¿Por qué un seguidor de Jesús de Nazaret, con buenas intenciones, después de varios años de relación con la personalidad transformadora del Maestro, repudió una causa sagrada, le traicionó y abandonó a sus hermanos? ¿Qué pudo mover a Judas Iscariote?
Puede resultar sencillo juzgar a Judas cuyo nombre ha sido condenado y maldecido en todo un vasto universo, pero Jesús de Nazaret lo amó y, con toda seguridad, el Padre, infinitamente misericordioso, lo ha perdonado y su alma ha sido acogida en la luz.
Con Judas o sin él, las castas sacerdotales habrían cumplido su papel de sanguinarios ejecutores.
Fuentes: “Libro de Urantia” y “El testamento de San Juan” de Juan José Benítez.
Judas Iscariote había nacido en Queriot, un pequeño pueblo del sur de Judea. Era hijo único y sus padres, cuando era pequeño, lo consintieron y mimaron convirtiéndolo en un niño malcriado.
Cuando era un muchacho, sus padres se mudaron a Jericó, donde vivió y trabajó en varias empresas de su padre hasta que se interesó en la predicación y la obra de Juan Bautista. Los padres de Judas eran saduceos y cuando su hijo se unió a los discípulos de Juan, lo repudiaron.
Natanael (Bartolomé) encontró a Judas en Tariquea (Magdala), ciudad de Galilea, junto al lago Tiberíades, cuando éste estaba buscando trabajo en una empresa de secar pescado y lo invitó a unirse al grupo de los apóstoles de Jesús.
Judas era soltero, tenía treinta años y los modales de una persona bien educada. Era un pensador inteligente y el más instruido de los doce. Entre los apóstoles, era el único de Judea y nunca fue capaz de superar sus prejuicios contra sus compañeros galileos. El mismo Jesús, al aceptarlo en el grupo, le dijo: «Judas, somos todos de la misma carne y, al recibirte en nuestro medio, oro porque seas siempre leal a tus hermanos galileos. Sígueme». A Judas también le costó mucho tiempo aceptar que Mateo, un publicano, fuera admitido por Jesús.
Andrés, el primer apóstol elegido y director general de los doce, nombró a Judas tesorero del grupo para lo cual, estaba muy capacitado. Se requería tacto, habilidad y paciencia para administrar los asuntos financieros de un idealista como Jesús y para lidiar con los métodos, sin ton ni son, en el campo de los negocios, de algunos de sus apóstoles. Judas era realmente un ejecutivo excelente, un financiero capaz, previsor y austero en materia de organización. Llevaba la bolsa, pagaba todos los gastos y hacía semanalmente los presupuestos para Mateo y los informes para Andrés. Judas llevó a cabo su tarea con honestidad, fidelidad y eficacia. El dinero no pudo nunca haber sido el móvil de la traición a su Maestro.
Ninguno de los apóstoles criticó jamás a Judas. Lo consideraban uno de ellos y lo amaban. Hasta donde podían ver, Judas Iscariote era un tesorero sin par, un hombre culto y, aunque a veces crítico, un apóstol leal. Tan sólo Andrés, que era el que mejor juzgaba a los hombres, sabía que el corazón de Judas Iscariote estaba lleno de problemas. Judas nunca le había abierto su corazón y no tenía con él la relación personal e íntima que tenía con los demás apóstoles. En alguna ocasión expuso a Jesús sus temores, pero éste le dijo que siguiera brindándole su confianza y que no dijera nada a los demás.
Desde el principio, el Maestro entendió plenamente las debilidades de Judas y supo muy bien los peligros de admitirlo en el círculo de los apóstoles. Jesús permitió que Judas siguiera hasta el fin porque está en su naturaleza abrir de par en par la puerta de la vida eterna, sin restricciones, a todos los seres creados.
Jesús hizo todo lo posible, dentro del marco compatible con la libertad moral del hombre, por transformar a este apóstol débil y confundido y evitar que eligiera el camino equivocado. El Maestro había advertido a Judas en muchas ocasiones, tanto en privado como en público, pero las advertencias suelen ser inútiles frente a una naturaleza humana amargada. Mil veces Jesús le ofreció su mano abierta y mil veces la rechazó.
Judas, que había sido discípulo de Juan el Bautista, admiraba, en general, la atractiva, encantadora y exquisita personalidad de Jesús, pero, desde el momento en que Juan fue decapitado por orden de Herodes, jamás le perdonó que no lo hubiera salvado. Se sintió decepcionado y llegó a pensar que Jesús era un timorato, que tenía miedo de proclamar su poder y autoridad.
Judas cavilaba frecuentemente sobre sus desilusiones personales, cayendo en el resentimiento y obsesionándose con la idea de hacer lo que fuera para vengarse. Esta idea cobró forma definitiva el día en que María, la hermana de Lázaro, ungió la cabeza y los pies del Maestro con un ungüento muy raro y costoso. A Judas le pareció esto un desperdicio y lo expresó públicamente, pero fue terminantemente acallado por Jesús en presencia de todos. Este acontecimiento determinó la movilización del odio acumulado durante toda una vida.
