Hay una clara línea mística que lleva desde los místicos del ámbito mediterráneo a las Upanishad, al taoísmo y a la literatura zen. Es un hilo conductor a través de las culturas y los siglos.
Proclo, en su comentario al Parménides de Platón, nos cuenta lo siguiente referente a Parménides, fundador de la escuela filosófica de Elea (aprox. 540-480 a.C.):
Ello, lo Uno, deberá aprehenderse de una manera diferente. Si tendemos enteramente hacía lo Uno, se encenderá en nosotros una luz divina que nos facilitará ―en la medida en la que nos es posible― la experiencia de participar de ella, según lo más divino en nosotros. Pero lo divino en nosotros es lo Uno, aquello que Sócrates denominó iluminación del alma.
Desgraciadamente, en occidente apenas ha tenido aceptación esta concepción no dualista de la filosofía de Platón, Parménides, Proclo y Plotino, que se corresponde con la visión de la espiritualidad oriental de Shankara y Nagarjuna, del hinduismo, y del budismo mahayana. Sin embargo, está presente en la espiritualidad de los místicos europeos, como Eckhart, Juan de la Cruz, Nicolás de Cusa y otros.
La persona mística a menudo pertenece a una religión, pero puede que no tenga ninguna confesión. Aunque la mística confesional sea la más conocida, no por ello tiene que ser la más importante. Las personas místicas que no han pertenecido a ninguna religión han podido expresarse con mucha más libertad. Quienes estaban vinculados a una religión, solían entrar ―y siguen entrando hoy en día― en conflicto con ella, porque la experiencia mística resulta necesariamente anticonvencional, anticolectiva y antidogmática, ya que se trata de una experiencia nueva de lo numinoso. La mística siempre es revolucionaria y, por ello, resulta molesta a las instituciones. Las religiones orientales han entendido con mucha más claridad que la mística puede ser un elemento vivificante y una fuente de renovación de toda religión.
El ser humano ha desarrollado una y otra vez la necesidad de autotranscendencia. Intuye que en la experiencia directa hay un conocimiento más amplio, es decir, una intuición directa espiritual y trans-simbólica, de la Realidad última, así como la experiencia de unidad con Ella, que al mismo tiempo da acceso a la naturaleza propia.
Quien ha tenido esta experiencia podrá comunicarla, pero para los demás resultará incomprensible. Esto constituye, asimismo, el dilema de toda mística. C.G. Jung lo señaló con palabras muy claras, casi bruscas. Para él, la mística no es cosa de fe, sino de experiencia. Escribe:
La experiencia religiosa es absoluta. Se escapa a cualquier discusión. Lo único que se podrá decir es que nunca se ha tenido esta experiencia, y la otra persona dirá: “Lo siento, pero yo sí la he tenido”. Y, con ello, la discusión ha terminado. Carece de importancia lo que el mundo opine sobre la experiencia religiosa; quien la tiene, posee el gran tesoro de algo que se ha convertido para él en fuente de vida, sentido y belleza, proporcionando un brillo nuevo al mundo y a la humanidad.
Sagradas Escrituras
En las experiencias religiosas absolutas tienen también su origen las Sagradas Escrituras. Los sabios de todos los tiempos tuvieron experiencias idénticas de lo totalmente diferente e inefable. Experimentaron el ser e intentaron denominar lo inefable, según su tiempo, su cultura, su religión y su visión del mundo. Puesto que la experiencia no era accesible a todo el mundo, se vertió en palabras, imágenes, símbolos y mitos, quedando con ello a merced de los funcionarios de las religiones correspondientes. De esta manera era posible manipular, o bien tomar como absolutas, las Sagradas Escrituras, de una forma fundamentalista, dogmática o moral, en vez de interpretarlas de forma esotérico-gnóstica.
Asimismo, lo que denominamos revelación lleva el color del idioma del nivel racional, pero la revelación misma tiene lugar en el ámbito del conocimiento donde no hay estructuras, ni imágenes ni formas. Tan sólo al entrar en nuestra consciencia del yo recibe una determinada terminología, dependiendo de la cultura, educación y religión de cada individuo. En la actualidad, las ciencias naturales reconocen en los sistemas orientales esotéricos cierto parentesco con sus propias experiencias límite y ¿por qué no?, en la misma medida, con la mística cristiana.
