El Yo idea y Yo ideal, Descubriendo nuestro personaje

Una mujer trabajando la psique y su yo ideaSi observamos la vida de cualquier organismo, podemos reconocer como siempre existe algo que nos empuja hacia el desarrollo, hacia ser mas perfectos y experimentados. Ya sea una planta, un árbol, un cachorro o un niño, parece que la vida misma se experimenta a través de la experiencia y el perfeccionamiento. Podríamos reflexionar sobre la idea de que no somos nosotros quienes vivimos, sino que es la vida misma la que se vive a través de nosotros.

Entonces surge la interrogante: ¿Cómo se manifiesta la vida en mi interior?… Nuestra experiencia nos revela que la vida se expresa en nosotros mediante tres cualidades fundamentales: la energía, el amor y la inteligencia. Somos un potencial de estas tres cualidades impulsadas por la vida para actualizarse.

La aventura espiritual se presenta al hacernos conscientes de que la plenitud que anhelamos ya reside en nuestro interior. Se trata de reconocer y experimentar que la plenitud no es el resultado de adquirir algo externo, sino de actualizar el potencial de energía, amor e inteligencia que ya existe en nosotros. En este proceso, descubrimos que son cualidades inherentes. La autorrealización no implica luchar contra lo que percibimos como defectos, sino cultivar y expandir constantemente nuestras cualidades.

En lugar de enfocarnos en superar supuestas imperfecciones, la verdadera autorrealización reside en el crecimiento y la expansión de nuestras propias virtudes. Así, la vida se manifiesta en su plenitud a medida que permitimos que nuestras cualidades fundamentales florezcan y se desarrollen.

Somos nuestra respuesta

La noción de que solo recibimos estímulos del exterior, y que nuestro verdadero desarrollo y actualización de nuestro potencial proviene de nuestra respuesta personal a esos estímulos, plantea una perspectiva fascinante sobre la naturaleza de nuestra existencia. A menudo, construimos nuestras vidas sobre la premisa errónea de que la felicidad o la desgracia son el resultado directo de las personas y circunstancias que nos rodean, es decir, de factores externos. Sin embargo, la verdad es que la clave de nuestro bienestar radica en la calidad de nuestras respuestas a esos estímulos.

En lugar de ser meros receptores pasivos de lo que ocurre a nuestro alrededor, somos arquitectos activos de nuestra propia realidad. La calidad de nuestras respuestas se convierte así en el determinante fundamental de la calidad de nuestra vida. Nos convertimos, de manera precisa, en el resultado directo de nuestras respuestas.

Este enfoque desafía la concepción común de que nuestra felicidad está predeterminada por eventos externos sobre los cuales tenemos poco control. En cambio, destaca el poder intrínseco de nuestra capacidad para interpretar, procesar y responder a los estímulos que enfrentamos. Cada situación, por positiva o desafiante que sea, se convierte en una oportunidad para moldear nuestro crecimiento personal.

La calidad de nuestras respuestas no solo influye en nuestra felicidad, sino que también impacta en la forma en que interactuamos con el mundo. La habilidad para responder de una manera reflexiva y constructiva no solo mejora nuestra vida, sino que también contribuye positivamente a nuestras relaciones y entorno.

Al reconocer y cultivar esta capacidad de respuesta consciente, nos convertimos en maestros de nuestro destino, forjando una vida que refleje la autenticidad y la plenitud que provienen de nuestras propias elecciones y respuestas.

Siete puertas blancas y una amarilla simulando las elecciones de la vida

Existen dos tipos de respuestas : las respuestas mecánicas o condicionadas, y las respuestas creativas.

Respuestas Mecánicas o Condicionadas

Estas respuestas se desencadenan de una manera inconsciente, como si fueran impulsos automáticos. Emergen de un condicionamiento previo, una programación que responde a ciertos estímulos con reacciones preestablecidas. Por ejemplo, ante unas determinadas circunstancias, nuestras respuestas pueden manifestarse como miedo, ansiedad, o incluso alegría y euforia. Esta automatización de respuestas puede venir de ciertos patrones vividos, donde en otras ocasiones nos hemos enfrentado a situaciones similares con unas reacciones repetitivas. Es como si estuviéramos atrapados en un ciclo constante de respuestas que no hemos elegido conscientemente sino por respuestas programadas.

Respuestas Creativas

En contraste, las respuestas creativas no se desencadenan de forma automática. Son el resultado de una elección consciente y deliberada. En este nivel de respuesta, asumimos la responsabilidad de crear nuestra reacción en lugar de ser simplemente reactivos. En cada momento, somos nosotros quienes decidimos cómo enfrentar una situación, sin estar atados a respuestas preprogramadas. Este enfoque implica un nivel de consciencia en el cual reconocemos que los estímulos y las situaciones no tienen un control directo sobre nuestras respuestas. Somos nosotros quienes ejercemos ese poder de decisión.