Al día siguiente, se produjo la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. A Judas le pareció un espectáculo infantil y ridículo y Jesús le parecía, en vez de un rey, un payaso. Para colmo, algunos saduceos, amigos de su familia, se burlaron de él por ser un seguidor del rey de los judíos, que llegaba a la puerta de Jerusalén montado en un asno (los griegos y romanos despreciaban a todo aquel que cabalgara en un asno). Judas no podía soportar este tipo de ridículo y a la idea de venganza, largamente acariciada, se unió el sentimiento terrible de avergonzarse de su Maestro y de sus compañeros apóstoles. Finalmente, inició la vil intriga para traicionar a su Maestro pensando que los poderosos e influyentes miembros del sanedrín le aceptarían, con honores, en su círculo.
Durante el proceso de ejecución de sus planes, Judas tuvo momentos de pesar y de vergüenza en los que, cobardemente, como un mecanismo de defensa, concebía la idea de que Jesús posiblemente ejercería su poder y se salvaría en el último momento.
Cuando este sórdido asunto estuvo concluido, un siervo de Caifás fue el encargado de pagarle la recompensa por la traición de Jesús: una bolsa que contenía treinta piezas de plata (en aquel tiempo, el precio de un buen esclavo con buena salud). Para Judas fue un grave insulto. A eso quedaron reducidos los honores y el reconocimiento público que él buscaba. Judas estaba humillado, desilusionado y totalmente destruido. Quiso apelar al sanedrín, pero el centinela no lo dejó entrar. Deambuló por las calles de la ciudad, tras de las multitudes que iban a presenciar las crucifixiones. A cierta distancia vio que levantaban el travesaño con Jesús clavado en él; al ver esto, volvió corriendo al templo y, forcejeando con el centinela, consiguió entrar donde aún estaban reunidos los miembros del sanedrín y les dijo:
«He pecado entregando sangre inocente. Vosotros me habéis insultado. Me habéis ofrecido dinero como recompensa de mis servicios el precio de un esclavo. Me arrepiento de haber hecho esto; he aquí vuestro dinero. Quiero liberarme de la culpa de esta acción».
Cuando lo oyeron, los miembros del sanedrín se burlaron de él y lo echaron.
Judas, sacó las treinta piezas de plata de la bolsa y las arrojó al suelo del templo. Su desesperación era total y absoluta. Así anduvo por la ciudad y fuera de sus muros hasta descender al valle de Hinom, donde trepó por las rocas abruptas y, quitándose el cinto, ató un extremo a un pequeño árbol y el otro extremo alrededor del cuello y se arrojó al precipicio.
Tras la Resurrección, en su última aparición, en su mensaje de adiós del Maestro a sus apóstoles, Jesús aludió a la pérdida de Judas y a su trágico final y les advirtió de los peligros del aislamiento social y fraternal.
Las causas de la caída de Judas
Judas era un tipo de persona que tendía a aislarse. Era altamente individualista y eligió crecer tornándose cada vez menos sociable y más encerrado en sí mismo. Persistentemente se negó a confiar en sus hermanos apóstoles y a fraternizar libremente con ellos. Le disgustaba hablar de sus problemas personales y de sus dificultades con sus amigos y con los que realmente lo amaban. Durante todos los años de su vinculación, no recurrió ni una sola vez al Maestro con un problema puramente personal.
Como resultado de su persistente aislamiento, sus penas se multiplicaron, sus congojas crecieron, sus ansiedades aumentaron, y su desesperación se profundizó más allá de lo soportable.
La soledad puede conducir a un grado tal de insociabilidad que, a pesar del amor de los demás, transforme al individuo en una cárcel inexpugnable, en la que nadie puede entrar ni salir.
Tomás, Natanael, Andrés y Mateo tenían también muchos sentimientos y tendencias individualistas, pero estos hombres, a medida que pasaba el tiempo, crecieron en amor y confianza hacia Jesús y sus hermanos apóstoles.
Judas no sabía amar y, para empeorar las cosas, ante todas sus desilusiones, alimentó persistentemente rencores y deseos de venganza.
No supo aceptar que las desilusiones y el desencanto son parte de la existencia humana y recurrió a la práctica de culpar a los demás. Siempre esperaba ganar. No sabía perder.
La lección que nos proporcionó Judas
“Huid del aislamiento. Buscad consuelo y amistad. De no hacerlo, vuestros errores de multiplicarán. Los solitarios viven, día a día, el veneno del resentimiento rechazando toda justicia, toda caridad, toda alegría y toda opinión que no nazca de su propia oscuridad”.
“Amad, amad siempre, aunque la tristeza y los fracasos sean vuestros permanente horizontes”.
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