Espiritualidad Transconfesional
Denomino la forma teológica evolutiva, que no ha sufrido ninguna ruptura a lo largo de la historia del desarrollo de la humanidad espiritualidad sin confesión, o espiritualidad transconfesional, o religiosidad post-confesional.
Me refiero con ello a lo que Leibniz denominó philosophia perennis y lo que en la terminología religiosa recibe el nombre de mística. Quisiera pasar a explicar ahora esta religiosidad según la teología de la evolución. Los místicos de todas las religiones hicieron esta experiencia: Lo múltiple es lo Uno, forma es Vacío. El precio que se paga por la identificación con lo divino ―con el Vacío― es la muerte del yo. El Yo auténtico se descubre por así decir a sí mismo en el Vacío. Todo místico tiene que aventurarse en el Camino a través del desierto, de la noche oscura, del horror vacui para llegar allí. Jesús y todos los sabios relativizan toda confesión establecida, pues a menudo la confesión supone un obstáculo para la experiencia. Por este motivo, los místicos han prevenido una y otra vez contra las formas y doctrinas religiosas muy arraigadas.
Veamos lo que dice el sufí Idries Shah:
Hasta que no se derrumben las escuelas y los minaretes, nuestra obra santa no llegará a su término. Hasta que la fe no se vuelva reprobación y ésta fe, no habrá ni un solo musulmán auténtico.
Hay textos de la Cábala, la tradición esotérica judía, que confirman lo mismo:
Dios dice: Tan sólo existo Yo. Todo lo que es, Soy Yo. Aunque salga desde la unidad al fraccionamiento, a la multiplicidad, sigo siendo siempre El que Soy, Me mostraré en las formas y energías múltiples. Pero sigo siendo El que Soy. Y Soy ya ahora El que seré. Seré rayo, y seré montaña y río, seré el curso de los astros, de los mimerales, de flora, fauna y de los seres humanos. Pero, a pesar de ello, siempre seguiré siendo el Uno, lo Uno, la Unidad de lo múltiple. Nada ni nadie existirá fuera de mi, nada ni nadie a mi lado; sería un error adorar como Divinidad a una de mis muchísimas emanaciones. Aunque Soy el rayo, el rayo no es Yo. Aunque Soy la montaña sagrada, la montaña sagrada no es Yo. Aunque Yo Soy el río, la tormenta, la estación del año, todos ellos no son más que átomos minúsculos de mi cuerpo ilimitado.
Un poeta sufí lo expresa así:
Yo lo soy. Una copia de la imagen de Dios eres tú. El que tú eres: el espejo de la hermosura del Rey. En los mundos no existe nada en tu exterior. Mírate a ti mismo, tú eres lo que estás buscando.
Kabir lo expresa de la siguiente manera:
¡Oh Servidor! ¿Dónde me buscas? ¿No ves que estoy a tu lado? No estoy en el templo ni en la mezquita, ni en la Kaaba ni en el Kailash. No estoy en los ritos ni en las ceremonias, ni en el yoga ni en la renuncia. Si eres un verdadero buscador, me verás enseguida; en un instante me encontrarás. Kabir dice: “¡Oh Sadhu! Dios es el aliento de todos los alientos”.
Eckhart dice:
Todas las criaturas existen en Dios y son su propia divinidad, y esto significa plenitud.
Ahora resulta que en Dios todas las cosas son iguales y son Dios mismo.
… según ya he dicho varias veces que hay en el alma un algo tan afín a Dios que es uno sin estar unidos.
En el saborear en el que Dios se saborea, en él saborea a toda criatura.
Mi ojo y el de Dios son un solo ojo y una sola visión y un solo conocer y un solo amar.
Habiéndose preguntado en una ocasión por qué Dios no había creado antes el mundo, dio como respuesta, así como todavía ahora, que Dios no había podido crear antes el mundo porque nada puede actuar antes de ser; por tanto, tan pronto como Dios fue, enseguida creó el mundo.