El Gigante de Atacama, también conocido como Gigante de Tarapacá, es un geoglifo enclavado en la ladera Oeste del Cerro Unita, en la región de Tarapacá, Chile.

Esta impresionante figura antropomórfica que se extiende en la Pampa del Tamarugal, a 1.240 metros sobre el nivel del mar, es visible desde el cielo y en la distancia, gracias a su tremendo tamaño. Mide 86 metros de largo y ocupa una superficie de tres mil metros cuadrados, lo que le convierte en el geoglifo antropomórfico más grande del mundo. Fue descubierto en 1967 durante un vuelo exploratorio realizado por Eduardo Iensen Franke, que iba acompañado de los arqueólogos Delbert True, Lautaro Núñez y M.C. Mandoff.

Como las famosas pistas de Nazca, en Perú, fue realizado mediante la acumulación de piedras y el vaciado del terreno. Los expertos creen que representa a un chamán o yatiri, aunque también dicen que podría ser una deidad andina conocida como Tunupa-Tarapacá. A su alrededor hay al menos otras 21 figuras geométricas zoomorfas que fueron realizadas por culturas que habitaron la región entre los años 1.000 y 1.400 de nuestra era.

Pues bien, esta deidad que, según la tradición, andaba por las tierras del Tahuantinsuyu haciendo milagros figuraba en el estampado que el Papa Francisco utilizó en su visita a Chile en enero de 2018. Y es ahora, seis años después, que por virtud de las redes sociales, algunos entienden que ocultaba una simbología oculta para tratar de sembrar conciencia ante una inminente visita extraterrestre o que es inapropiada por tratarse de un símbolo indígena.

Es verdad que, para confeccionar las albas, casullas, mitras y estolas del Papa Francisco, Helen Silva se inspiró en las culturas ancestrales de Chile. El proyecto tardó cuatro meses en completarse e incluyó el famoso Gigante de Atacama. Pero no es inapropiado y hay que englobarlo dentro de todo un mensaje simbólico en absoluto contrario con la religión católica.

En su transcripción de la primera oración de Manco Cápac, el cronista indígena peruano Pachacuti Yamqui, menciona a Viracocha como creador de todas las cosas y añade que, en esa primera edad de las tinieblas, los hombres vivían en lugares baldíos y peleaban sin cesar hasta la aparición de un tal Tunupa. Nuestro protagonista dominaba varias lenguas y Pachacuti se preguntaba: «¿No era este hombre el glorioso apóstol Sancto Thomás? (…) Este barón llamado Thonapa dizen que andubo por todas aquellas provincias de los Collasuyos predicándoles sin descansar».

Según explicó entonces el supervisor del taller de confección, José Antonio Soler, el diseño contiene tres elementos: el petroglifo representa a Iquique en el norte, una vid simboliza Santiago así como los valles centrales, y una cruz mapuche para el sur.

Tampoco los coleres son casuales. Se empleó un color arena para aludir al desierto del norte, el verde para representar los cultivos de los valles centrales, mientras que el rojo simbolizaba el linaje y la fuerza del pueblo mapuche.

¿Es inapropiado entonces el diseño para el catolicismo? En absoluto. Aunque en Chile existen muchos grupos indígenas, la gran mayoría son católicos. No obstante, hay parte de la cultura que sigue empleando símbolos ancestrales, aunque no los adoren porque son tan católicos como cualquier otro.

Los símbolos incorporados en América Latina, pues, no son símbolos paganos como sugieren algunos sectores de la esfera anglosajona, en todo caso un sincretismo con la religión católica como sucede, también, con muchas de las festividades religiosas de América Latina que son exclusivas de cada región y que incorporan celebraciones nativas.

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