El coronavirus modificó la organización política y social del siglo XXI, pero pudo haberse dado una pandemia similar en un planeta son seres humanos. Es posible hablar de la pandemia solo en tercera persona y en términos etiológicos. Pero las denominadas “tecnopatías” o “enfermedades 3.0” pertenecen a una segunda naturaleza que da cuenta de sí misma. Las descripciones de problemas sociológicos estarían incompletas sin una manera de hablar en segunda y en primera persona. Estas enfermedades no solo nos dicen algo distinto sobre el cuerpo y la mente, sino que hacen quejarse a los cuerpos y a las mentes de nuevas maneras. Relacionadas con el uso y abuso de teléfonos móviles, computadoras, tablets y consolas, si bien estas enfermedades del siglo XXI, en su mayoría, no han sido tipificadas oficialmente como patologías o trastornos conductuales, la necesidad de casi todos los seres humanos de cierta ubicuidad y capacidades tecnológicas origina dolencias o afecciones que incluyen: desde molestias físicas, hasta insomnio, apnea y fobias. Pero aun así, ¿por qué es tan difícil conectarnos menos?
Hay tecnopatías con un claro espectro psicológico. Algunos ejemplos: La “nomofobia”, un miedo irracional a separarse del teléfono celular como al salir de casa, dejarlo sin batería. Un nomofóbico se caracteriza por comprobar obsesivamente para si ha recibido algún mensaje, puede sacrificar horas de sueño inmerso en las redes sociales, evita todo lo posible sitios en los que falla o es inexistente la conexión a internet, o mantiene siempre activo su celular acosta de experiencias de convivencia con otras personas. Un corolario de este trastorno es la “fomofobia”, “fear of missing out” o “fear of being offline”, la incomodidad casi incontrolable de no estar al tanto de alguna noticia o dinámica hallada en la red. También hay casos de apnea provocados por la ansiedad de abrir una bandeja de entrada o una aplicación y encontrar una serie de e-mails no leídos o, por el contrario, no tener notificaciones para leer.
Otro espectro de las tecnopatías es más bien fisiológico. Algunos ejemplos: La “portatilitis”, dolores musculares causados específicamente por mantener una mala postura relacionada con el uso de ordenadores portátiles o al cargarlos de un lado a otro. El llamado “mal del iPod” son toda clase de disminuciones y trastornos auditivos provocados por escuchar música con auriculares o a un volumen muy alto. O la “tendinitis”, el sobreesfuerzo de los pulgares y los tendones, a veces hasta de las muñecas y el codo, por el uso de chats como Whatsapp. Este descaste físico se explica por la elevada cantidad de horas promedio que pasan las personas conectadas a internet o en videojuegos, más de 6 horas y media diarias a nivel global. En Estados Unidos este tiempo llega a 7 horas, mientras en Brasil y Sudáfrica a unas 9 y media.
Las consecuencias más directas de explicar son un tipo de insomnio tecnológico, cefaleas, cervicalgias, dolores musculares diversos, tensión ocular y estados de burnout o de estrés laboral crónico. Pero hay consecuencias más difusas sobre lo cualitativo de esta segunda naturaleza. El cambio de nuestras experiencias de identidad, por una ilusión de constante cercanía a las personas en la omnipresencia de la red, implica stalkear perfiles ajenos, compararnos constantemente con otros y revisitar momentos felices en fotos o historias. Una obsesión con la felicidad que en gran medida la limita a lo que puede o debería ser. También hay fenómenos de reducción del aprendizaje por la conveniencia de consultar información por internet y en demérito de ejercitar la memoria. Nuestra observación de lo que nos pasa como cuerpos puede verse objetivizada y alimentar tendencias hipocondríacas, al autodiagnosticarnos por medio de buscadores como Google. Las ventajas del homeoffice no evitan parte de esta ansiedad tecnológica, la desconexión social y nuevas formas de sobrecarga de trabajo intelectual.
Vivimos a veces entre sombras de sonidos, lugares y personas, en un sentido amplio, pero con una expresión muy puntual. El cerebro de las personas del siglo XXI se ha adaptado para aguzar los sentidos y asociarlos a la tecnología. Dice mucho de nuestras condiciones de vida que exista un síndrome como el de “la vibración fantasma” o “la llamada imaginaria”, es decir, la expectativa de que nuestros teléfonos comiencen a vibrar. No sé por qué al escribir este artículo no puede dejar de pensar en la poesía melancólica de Silvia Plath:
Deberíamos encontrarnos en otra vida, deberíamos encontrarnos en el aire, tú y yo.
La poesía es algo para lo que uno no necesita adaptarse. Requiere disposición leer un libro de poemas, sin duda, pero me refiero más bien a cómo llega a tener realidad un poema: no nos exige nada, responde a un aprendizaje sobre la adaptación o sobre vivir. La red en algún momento pudo ser aire, un lugar secreto de encuentro, una intimidad auténtica por ser solo otro posible lugar para intimar “en” el mundo. Pero hasta cierto punto, la vida electrónica se ha vuelto la vida y, hay que decirlo, esta no está atravesando por sus mejores momentos.
Quizá hace falta encontrar dónde está hoy el aire y volver a reinterpretar el poema de Plath.