Quizá la mayor fuente de esperanza y progreso social surja de nuestro redescubrimiento de las necesidades animales de los bebés y los niños pequeños: los requisitos básicos de consuelo, contacto y unión. La esperanza de la humanidad está en que reconozca su naturaleza animal.
Con tres semanas de edad, roncas suave y cálidamente sobre mi hombro mientras escribo y estás más cerca de la naturaleza de lo que lo estarás nunca. Con tus necesidades y sonidos animales, movidos por un lento espíritu primordial que se sumergirá pronto en la cacofonía del pensamiento y el lenguaje, creo que perteneces más a la biosfera que a la esfera humana. Eres mi segunda hija y me parece que ya han pasado años desde que te vi en el escáner; tu esqueleto segmentado tenía el aspecto de un animal antiguo descubierto por los geólogos, enterrado en rocas intemporales. Ya he empezado a tener las esperanzas y los miedos a los que sucumben todos los padres; quizá desde que los primeros homínidos dejaron las huellas que muestran que la chispa humana se había encendido.
Permíteme empezar por el principio, con la organización a la que podrías pertenecer toda tu vida. Cuando nací, hace más de 50 años, en el duro invierno de 1963, el National Health Service solo tenía 15 años. A la gente le podía resultar difícil creer que por primera vez en la historia de estas islas podían enfermar sin correr el riesgo de la ruina económica, que nadie iba a morir por no tener dinero. Considero que este sistema es la cumbre de la civilización, una de las maravillas del mundo.
Ahora, eso forma de tal manera parte de nuestra vida que nos resulta igual de difícil creer que podamos perderlo. Pero me temo que cuando hayas llegado a mi edad, la asistencia sanitaria libre y universal sea una fantasía distante, un mito arcáico tan alejado de la experiencia de la generación de tus hijos como el Blitz lo está de mi generación. Una de las lecciones que aprenderás, dolorosamente, es que no existe valor público alguno por el que no se haya luchado.
El crecimiento de este sistema fue una de las características clave de la primera mitad del período que he vivido. Entonces, la riqueza fue ampliamente compartida y se redujo el poder de quienes la habían monopolizado. La fiscalidad fue usada sin problema como un medio de redistribuir la riqueza común de la humanidad y así la esperanza de un mundo más justo iba creciendo. Este gran avance social está retrocediendo y, aunque quizá me esté adelantando, temo por tu vida adulta. Me parece que mi generación está despilfarrando tus derechos de nacimiento.
Esta destrucción es como un eco del modo en que tratamos el mundo natural. En mi infancia, nunca se me hubiera ocurrido pensar que pájaros tan comunes como el cuclillo, el gorrión y el estornino podrían tener una disminución tan rápida que viviría para verlos clasificados como especies en vías de extinción en este país (1). Me acuerdo de la sorprendente variedad de polillas que se arracimaban en las ventanas en las noches calurosas de verano, las anguilas, densas como fibra natural, que descendían por los ríos todos los otoños, las setas apareciendo sobre la hierba de los prados a millares.
Son imágenes que es posible tú no veas nunca. Cuando nazcan tus hijos, el tigre, el rinoceronte, el atún rojo y muchos otros animales que tanto me han cautivado puede que solo sean un motivo para lamentarnos.
Ahora comprendemos mejor lo que hicimos cuando nací —un año después de la publicación de La primavera silenciosa— con respecto a los límites naturales dentro de los que vivimos. La ciencia de los límites planetarios ha empezado a establecer los puntos más allá de los cuáles los recursos naturales que hacen viable nuestra vida dejan de ser sostenibles (2). Puede que ya hallamos traspasado, nos dice esta ciencia, tres de los nueve límites, y estamos bordeando la frontera de otros tres (3). Puede que vivas para conocer los extremos del cambio climático a los que he dedicado una gran parte de mi vida, con la esperanza de que podamos evitarlo, junto con nuevos desastres ecológicos, como la acidificación de los océanos, la pérdida de la mayor parte de los bosques que quedan en el mundo, de sus humedales y reservas de agua fosilizadas, los grandes predadores, los peces y los arrecifes coralinos. Si es así, sin duda te soliviantará la estupidez y miopía de quienes te precedieron. Nadie podrá decir que no fuimos advertidos.
