Hablar de la meditación es como no decir nada, o casi nada, para entendernos.
Decir «yo practico meditación», o «medito media hora cada día»
no transmite una idea clara y concreta de lo que haces. O lo que «ocurre».
Al finalizar la meditación en silencio en el grupo de estudio, a veces alguien pregunta: ¿
Cómo estáis? ¿Cómo ha ido?, o algo así.
Quizás alguien se dormía, agotada tras un día duro.
Otra persona estaba agendando sus actividades de mañana
o alguien ha tenido una idea brillante sobre un asusto pendiente.
Alguien contemplaba las luces y colores del atardecer, los sonidos, el aire en la piel
y, amorosamente, los rostros apacibles de su pequeña sangha.
Y otra persona sintió su cuerpo en la respiración
o bien lo escaneó en la relajación.
Experiencias múltiples y diversas
surgidas de lo mismo.
Hace unos días escuché que hay tres tipos de meditación,
una clasificación como otra cualquiera.
A saber:
las meditaciones atencionales,
las generativas
y las deconstructivas.
Las meditaciones atencionales, como su nombre indica,
son las que se centran en dónde pone la atención.
Donde pone la atención tiene su efecto en lo que sientes,
en lo que piensas, lo que priorizas.
Y también construye redes neuronales, el mapa de tu cerebro físico
y de tu experiencia mental/emocional/espiritual.
Donde pones tu atención construye quien eres,
el mundo que habitas
y el sentido y la experiencia de la vida que vives.
Las meditaciones atencionales ponen el foco en la atención.
Es el caso del mindfulness y otras.
Las meditaciones generativas se centran en la experiencia interna que generas,
las semillas que riegas y nutres en el campo kármico,
en el océano de tu inconsciente
y también del consciente.
Si generas alegría y confianza, o bien miedos, a la muerte, ya la vida.
O si genera amor, gratitud, apreciación
o victimismo.
Es el caso de algunas meditaciones guiadas tibetanas,
que usan el análisis conceptual apropiado para llevarte a una experiencia contemplativa
que se va integrando más y más con la práctica
(la inflamación, el amor, etc.)
como una semilla que se riega y crece
sana y abundante.
Las meditaciones deconstructivas son las que investigan viejas creencias fundamentales,
como «¿Quién soy yo?».
Un ejemplo de ellas son las meditaciones en la vacuidad,
el interser, la interdependencia.
O esos instantes de entrega en los que sueltas el «yo» y su equipaje (te quitas de en medio)
y naturalmente te disuelve en ese océano de energía cósmica, visible e invisible.
Todo el mundo construido se deconstruye, se viene abajo,
incluido el personaje-yo y todos los demás personajes.
El viejo mundo, la vieja vida
deconstruida, por unos instantes.
La semilla del despertar regada una vez mas.
La flor más viva.
No es que estén separadas, las tres clases de meditación están estrechamente vinculadas.
En cualquiera de ellas acabas de encontrarte con las otras dos.
A veces suena la campana
(no importa que la meditación sea formal o informal, en la vida diaria)
y observa dónde está poniendo la atención,
qué semillas/experiencias está regando
y qué mundos está construyendo
y deconstruyendo.
El personaje que está mostrando
en el guion
del relato
en construcción.
http://reflexionesdeunaestudiantebudista.blogspot.com/2023/08/la-meditacion.html