¿Por qué a veces es mucho mejor no tener la razón?

No tener razón

Todos queremos tener razón. Y hay una buena razón para ello: se siente bien. Cuando los demás confirman que estamos en lo cierto, nos sentimos validados y empoderados. Tener razón dispara nuestra autoestima y nos hace quedar bien delante de los demás.

En cambio, equivocarnos duele – literalmente.

Neurocientíficos de la Universidad del Sur de California constataron que cuando experimentamos una disonancia cognitiva se activan las áreas cerebrales vinculadas con el dolor. Eso significa que cuando contrastan nuestras creencias más arraigadas, nuestro ego se resiente bastante. Eso no es agradable.

Y, sin embargo, a pesar de los pesares, muchas veces es mejor no tener razón.

No tener razón es enriquecedor, aunque no lo parezca

La palabra razonar proviene del latín ratiònem, cuya raíz es rătĭo, que significa cálculo, cuenta, balance… Hace referencia al acto de considerar las normas y leyes, fundamentalmente de la lógica, para llegar a determinadas conclusiones. De hecho, cuando nos dicen que debemos «entrar en razón», en realidad nos están pidiendo que acatemos los estándares concensuados.

Por tanto, la razón nos mantiene dentro de unos límites estrechos. Nos mantiene en los márgenes de lo que conocemos y las conexiones que hemos establecido. La razón, a diferencia del pensamiento y la creatividad, suele llevarnos por caminos trillados.

De hecho, tener razón no es más que reafirmar lo que ya sabemos. Y eso significa que cuando tenemos razón no aprendemos. No ampliamos nuestra perspectiva. Volvemos al punto de partida. Y eso es justo lo contrario del crecimiento.

Por supuesto, es normal que veamos claramente nuestra perspectiva y que nuestras opiniones tengan mucho sentido para nosotros. También forma parte de la naturaleza humana pensar que la manera en que experimentamos y percibimos el mundo es la CORRECTA.

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Pero debemos recordar que, aunque pensemos que tenemos razón (y en cierto sentido la tenemos), no podemos esperar que todos vean las cosas como nosotros. Porque lo interesante es que personas con perspectivas diferentes a la nuestra también pueden tener razón.

No se discute para “ganar”, sino para aprender

Una discusión es un intercambio de conocimientos; una disputa un intercambio de ignorancia”, escribió el periodista Robert Quillen. Y, sin embargo, en la actualidad hay cada vez más personas que siempre quieren tener la razón, de manera que discuten con el objetivo de “ganar”.

El deseo de poseer la verdad ciega y bloquea las puertas a ideas diferentes. Cuando nos concentramos en tener razón, nos cerramos a nuevas perspectivas. La necesidad de ganar nos impide escuchar a los demás porque estamos demasiado ocupados hilando nuestros argumentos. No consideramos otras posibilidades.

Cuando creemos tener razón, ni siquiera dudamos porque estamos excesivamente seguros de nosotros mismos. Damos por descontado que nuestro argumento es cierto, válido e inapelable, de forma que no dejamos el más mínimo resquicio para la visión de los otros.

De esta forma el debate se convierte en una contienda que, lejos de ser enriquecedora, acrecienta el conflicto y limita las posibilidades de seguir aprendiendo. Cada uno se atrinchera en sus ideas y se queda atrapado en su pequeño mundo, víctima de las redes de una lógica limitada.

¿Cómo salir de ese bucle?

Ante todo, necesitamos desligar la razón del ego. “Perder” un argumento no es un traspiés que socava nuestra jerarquía imaginaria sino un aprendizaje que nos nutre y complementa. El mundo no se desmoronará porque nos equivoquemos, al contrario, ese nuevo conocimiento nos permitirá construir unos cimientos más sólidos.

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Ese cambio de perspectiva nos ayudará a eliminar la actitud defensiva y evitar que las discusiones se conviertan en un campo de batalla campal para reorientarlas hacia un intercambio beneficioso de puntos de vista y experiencias.

No obstante, también debemos deshacernos de la inseguridad que nos empuja a aferrarnos a nuestras certezas para comenzar a abrirnos a nuevas ideas. Tener la razón puede ser reconfortante: nos brinda seguridad en un mundo extremadamente incierto. Pero debemos recordar que la necesidad de mantener el control y dominar – aunque sea intelectualmente – también puede ser bastante estresante y convertirse en una fuente de conflictos latentes en las relaciones.

Por tanto, la próxima vez que necesites tener la razón, da un paso atrás y pregúntate si realmente vale la pena. El filósofo británico Bertrand Russell dijo: “el problema de la humanidad es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas”. Por consiguiente, en un mundo donde todos reclaman la razón y nadie duda, evita las certezas absolutas y escucha al que piensa diferente.

Quizá descubras que debatir para aprender es un ejercicio infinitamente más revitalizador y enriquecedor intelectualmente.

Y reconoce que, al menos en esta ocasión, tengo razón : )

Fuente:

Kaplan, J. T. et. Al. (2016) Neural correlates of maintaining one’s political beliefs in the face of counterevidence. Scientific Reports; 6: 39589.

¿Por qué a veces es mucho mejor no tener la razón?

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