La agamia replantea el concepto de soltería y parte de una premisa clara: una vida sin una pareja convencional
No tienen pareja. Ni la buscan. Ni quieren tenerla. Quienes se identifican con la agamia afrontan la vida y sus relaciones con un prisma distinto al que nos tiene acostumbrada la monogamia tradicional o el poliamor. Son solteros, pero no en el sentido convencional: la suya es una soltería deliberada, escogida, un estilo de vida que no contempla tener una novia o novio, un esposo o esposa como compañeros. No significa que las personas ágamas rehúyan las relaciones, el sexo o incluso los sentimientos amorosos. Pueden incorporarlos a sus vidas. O no. La clave es que no conciben participar en relaciones de pareja duraderas y con una base romántica.
Y si bien no hay datos específicos sobre su evolución, las tablas del INE y el testimonio de algunos expertos dan pistas de que puede estar ganando peso.
El valor de las palabras. Hay términos que se definen a sí mismos. Agamia es un ejemplo perfecto. La palabra se basa en la negación («a») del «gamos», vocablo que hace referencia a las uniones íntimas y matrimonios. Una persona ágama es un soltero. Pero uno muy específico: un soltero que lo es por decisión propia, de forma deliberada. Quizás parezca una cuestión menor, pero al adoptar esa postura rompe con la filosofía que durante mucho tiempo ha contemplado la consolidación de una pareja como una meta vital, el paso previo a formar una familia y tener hijos.
Replanteándose las relaciones. La agamia se aleja por lo tanto de la «monogamia», que se basa en el vínculo y la relación exclusiva con una única pareja, o de las relaciones poliamorosas, que abren ese espectro a más parejas. Las personas ágamas, aclara la sexóloga Lucía Jiménez al periódico ABC, «parten de la premisa de que tener parejas o vínculos románticos condiciona la expresión vital de la persona». En la web Agamia.es lo resumen desde otra perspectiva: la agamia consistiría en un modelo de relación que parte de la «eliminación del gamos y la relación gámica«, es decir, de las uniones tradicionales, como el matrimonio.
¿Una renuncia al sexo y el amor? Al definir la agamia suelen plantearse ciertas pautas, como la renuncia a las parejas, el modelo que las concibe con un fin reproductivo y sobre todo la reivindicación de la independencia personal; pero eso no significa que quienes se identifiquen como ágamos renuncien necesariamente a las relaciones sexuales o el romanticismo. «No se trata de aniquilar vínculos, sino más bien de explorar cada una de las uniones personales que encontremos de manera libre y sin miedo a que colisionen entre sí», detalla Jiménez.
Y si bien la sexóloga reconoce que no es extraño que «primen el desarrollo de la sexualidad individual» y dan más peso al «autoconocimiento sexual», las personas ágamas no tienen por qué encajarse en pautas concretas. De hecho el concepto es lo suficientemente flexible y rico en matices como para abarcar diferentes perfiles y circunstancias, como precisa Mónica Chang, experta también en bienestar sexual de Iroha: «Una relación de agamia puede ser poliamorosa mientras que otra puede ser monógama. Una puede ser sexual mientras que otra puede ser no sexual».
Pero… ¿Qué dicen las cifras? Es difícil encontrar estadísticas que den una imagen específica de la agamia y permitan hacerse una idea de cuántas personas se identifican con ella, qué peso tienen en la sociedad o cómo ha evolucionado con los años. Lo que sí manejamos son estudios fiables sobre soltería. Y si bien no todos los solteros son personas ágamas, sus cifras pueden darnos algunas pistas valiosas. Los últimos datos del INE, por ejemplo, muestran que en España hay 14,9 millones de solteros —7,9 hombres y 6,9 mujeres—, frente a 20,1 millones de casados. Hace solo unos años, en 2021, en España había 14 millones de solteros, 900.000 menos.
Otro dato relevante lo deja la Encuesta de Características Esenciales de la Población y las Viviendas (ECEPOV), elaborada por el INE y que muestra que ese año millones de personas aseguraban no tener pareja. Y una parte significativa de la población entre 30 y 50 años aseguran carecer de pareja. De nuevo no todos los casos pueden encuadrarse en la agamia, pero es un punto de partida interesante.
La tendencia es lo suficientemente pronunciada como para que hace poco la Universidade de São Paulo le dedicase un artículo a la agamia en el que cita a Heloisa Buarque, una profesora de antropología que desliza otra idea clave: las nuevas generaciones buscan nuevas formas de relacionarse, sin compromiso legal. Los datos del INE vuelven a ser elocuentes: si en 1975 se registraron en España 271.300, en 2022 eran ya 172.900. El último dato incluye solo los enlaces entre personas de diferente sexo, pero aún así refleja con claridad el desplome.
Nuevos tiempos… y mentalidad. Buarque de Almeida no es la única que apunta al rechazo al compromiso. Es más, hay quien habla incluso de filofobia, o «miedo al compromiso». La psicóloga Jessica Prado aporta en 20Minutos una clave para entender el nuevo escenario: el cambio de paradigma y mentalidad que se ha producido en un lapso relativamente breve, al menos en términos generacionales.
En opinión de la experta, se pasado de una sociedad en la que si algo generaba rechazo era la perspectiva de no comprometerse, quedarse soltero y no formar una familia, a otra con una mentalidad casi opuesta y en la que se priman otros valores, como la proyección profesional, «las metas individuales y las aspiraciones propias». Otro factor crucial del debate es que ese cambio está coincidiendo con un invierno demográfico al que España no es ajeno. Es más, si su censo ha logrado crecer hasta rozar los 48,7 millones de habitantes sido básicamente gracias a la inmigración.
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