Dios: el olvido que juega a ser todas las cosas

¿Alan Watts fue un hombre congénitamente inglés o sinizado hasta el grado más convincente? ¿Un filósofo poco sistemático, un decano informal, un sacerdote anglicano hereje, un conferenciante experto en lo que le interesaba de las religiones, un Bodhisattva borracho? Probablemente para Watts, una pregunta como esta deja de ser interesante cuando define una identidad y se toma demasiado en serio. Hay que atravesé a “hacer”, más que “ser”, estas y muchas otras cosas que se dejan juzgar en una biografía: ser lo suficientemente osado como para vivir desde la perspectiva de “Dios”. Y ahí está el juego en todo esto, porque esta perspectiva no existe. Hablar de ese primer valiente dista mucho de una persona que se adapta o que es reconocida. Dios crea, pero esto también se ha comprendido mal como una “decisión”. Se trata de “versionarse” siendo desconocido, una cara original que se ha olvidado de manera perfecta. Y esta identidad perfectamente perdida es así porque ha creado un olvido no vacío, lleno de sí misma como todas sus actos o sus creaciones. Una verdad de Watts tan antigua como las religiones hinduistas:

A Dios le gusta jugar al escondite, pero como no hay nada fuera de Dios, ¡no tiene a nadie más que a él mismo con quien jugar! Solo supera esta dificultad fingiendo que no es él mismo. Esta es su forma de esconderse de sí. Finge ser tú y yo y toda la gente del mundo, todos los animales, las plantas, todas las rocas y todas las estrellas. De esta manera vive extrañas y maravillosas aventuras, algunas de las cuales son terribles y aterradoras, pero estos son como malos sueños, porque cuando despierte desaparecerán.

Ahora, cuando Dios juega a «esconderse» y pretende ser tú y yo, lo hace tan bien que le lleva mucho tiempo recordar dónde y cómo se escondió. Eso es lo divertido y justo lo que él quería hacer. No quiere encontrarse demasiado rápido, porque eso arruinaría el juego. Por eso es tan difícil para ti y para mí descubrir que somos Dios disfrazado, fingiendo no ser Dios mismo. Y cuando el juego haya durado lo suficiente, todos despertaremos.

El término “līlā” aparece múltiples veces y de múltiples maneras en las variaciones doctrinales y míticas del hinduismo, pero en general hace referencia a una relacionalidad lúdica que trasvasa las diversas acepciones contingentes del campo que conocemos como nuestro mundo o nuestras biografías. Estas no postulan una noción de Dios como una forma de conciencia única y separada al final de un largo túnel, en la gloria entre en coro de ángeles que no tocan ese centro. Para las escuelas monistas del Vedanta, las cuales influyeron trasversalmente en los diversos cultos de la India, un principio como el de la “reencarnación” no hace referencia al regreso de una serie de reminiscencias mínimas para reformar un ser vivo 2.0. Habla de una historia que no acaba con el fin de una vida individual: una obra o una película divina donde Dios encarna todos los papeles. El lugar de cada quien en la trama es real en la medida en que este puede interpretarse. El juego del nacimiento y la desaparición de los mundos está más allá de la sustancia, “pradhāna”, y del plan, “puruṣa”, más allá de lo manifiesto, “vyakta”, y de lo inmanifestado, “avyakta”. El tiempo de la trama no es definitivo, no tuvo principio ni tendrá fin. Es así que el nacimiento, la duración y la desaparición no se detienen. La tensión dinámica de la obra es “karma”, actuar, la conexión activa que es el universo. Finalmente, otro de los términos implicados más importantes de la filosofía india es la “māyā”, la medida que tiene sentido en lo que se cuenta. En principio se refiere al poder del actor divino que hace también de director, productor y público, pero además implica los estados psicológicos de cualquier persona hechizada por estos actos mágicos.

