La espuma cuántica de los físicos y la espuma soñada del budismo

El vacío no tiene imagen propia, solo podemos imaginar que vemos o que medimos la no ubicación o la no ubicuidad de ciertas cosas. Por ejemplo, la relatividad en el budismo implica que nada tiene una naturaleza intrínseca, ni siquiera la nada, solo un concepto para la “ausencia” de naturaleza. El espacio «es» lo mismo, porque el vacío no está vacío.

Podemos pasar de la metafísica del budismo a la escala de la física cuántica. Las burbujas, por ejemplo, aparecen y desaparecen en una vertiginosa exhibición de cambios. La denominada “espuma cuántica” se refiere al propio espacio vacío como una actividad similar. Las partículas subatómicas también aparecen y desaparecen, y siendo tan reales como efímeras, vale preguntarse si ¿tienen un impacto mensurable en nuestro universo?

Ethan Siegel, astrofísico teórico y escritor estadounidense, plantea la cuestión de este modo:

¿Qué pasaría si los científicos tomaran un recipiente y le quitaran todo el aire, creando un vacío ideal completamente desprovisto de materia? La eliminación de materia significaría que permanecería energía. De la misma manera que la energía del Sol puede cruzar a la Tierra a través del espacio vacío, el calor del exterior del contenedor se irradiaría hacia el interior del contenedor. Por tanto, el contenedor no estaría realmente vacío.

Sin embargo, ¿qué sucedería si los científicos también enfriaran el recipiente hasta la temperatura más baja posible, de modo que no irradiara energía alguna? ