En el contexto de la reflexión sobre el envejecimiento, «la belleza de hacernos mayores», Lin Yutang nos brinda la sustancia única del pensamiento chino. Este enfoque se aleja del mero conocimiento para abrazar la verdadera sabiduría que nutre la vida. Sus palabras nos recuerdan que el proceso de envejecimiento es un viaje de experiencia y comprensión, una acumulación de momentos que infunden autenticidad y significado a nuestros años.
Lin Yutang (1895-1976) fue un reconocido escritor, filósofo y lingüista chino. Nacido en China y educado tanto en su país natal como en Estados Unidos, Lin Yutang fue conocido por su habilidad para transmitir la filosofía y la cultura china al público occidental. Es especialmente famoso por su enfoque en la simplicidad, el humanismo y la conexión entre las culturas oriental y occidental.
La Belleza de Hacernos Mayores
Una sociedad que mide todo y a todos en términos de productividad, deja de sentir respeto por aquello que se encuentra por fuera de tal dinámica. Lo nuevo o novedoso es envestido de mayor valor respecto a lo viejo; objetos y personas son desplazados continuamente por «el último modelo», lo viejo sufre el olvido y el desdén de quienes viven de la velocidad y de lo momentáneo.
Esa imagen de la ancianidad, agrega, representa «la final felicidad humana». Mientras más años se cumplen, con mayor alegría se celebra la edad alcanzada, y una autoridad en términos de experiencia reviste la imagen de quien se hace mayor. Quien envejece tiene más tiempo y disposición para disfrutar de tranquilos placeres, también abordados por el autor, y cuya esmerada y aguda descripción no lograremos abarcar: el té que «permite olvidar el ruido del mundo»; el tabaco o el arte de quemar incienso; la belleza de las flores; la lectura y la conversación. El goce de los sentidos es un fin en sí mismo: no requiere que nos apuremos o lleguemos a ninguna parte, devuelve a cada instante su textura y su real presencia.
La lentitud no se tolera. Quien no produce o no es «útil» parece no tener ya nada que ofrecer. Nuestras sociedades no ven la belleza de lo viejo. Y no envejecemos con gracia porque solemos estar en malos términos con el tiempo.
Gozar de buena salud en la ancianidad, o ser viejo y sano, es la mayor suerte humana (…) Después de todo, no hay nada más hermoso en este mundo que un anciano lleno de salud y sabiduría, con ʽsonrosadas mejillas y blancos cabellosʼ y que habla con voz calmosa de la vida según la conoce.
La sociedad china es de una profunda reverencia hacia los ancestros, hacia la familia (con un sistema familiar a veces excesivamente tradicional y conservador, aún hoy en día) y hacia los ancianos. En cuanto este último punto, es decir, a la concepción de la vejez, Lin Yutang observa que esa es la mayor diferencia (y la única que le resulta «absoluta») entre Oriente y Occidente. Los occidentales no queremos envejecer; no obstante, los chinos entienden el «ocaso de la vida como el período más feliz», e incluso anhelan esa edad de gloria y satisfactorio descanso, en que serán respetados por su sabiduría y tratados por todos con mayor dulzura y bondad.
Esa imagen de la ancianidad, agrega, representa «la final felicidad humana». Mientras más años se cumplen, con mayor alegría se celebra la edad alcanzada, y una autoridad en términos de experiencia reviste la imagen de quien se hace mayor. Quien envejece tiene más tiempo y disposición para disfrutar de tranquilos placeres, también abordados por el autor, y cuya esmerada y aguda descripción no lograremos abarcar: el té que «permite olvidar el ruido del mundo»; el tabaco (al que Lin Yutang era devoto) o el arte de quemar incienso; la belleza de las flores; la lectura y la conversación. El goce de los sentidos es un fin en sí mismo: no requiere que nos apuremos o lleguemos a ninguna parte, devuelve a cada instante su textura y su real presencia.
Por otro lado, podría decirse que quien envejece «bien» se complica menos y ríe más, por aquello que dice el autor, palabras más palabras menos, de que solo quien ha conocido de cerca la tragedia humana puede ver más allá de la misma. Los años conllevan amarguras, pero por suerte, también, nos llevan a comprender que ninguna de ellas es realmente trascendente.
Quien se hace viejo contempla la inminencia de su propio fin, su mortalidad se hace completamente evidente, como la fugacidad de todo lo que está sobre la tierra. «La paz de espíritu proviene de la aceptación de lo peor»: si aceptamos, entonces, que en un momento dejaremos de estar en este mundo, no podemos sino encontrar una paz profunda y redimensionar la vida en toda su profunda, inherente belleza.
Fuente: La importancia de vivir de Lin Yutang en Clave de Libros
Mirad mi comentario… de nuevo es bien sencillo: Qué belleza de hacernos mayores… qué es eso de hacer viejo… qué es la vejez: pues eso. La vejez no existe es una percepción nuestra equivocada: como la muerte, a un estado que hasta hoy no comprendíamos: Un persona vieja es una persona joven de treinta años que es nuestra edad adulta máxima que está enferma de degeneración neuronal atrófica.. Nuestra medular celular madre se enferma y todo nuestro cuerpo, avatar, nuestro simbiótico homínido anfitrión se degrada… Es que cuando le digas a esa persona enferma terminal: viejo-a no lo es una persona joven de treinta que tiene una enfermedad degenerativa… que por cierto pronto será erradicada…