Las últimas investigaciones sitúan al «burro domesticado» cuatro siglos antes de lo que creíamos
Cuando pensamos en los animales que han estado acompañando a los humanos desde tiempos inmemoriales, ayudándonos en labores agrarias y cotidianas seguramente los primeros candidatos sean caballos, perros, e incluso gatos. Probablemente los burros (Equus africanus asinus) estén algo más abajo en la lista.
Hasta ahora creíamos que la domesticación del burro fue un evento que se repitió en distintos lugares y momentos de la prehistoria. Sin embargo, el mayor estudio genético de estos animales realizado hasta la fecha reveló una historia distinta: la de una sola domesticación del burro, ocurrida hace unos 7.000 años en el entorno del Cuerno de África y lo que hoy en día es Kenia.
Los parientes más cercanos del burro doméstico, los burros salvajes (Equus africanus) viven aún hoy en esta región africana. El burro común es a veces visto como una subespecie de estos burros africanos o bien como una especie independiente estrechamente vinculada a ésta (en cuyo caso su nombre “científico” sería Equus asinus).
Según el equipo, liderado por investigadores franceses, el burro fue domesticado en este contexto, para después comenzar a diseminarse por el resto de Eurasia, ya como animal doméstico hace unos 4.500 años, es decir, unos 2 milenios y medio después de ser domesticados. El estudio genético no solo ha señalado el origen único de esta especie, sino que también ha “adelantado” la fecha de domesticación en unos cuatro siglos.
La domesticación del burro habría tenido sentido en su contexto espaciotemporal. Hace unos 7.000 años el entorno del Sahara presenció un proceso de aridificación que llevó al desierto a expandirse. Los burros tenían una ventaja sobre otros équidos, la de ser más resistentes a la falta de agua, lo que pudo hacerlos idóneos para utilizarlos como ayuda en el transporte o labores agrícolas.
Para su análisis, el equipo internacional de investigadores analizó muestras de 207 burros modernos de 31 países, así como restos de esqueletos de otros 31 burros que vivieron en los últimos 4.500 años. También utilizaron información genética de otros équidos para ampliar el estudio. El trabajo de los investigadores fue publicado en la revista Science.
La variedad y los mulos
El estudio también nos ofrece algunas curiosas historias sobre este animal. Por ejemplo, el análisis genético de restos de la época romana hallados en Francia narran la historia de una generación de burros gigantes (hasta 25 centímetros mayores que el burro moderno promedio).
Los romanos no criaban estos burros colosales para su uso directo, sino porque los mulos (los cruces entre burros macho y yeguas de caballo) les resultaban de gran utilidad. Los romanos aprovechaban un animal que combinaba parte de la robustez de los burros con la capacidad de desplazarse por largas distancias más propia de los caballos.
Tras la caída del Imperio romano los mulos volvieron a ceder protagonismo al burro puesto que las economías se habían vuelto más locales, por lo que no era necesario utilizarlos para transportar grandes cargas a lo largo de la popular red viaria romana.
El burro es quizá el gran denostado de los animales domésticos. Pese a haber desempeñado un papel clave en el desarrollo humano durante los últimos cuatro milenios, el burro es visto a menudo como sinónimo de estupidez o torpeza. Tal es el punto que el burro se ha convertido en una especie amenazada en lugares como España o México.
Para bien o para mal, el burro sigue formando parte de nuestro acervo cultural, desde el burro con el que Sancho Panza acompañaba a don Quijote al de fray Perico. Ahora gracias a la ciencia sabemos un poco más de la historia del que podría ser el menos popular de los primos de la familia de los équidos.
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