La distinción entre estos dos tipos de respuestas resalta la importancia de la consciencia y la autodeterminación en la experiencia humana. Las respuestas mecánicas pueden ser inevitables, pero al tomar conciencia de estas respuestas automáticas, podemos comenzar a desafiar y cambiar esos patrones. La clave reside en la capacidad de reconocer que no somos esclavos de nuestras reacciones preprogramadas, sino agentes activos que pueden elegir cómo responder a las circunstancias de la vida.

Pero de donde viene este tipo de respuestas?….

El inicio del Yo idea

El proceso de formación del yo en la infancia es crucial y determinante para el desarrollo psicológico y emocional de un individuo. Desde una edad temprana, los niños comienzan a percibir y internalizar los juicios externos que se les imponen a través de modelos predefinidos. Este fenómeno da origen al nacimiento del «yo idea» o la idea que tengo yo de mi.

Imaginemos a un niño al que se le etiqueta como «desobediente» y se le insta a ser obediente. Este juicio externo se convierte en un modelo que el niño asimila y adopta como parte de su identidad. Surge así la percepción limitada de sí mismo, encapsulada en adjetivos como «desobediente», «violento», «listo», «torpe», «guapo», «feo» u otros calificativos. Esta construcción del «yo idea» se convierte en una etiqueta que moldea la autoimagen del niño.

Una niña en un país empobrecido simulando las etiquetas sociales que forman el yo idea

El origen del Yo ideal

El «yo idea» tiende a ser limitante y, consciente o inconscientemente, da origen al «yo ideal». En un intento de obtener aceptación y afecto, el niño busca cumplir con los modelos impuestos por la familia o por la sociedad, adoptando comportamientos y características que se alineen con este «ideal». Por ejemplo, el niño etiquetado como «desobediente» aspirará a ser obediente para ganar la aprobación de sus padres.

A medida que crecemos, este campo de dualidad entre el «yo idea», es decir la idea que me hago de mi y el «yo ideal» o como seria nuestro yo perfecto dependiendo del yo idea, se expande y se nutre a lo largo de nuestra vida. Nos lleva a representar roles que no siempre reflejan nuestra autenticidad, convirtiéndonos en actores de nuestra propia existencia. Este proceso, aunque en parte necesario para la socialización y adaptación, puede alejarnos de nuestra esencia genuina.

La educación desempeña un papel crucial en este proceso. Si bien es necesario establecer normas y límites, es esencial que los niños no confundan el «modo de ser» con el «ser». La educación ideal debería tener tres metas fundamentales: permitir que cada individuo se descubra a sí mismo, enseñar modos de convivencia y modelos sociales, y transmitir un patrimonio cultural.

Dado que la educación a menudo no cumple completamente con estos objetivos, nos enfrentamos a la tarea de descubrir quiénes somos realmente, más allá de las capas de etiquetas y expectativas impuestas a lo largo de la vida. Este proceso de autodescubrimiento nos invita a explorar lo que yace «por debajo» de las construcciones sociales y culturales que hemos asumido, buscando una conexión más auténtica con nuestra verdadera identidad.

Descubriendo a nuestro personaje… yo idea y yo ideal

Descubrir el personaje que habita en nosotros requiere una atención consciente de nuestras reacciones ante los estímulos diarios. Es un ejercicio de observación sin juicio, una mirada atenta a cómo se activa nuestro mecanismo inconsciente a lo largo del día. La premisa es simple: ver, sin evaluar. El objetivo es tomar conciencia de las respuestas automáticas que surgen, comprendiendo el funcionamiento de nuestro propio yo interno.

Este proceso demanda una atención constante a lo largo del día, tanto en momentos de acción, como en el trabajo, las relaciones personales y las actividades de ocio, así como en los momentos de descanso. La repetición del acto de observación es clave. Comenzamos observando al personaje, ese aspecto de nosotros mismos que responde a estímulos de manera automática. La premisa es abordar al personaje con cariño y comprensión, anunciándole con ternura: «Me he dado cuenta«. Esta autoobservación revela los estímulos que desencadenan diversas reacciones en el personaje.

Este fenómeno de descubrir el personaje es universal, ya que todos tenemos nuestro propio «tendón de Aquiles» emocional, y la clave está en descubrirlo, sin juzgarlo. El personaje es una parte nuestra que ha perdido el rumbo y se ha cubierto con una falsa piel. Sin embargo, reconociendo que es algo inherentemente nuestro, surge la necesidad de acogerlo de nuevo en casa. La reeducación del inconsciente se entrelaza con este proceso, ya que el personaje es una manifestación de la sombra y la oscuridad en nuestro interior.

