Magdalena del Amo.- ¡Por eso somos zombis! No se puede negar que el grueso de la sociedad vive pendiente, aparte de las clásicas radio y televisión, de las alertas de los diarios digitales y de las cada vez más abundantes redes sociales que no paran de emitir contenido. Nos hemos convertido en pequeños monstruos voraces, de poco pensar, de menos deducir y de mucho sentir. La excitación del momento es lo que importa y cuanto más absurda, increíble o dramática sea el contenido, más visualizaciones, likes o lecturas genera. En esta etapa pre transhumanista, de final de ciclo, somos auténticos adictos en busca de la recompensa inmediata.
Analizando la distopía actual en la sanidad, en la política, en la justicia, en los medios de comunicación y en todo el acontecer humano en general, he recordado un estudio sobre el efecto acumulativo de la violencia, con el fin de establecer el porqué de la insensibilización de la sociedad ante cuestiones graves de vital interés para nuestra supervivencia, que publiqué en uno de mis libros. Algunos de estos temas, llamados objetivos, están incluidos en la Agenda 2030, que nadie se habría atrevido a plantear hace solo un par de décadas. ¿Éramos más despiertos o se nos han quedado anquilosadas algunas funciones cerebrales y mentales? ¿Qué nos ha ocurrido? La respuesta bien podría ser que una buena parte de la sociedad, a pesar de todos los avances tecnológicos –o quizá esta sea una de las causas—, se encuentra en estado involutivo; otra facción hiberna o duerme, y el resto, una minoría exigua ha visto que las figuras reflejadas en la pared de la caverna son solo sombras y que, además, el emperador no viste un bello traje, sino que va desnudo. Sin intención de ningún tipo de alarde, estaríamos hablando de las personas cuya conciencia tiene cierto grado de comunicación con la “conciencia no local”. Ardua tarea la de rebatir las creencias de una sociedad equivocada que obedece a los profesionales de la prestidigitación, la falacia y la mentira.
El efecto de la violencia es acumulativo y produce desensibilización
Un equipo de neurocientíficos, mediante la técnica de resonancia magnética funcional, observó la reacción de los cerebros de 22 voluntarios varones de entre 14 y 17 años mientras visionaban escenas violentas. La experiencia consistía en hacerles visionar un número de veces, fragmentos de películas y videojuegos de contenido agresivo, y constatar las reacciones cerebrales ante los estímulos de esta naturaleza. El resultado de las resonancias magnéticas fue que a medida que se repetían las imágenes, la respuesta a los estímulos se atenuaba, es decir, los sujetos se volvían casi insensibles. Este efecto era mayor en los que estaban acostumbrados a las escenas cruentas y a pasar varias horas diarias ante el televisor.
Se utilizó otro indicador que consistía en colocar unos electrodos en los dedos con el fin de medir la conductividad eléctrica, que cambia con el sudor y mide el estado emocional. Esta segunda prueba también demostró una relajación tras visionar reiteradamente las imágenes violentas. La exposición a estos contenidos desactiva las respuestas emocionales, con la particularidad de que este efecto es acumulativo. Es muy importante tener esto en cuenta.
Dado que estamos hablando de seres humanos y sus reacciones cerebrales, las conclusiones de estos experimentos podemos aplicarlas también a otros extremos del mundo social, político, jurídico o sanitario. Por ejemplo, cuando se empezó a descorrer el velo sobre la falsa pandemia y sus diferentes flecos –mascarillas, confinamiento, vacunas—, la sociedad se indignó y, de una manera u otra, le plantó cara al asunto. Hoy, muchos de aquellos indignados han perdido la capacidad de indignarse; otros comparten compulsivamente todo cuanto cae en sus manos, sin contrastar, cayendo en la rueda de desinformación ideada por el sistema: una de las formas de manipulación y control. Estamos ante un síndrome de hiperinformación grave. ¿Quiere esto decir que no debemos informarnos? Ni mucho menos, pero, como reza la locución latina: “ne quid nimis” (nada en demasía). Y, sobre todo, es importante discernir y conocer las fuentes, prescindiendo de anónimos y de contenidos de dudoso origen. Como siempre decimos, hay que buscar el equilibrio.
Decía el filósofo Gustavo Bueno que el mayor mal que padece nuestra sociedad es la estupidez. No podemos estar más de acuerdo, aunque a la estupidez crónica habría que añadirle unos cuantos síndromes más, que hacen que la estupidez sea aún más estúpida. Uno de estos males es haberse acostumbrado a las grandes dosis de políticos indecentes, prevaricadores y psicópatas, arropados por medios de comunicación apesebrados y traicioneros. Y a los bufones de los modernos circos televisivos de variedades, que entontecen y zombifican a los humanos, desposeyéndolos de su esencia más preciada sustentada en los arquetipos. Y, cómo no, a la corrupta ciencia sanitaria vendida a los grandes emporios farmacéuticos. Así son las cosas. Y esto, como la violencia, es acumulativo.
*Psicóloga, periodista y escritora
Un exceso de información produce toxicidad y desactiva las respuestas emocionales