Es así que līlā no puede definirse como expresión de una voluntad o plan divino para lo creado. Si Dios tuviera una naturaleza propia, del mismo modo en que es natural que los peces naden, podría decirse que esta sería emanar mundos y formas de vida. Algo espontáneo, que no puede planificarse o justificarse, tal y como uno puede reír después de escuchar un buen chiste. El Brahman se expresa en cada aspecto del mundo empírico, pero siendo cada uno de estos aspectos limitados un acto de Dios, su número no existe y no define al actor ilimitado. Su reserva de interpretaciones es tan abundante que la bienaventuranza es expansiva, por lo que sería mejor decir que este interprete no “es” eterno y sus acciones no son algo cerrado, sino que están abiertas eternamente. Dicho esto, hablar de algo como la naturaleza de Dios no quiere decir nada, porque ese gran interprete no imita a nadie sino a la novedad. Sería como la risa de alguien que se contara un chiste que no se sabía. Uno no recibe una naturaleza propia ni Dios la adopta con nuestro nombre de manera provisional. Mas bien, interpretamos algo que pasa en una condición determinada. El chiste es chiste y la risa es risa no gracias a una aparición absoluta: creemos vernos entendiendo qué es tan gracioso. El encuentro único de estos factores tiene un sentido interno que desaparece. Todo cambia, pero sigue siendo universal solo desde ese no sentido de lo maravilloso.

Para las sectas devocionales del hinduismo, Lila se explica mejor desde obras mitológicas dentro de la gran trama, por ejemplo, sobre el erotismo de las adoradoras de Krishna, las “gopīs” o las muchachas lecheras que salen al encuentro de Dios encarnado en un hombre. Una de las imágenes más interesantes asociadas a esta tradición es la de la danza en círculo o “ras”: Krishna multiplica su forma para que cada gopī piense que es su única compañera, la novia levantada de ese ambiente de pastores hacia un espacio donde solo hay un tú y un yo. Yo y tú se vuelven papeles en un juego donde lo único real es el acto amoroso. Pero la soledad es ilusoria, porque Dios en su juego no es uno sin segundo ni uno seguido de otro ni uno como cada número en una larga cuenta. Como diría Bertrand Russell, este juego no es un conjunto del que no forma parte. Hay un misterio cuando nos damos cuenta de que no podemos representarnos algo como “la totalidad”, pero hay todo tipo de representaciones interesantes que cambian y desaparecen. Esto también puede plantearse desde argumentos teóricos, o como escribió el físico austriaco Fritjof Capra:

La teoría cuántica revela así una unidad básica del universo. Muestra que no podemos descomponer el mundo en unidades más pequeñas que existan independientemente. A medida que penetramos en la materia, la naturaleza no nos muestra ningún «bloque de construcción» aislado, sino que aparece como una complicada red de relaciones entre las distintas partes del todo. Estas relaciones incluyen siempre al observador de manera esencial. El observador humano constituye el eslabón final de la cadena de procesos de observación, y las propiedades de cualquier objeto atómico sólo pueden entenderse en términos de la interacción del objeto con el observador.

Como decía Ludwig Wittgenstein, si hay una interrogante que parece no tener respuesta, a lo mejor no se trata de una pregunta o no debió ser planteada así. Se debe sospechar de los problemas que siguen siendo persistentemente irresolubles y también de la necesidad de una respuesta a prueba de cualquier falla y que solo pueda dirigirse siguiendo un camino que se ve trazado. ¿Lo está? Lo más sano no es contestar, sino seguir interpretando. Ciertos pensadores personalistas pueden ver en este punto de vista hindú de Watts una infravaloración de principios que solo podríamos entender desde una noción como “lo singular”. El valor de la persona y algo “logológico” como el valor de mi propia vida. Pero se trata de no complicar más los hechos con un agregado a veces solo abstracto como “uno mismo”, y vivir en la confianza de que este mundo tan cruel no necesita que nos tomemos más en serio de lo que sería aconsejable hasta para la noción más inexacta del sentido común. La consigna “conoce a ti mismo” es aún más maravillosa cuando uno tiene la osadía de querer conocerse sin prejuicio alguno, incluso el de la propia existencia.

Imagen: Krishna Rasa Lila, The Artist

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