Trabajo con las sombras y el yo idea

El personaje, con sus capas de olvido y oscuridad, puede ser comparado con la noche. Sin embargo, así como la noche desaparece cuando brilla el sol, nuestro trabajo es hacer brillar la luz de la consciencia sobre este aspecto oscuro de nosotros mismos. Este proceso implica desenmascarar al personaje, revelar su verdadera naturaleza y reintegrarlo a la totalidad de nuestro ser consciente.

En última instancia, el descubrimiento y la comprensión del personaje no solo nos permiten conocernos a nosotros mismos de una manera más profunda, sino que también allana el camino para el crecimiento personal y la transformación, iluminando la sombra con la luz de la consciencia.

Reeducar el inconsciente

El patrón dualista de «bueno-malo», «agradable-desagradable» se revela como el condicionante principal de las respuestas mecanizadas que surgen desde las profundidades de nuestro inconsciente. Cambiar la programación impuesta por el personaje se convierte en una tarea esencial para transformar al inconsciente en un aliado poderoso en nuestro proceso de realización personal.

Este cambio de programación no es un proceso repentino, sino que se debe realizar gradualmente, con paciencia y dedicación. Se requiere crear un clima propicio de paz y silencio, de acogida y comprensión, para permitir que el inconsciente se exprese y revele los asuntos pendientes que han quedado latentes, quizás desde la infancia. Es en este espacio de apertura y aceptación que el inconsciente puede liberar las situaciones que han generado dolor emocional a lo largo de la vida.

La idea del «cuerpo dolor» trata de una entidad que queda latente en nosotros y puede ser activada por diversas circunstancias. Este dolor acumulado, que puede permanecer en estado latente durante la mayoría del tiempo, puede llegar a ser constante en algunas personas, llevándolas inconscientemente a buscar más dolor. Es un ciclo de sufrimiento que se retroalimenta y que, una vez activado, puede desencadenar respuestas automáticas y destructivas.

Tanto el personaje del yo idea como el inconsciente, temen ser descubiertos. Saben que, al igual que la oscuridad desaparece con la luz, ellos desaparecen con la auténtica toma de consciencia. La exposición a la luz de la consciencia transforma lo que queda de la sombra en luz. La frase «Lo que queda expuesto a la luz se convierte en luz» encapsula la esencia de este proceso transformador. Al hacer conscientes tanto al personaje como al inconsciente, los liberamos de su control sobre nuestras respuestas automáticas y les permitimos integrarse en el todo de nuestra autenticidad.

El camino hacia la toma de consciencia implica desentrañar las capas de condicionamientos, enfrentar los miedos arraigados y permitir que la luz de la consciencia ilumine cada rincón oscuro de nuestra psique. En este proceso, encontramos la oportunidad de liberarnos de patrones limitantes, sanar heridas emocionales y avanzar hacia una realización personal más auténtica y plena.

Una mujer en un espacio sereno realizando meditación

Para empezar a tomar este tipo de consciencia sobre el yo idea, te propongo un ejercicio de centramiento del ser :

Ejercicio de centramiento

El ejercicio de centramiento inicia con una primera fase dedicada a la conexión con la respiración y la percepción de la fuerza vital que la impulsa. Este proceso busca llevarnos a un estado de bienestar y placer al observar y sentir el movimiento natural de la respiración.

Primero, se nos guía a realizar varias respiraciones profundas y lentas, cerrando los ojos para intensificar la atención hacia el interior. Al exhalar, se invita a sentir cómo todo el cuerpo se relaja, sumiéndose en una total comodidad. Este acto preparatorio crea un espacio propicio para la conexión con el propio ser.

Luego, se nos invita a permitir que la respiración fluya libremente, centrándonos en el gusto de respirar como si esta acción fuera una expresión genuina de nuestro ser. La atención se dirige al movimiento espontáneo de la respiración, observando cómo el vientre y el pecho suben y bajan.

A medida que la atención se profundiza, el ejercicio nos lleva a dirigir la observación hacia la fuerza que impulsa este movimiento respiratorio. Se destaca que esta fuerza natural es agradable y que proviene de la parte de atrás. La respiración se presenta como una fuerza rítmica que fluye, como una ola de un océano de vida. Se nos invita a percibir esta fuerza como la vida misma, la fuerza de toda la vida que respira en nosotros.

La metáfora del océano de vida resalta la magnitud de esta fuerza, y se nos alienta a reconocer un campo inmenso de energía que acompaña este ritmo incesante de la respiración. Esta energía, que subyace en la respiración, es descrita como un vasto océano que impulsa cada ola de nuestro ser. Todo el poder de la vida se manifiesta en el movimiento de la respiración, de manera similar a cómo el poder del mar se revela en cada ola.

Este ejercicio nos invita a conectarnos con una experiencia más profunda de nuestra existencia, reconociendo la respiración como un vehículo para experimentar la fuerza vital que fluye a través de nosotros. Al enfocarnos en esta conexión, nos sumergimos en un espacio de conciencia y nos acercamos a la comprensión de que somos parte de un vasto y continuo flujo de vida.

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