilidad de que aprendan a lidiar con los problemas.
Cuando protegemos a un niño del peligro estamos creando un entorno seguro para que crezca y se desarrolle, pero cuando lo sobreprotegemos estamos fomentando la dependencia, Por eso, dejar que los niños se equivoquen, por mucho que nos duela, es uno de los mayores regalos que podemos hacerles a largo plazo.
El verdadero problema de los padres: no saber lidiar con la ansiedad
Todos los niños necesitan ser protegidos. No cabe duda. Sin embargo, la sobreprotección parental va un paso más allá porque no se trata simplemente de mantener a salvo a los hijos, sino que también actúa como un mecanismo de protección para los propios padres.
De cierta forma, la sobreprotección implica una proyección de los miedos e inseguridades de los padres sobre el niño, lo cual termina coartando su desarrollo y autonomía. De hecho, algunos padres sobreprotegen a sus hijos simplemente porque no pueden lidiar con la ansiedad que les genera la idea de que puedan hacerse daño.
Sin embargo, los hijos no pueden vivir eternamente bajo el ala protectora de sus padres, de manera que antes o después tendrán que afrontar el mundo. Y si lo hacen sin estar preparados porque nunca se han caído y vuelto a levantar por sí solos, tendrán un grave problema. La misión de los padres no es mantener a sus hijos en el nido eternamente, sino enseñarles a volar.
Los padres sobreprotectores que evitan que sus hijos se equivoquen para que no se sientan mal, en realidad no están prestando atención a las necesidades de estos ni reaccionan ante una situación de peligro real sino ante un riesgo que existe fundamentalmente en su mente. Muchos de estos padres ignoran la necesidad de autonomía de sus hijos porque no quieren afrontar sus temores y ansiedades. No toman nota de que a medida que su pequeños crecen necesitan más libertad. Anteponen su imperiosa necesidad de seguridad. Limitan a sus hijos para sentirse más seguros ellos mismos.
El problema es que cuando se alimenta este tipo de pensamiento ansioso, es fácil caer en un bucle y terminar viendo peligros por todas partes, de manera que los padres limitarán cada vez más la independencia de sus hijos y, por ende, sus posibilidades de equivocarse. Así les arrebatan la oportunidad de aprender de sus errores y volverse más resilientes.
Si los niños no se equivocan, no aprenden
Cada generación es diferente, pero hace algunos años psicólogos y profesores lanzaron la voz de alarma al detectar que se está produciendo una disminución preocupante de nuestra capacidad de resiliencia. Una investigación realizada en la Universidad Estatal de Frostburg, por ejemplo, constató que los millennials que se graduaron entre 2004 y 2008 tenían una resiliencia más baja que quienes se graduaron antes de 1987.
Otro estudio llevado a cabo en la Universidad Cristiana de Texas reveló que el neuroticismo ha ido aumentando en las nuevas generaciones. El neuroticismo es un rasgo de personalidad que implica una tendencia a la inestabilidad emocional. Estas personas son más nerviosas, híper reactivas y extremadamente susceptibles, con tendencia a los cambios de humor frecuentes y la ansiedad. Suelen hacer una tormenta en un vaso de agua, lo cual no es extraño si de pequeños no les permitieron desarrollar las habilidades necesarias para solucionar los conflictos y resolver los problemas.
Lo curioso es que esas deficiencias generacionales parecen estar bastante extendidas por todo el mundo ya que otra investigación realizada en la Universidad Autónoma de Nuevo León constató que la generación de los baby boomers (aquellos nacidos entre 1946 y 1964, hijos de quienes vivieron de alguna manera la Segunda Guerra Mundial) son los que han desarrollado una mayor tolerancia a la frustración, mientras que muchos millennials y personas de la Generación X prácticamente carecen de esa capacidad para afrontar la adversidad y los contratiempos con entereza y calma, sin enfadarse, entristecerse o angustiarse excesivamente.
Aunque existen diferentes maneras de aprender y todas no demandan seguir el “camino duro”, también hay habilidades como la resiliencia, la tenacidad, la tolerancia a la frustración o la capacidad para mantener la calma que se desarrollan y ponen a prueba en los momentos difíciles. Si no permitimos que los niños se equivoquen y les ahorramos todo el esfuerzo, no aprenderán a lidiar con sus errores, no sabrán solucionarlos y, sobre todo, no serán capaces de lidiar con la adversidad.
