3 dramas que creamos de la nada para complicar nuestras relaciones

Relaciones complicadas

Aquel a quien nadie le gusta, por lo general no gusta a nadie”, dijo Isaac Newton. Y no andaba desacertado. Por supuesto, hay relaciones complicadas por el historial conflictivo que arrastran o por las incompatibilidades de caracteres, pero en la mayoría de los casos nos convertimos en expertos del drama. Complicamos las relaciones a través de enrevesados mecanismos psicológicos de los que no solemos ser conscientes pero que terminan sembrando dudas, generando conflictos y dejando una estela de insatisfacción.

¿Tienes relaciones complicadas o complicas tus relaciones?

1. Atribución de malas intenciones

Una persona que te ha cerrado el paso mientras caminabas. Un compañero de trabajo que se fue a almorzar sin ti. Un amigo que no ha querido quedar contigo una noche. Un detalle que tu pareja ha olvidado mencionarte… En los tiempos que corren, parece como si todo el mundo estuviera a la caza de motivos para sentirse ofendidos.

Sin embargo, en muchos casos esa sensación de ofensa no proviene del hecho en sí, sino de nuestra interpretación; o sea, de las malas intenciones que atribuimos al otro. Si tu amigo rechaza tu invitación porque se siente mal, no hay motivo para que te sientas ofendido. Y si no asumieras que tu pareja intenta ocultarte algo, tampoco te preocuparías.

Las presunciones – que implican dar algo por hecho sin pruebas – nos empujan a sacar conclusiones erróneas que pueden hundir las relaciones y complicarnos muchísimo la vida. Por tanto, antes de concluir que todo el mundo conspira en tu contra, indaga en sus motivos. Es probable que las razones de base no sean las que imaginas. E intenta no tomarte las cosas demasiado a pecho. Vivirás más tranquilo y tus relaciones fluirán mejor.

2. Seguir un guion muy rígido

Todos nos montamos películas en nuestra mente. Es normal ya que, a fin de cuentas, somos los protagonistas de nuestra vida. Hemos estado en el epicentro de cada experiencia que hemos vivido y cada día escribimos el guion e interpretamos nuestro personaje.

Sin embargo, debes tener cuidado porque ese protagonismo vital puede degenerar rápidamente en un egocentrismo ciego. Si te apegas demasiado al guion que has escrito y el papel que desempeñas, es probable que termines pensando que el mundo gira a tu alrededor. Y, lo que es aún peor, quizá esperes que los demás acepten roles secundarios en sus propias vidas para limitarse a orbitar alrededor de la tuya.

Lo cierto es que cada persona es la estrella de su película, de manera que tenemos que hacer las cuentas con todos esos guiones entrelazados. No obligues a los demás a interpretar papeles secundarios en tu película. Acepta que no siempre serás su prioridad. En su lugar, cédeles el protagonismo de vez en cuando. Acepta los giros de la trama, ábrete a la improvisación y dale la bienvenida a nuevos “personajes”. Esa capacidad para fluir mejorará considerablemente tus relaciones y, sobre todo, tu actitud ante la vida.

3. Ser incapaces de dejar ir y cerrar círculos

Una pelea hace años con un hermano. Un desencuentro con los padres. Aquella negativa a ayudarnos de un amigo. La traición de una pareja… Ninguna relación es perfecta, pero si te aferras a los momentos negativos estarás creando el caldo de cultivo ideal para el rencor, una emoción que terminará enturbiando aún más la relación.

Por supuesto, perdonar o dejar ir no es fácil. Hijos de la cultura del sumar, restar agravios y romper relaciones no se nos da particularmente bien. Muchas veces nos aferramos a las situaciones y las personas sin darnos cuenta de que ello nos daña. Quizá necesites perdonar a alguien. O quizá no le puedas perdonar y tengas que poner punto final a una relación sin futuro. Sea cual sea la decisión, debemos comenzar a aplicar cierres.

Pon las cosas en perspectiva. Te darás cuenta de que guardar rencor te hace más daño que perdonar. O que seguir en una relación solo por la costumbre o porque te falta el coraje para dar el paso te lastima. Aprender a cerrar los círculos de la vida es fundamental para lograr un estado de paz mental que luego se trasladará al resto de las relaciones, esas que realmente nos interesa que florezcan ya que nos ayudan a crecer y se convierten en fuente de auténtica satisfacción.

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