La esperanza
Hay otro camino posible, a cuya investigación he dedicado los dos últimos y al que he dedicado dedicar gran parte de mi vida de trabajo. Es un medioambientalismo positivo, que intenta renaturalizar —restaurar ecológicamente— grandes extensiones de tierra no productivas y de mar sobreexplotado (4). Reconoce la notable capacidad de la naturaleza de recuperarse, de restablecer la compleja red de relaciones ecológicas con las cuales, hasta ahora, nos hemos equivocado tan toscamente. En lugar de luchar solo para evitar la destrucción, nos ofrece esperanza proponiendo un mundo mejor y más rico, un lugar en el que espero que te guste vivir.
Al menos en un aspecto, este país y muchos otros ya se han convertido en lugares mejores. Creo que, al contrario de lo que dicen los políticos y medios de comunicación, la vida familiar es ahora mejor de lo que ha lo ha sido durante siglos (5), que el viejo y frío modelo de padres distantes y los daños —psicológicos, neurológicos y (como sugieren algunas investigaciones) epigenéticos— que causó empiezan finalmente a desaparecer (6,7,8,9).
Quizá la mayor fuente de esperanza y progreso social surja de nuestro redescubrimiento de las necesidades animales de los bebés y los niños pequeños: los requisitos básicos de consuelo, contacto y unión. Sí, ser padres unidos es gravoso (ahora que empiezas a agitarte y sacudirte, me temo que tu madre, agotada de una noche de alimentación casi constante, tendrá que despertarse de nuevo), pero creo que es la única fuente segura de un mundo mejor. Sabiendo lo que ahora sabemos, tenemos una oportunidad de evitar el daño, las necesidades sin contrapartida que han causado tantos males sociales, que están en las raíces de la guerra, de la codicia destructiva, de la necesidad de dominar.
Aquí está por tanto la esperanza: justo al principio, en el reconocimiento de que tú, como todos nosotros, vienes del mundo natural y perteneces a él. www.ecoportal.net
Por George Monbiot . Traducido por Víctor García, Globalízate www.globalizate.org
Referencias:
1. http://www.bto.org/birdtrends2010/key_findings.htm#declining
2. Johan Rockström et al, 2009. Planetary Boundaries: Exploring the Safe Operating Space for Humanity. Ecology and Society 14(2): 32.
http://www.stockholmresilience.org/download/18.8615c78125078c8d3380002197/ES-2009-3180.pdf
3. http://blogs.ei.columbia.edu/2011/08/05/have-we-crossed-the-9-planetary-boundaries/
4. My book on this subject will be published next year. The working title, which may change, is Feral: rewilding the land, the sea and human life.
5. See the fascinating book by John R Gillis, 1996. A World of Their Own Making: myth, ritual and the quest for family values. Basic Books, New York.
6. See for example Sue Gerhardt, 2004. Why Love Matters: How Affection Shapes a Baby’s Brain. Routledge.
Y:
7. Shir Atzil, Talma Hendler and Ruth Feldman, December 2011. Specifying the Neurobiological Basis of Human Attachment: Brain, Hormones, and Behavior in Synchronous and Intrusive Mothers. Neuropsychopharmacology 36, 2603-2615 () | doi:10.1038/npp.2011.172
Here are two papers on possible epigenetic results of different forms of parenting:
8. Ian C G Weaver et al, 2004. Epigenetic programming by maternal behavior. Nature Neuroscience Vol 7, pp847 – 854. doi:10.1038/nn1276
9. PO McGowan et al, 2011. Broad Epigenetic Signature of Maternal Care in the Brain of Adult Rats. PLoS ONE 6(2): e14739. doi:10.1371/journal.pone.0014739
https://www.ecoportal.net/temas-especiales/educacion-ambiental/esperanza/