Hoja de ruta para los padres
- Dales el espacio que necesitan
¿Alguna vez impediste que tu hijo hiciera algo porque tú podías hacerlo mejor o más rápido? Es probable que lo hayas hecho en más de una ocasión, sobre todo cuando tenías prisa o perdías la paciencia. Sin embargo, los niños necesitan tiempo y espacio para aprender. Necesitan que confíes en ellos para desarrollar sus habilidades y que les permitas equivocarse y volver a empezar.
Los niños son capaces de hacer muchas cosas, pero tienen que ir descubriendo poco a poco de hasta dónde pueden llegar. Y generalmente ese camino está repleto de errores y tropezones. No se puede aprender a caminar sin caerse, de la misma forma en que no podemos ser resilientes o perseverantes sin enfrentarnos a los contratiempos y los fracasos. Es probable que tu hijo no doble perfectamente su ropa en los cajones o que añada sal en vez de azúcar en su primera receta, pero esos errores forman parte del proceso de aprendizaje.
- Elogia el esfuerzo, no los resultados
Equivocarse no es agradable, pero si enseñas a tus hijos que no deben temer a los errores, todo será mucho más llevadero. Un estudio clásico de la Psicología demostró que cuando los niños son elogiados exclusivamente por sus resultados, se vuelven más renuentes a asumir desafíos porque quieren evitar cometer errores. En cambio, cuando se elogia su esfuerzo se vuelven más propensos a buscar nuevos retos que les permitan seguir aprendiendo.
Elogiar el esfuerzo y la actitud permite desarrollar una mentalidad de crecimiento. Anima a los niños a volver a intentarlo y plantearse nuevos objetivos que les permitan desarrollar sus habilidades. Además, de esta forma los niños no anclarán los errores a su valía como personas. Comprenderán que pueden equivocarse y que eso no significa que valgan menos, lo cual blindará su autoestima para la vida.
- Normaliza los errores
Los errores forman parte de la vida, no podemos evitarlos. Sin embargo, la educación infantil está enfocada en gran medida en castigar los errores, tanto en el colegio como en el hogar. Así los niños pueden terminar desarrollando un auténtico pavor a equivocarse. Para evitarlo, conviene normalizar y relativizar los errores. Si los niños ven que sus padres se equivocan y sobreviven, afrontándolo con serenidad, comprenderán que es algo normal.
Esos momentos en los que damos la “respuesta equivocada” realmente están repletos de oportunidades para aprender, sobre todo cuando enseñamos a los más pequeños a corregir sus errores. Como padres, puedes aprovechar esas equivocaciones para ayudar a tus hijos a comprender la raíz del problema, de manera que puedan modificar sus hábitos para que no vuelvan a tropezar con la misma piedra. De esa forma los errores se transforman en oportunidades de reflexión, crecimiento y cambio.
- Apóyalos más como hacen los abuelos y menos como los padres
La mayoría de los padres que inscriben a sus hijos en deportes tienen buenas intenciones: que hagan actividad física, pasen tiempo al aire libre, aprendan a formar parte de un equipo y se diviertan. Sin embargo, apenas llega el momento de la competición, se convierten en árbitros dando instrucciones a voces, cuestionan a los entrenadores y reprendiendo los errores de los niños.
En este sentido, los entrenadores Bruce Brown y Rob Miller preguntaron a los atletas universitarios cuál era su peor recuerdo de los deportes y estos respondieron que el viaje de vuelta a casa con sus padres. Les daban demasiados consejos y poco apoyo. Criticaban mucho y valoraban poco el esfuerzo. En cambio, sus abuelos no los criticaban, sino que los apoyaban, una actitud que no solo les hacía sentir mejor, sino que además los animaba a mejorar.
Por supuesto, todo eso no significa que los niños tengan carta blanca para hacer todo lo que deseen, pero los padres pueden aplicar el concepto francés de cadre, que significa establecer límites firmes en algunas áreas creando un marco estricto dentro del cual los niños pueden moverse con cierta libertad y autonomía.
Referencias Bibliográficas:
González, M. T. & Landero, R. (2021) Diferencias en tolerancia a la frustración entre Baby Boomers, Generación X y Millennials. Ansiedad y Estrés; 5(27): 89-94.
Stewart, K. D. & Conway, P. (2010) Comparing Millennials to pre-1987 students and with one another. North American Journal of Psychology; 12(3): 579-602.
Scollon, C. N. & Diener, E. (2006) Love, work, and changes in extraversion and neuroticism over time. Journal of Personality and Social Psychology; 91(6): 1152–1165.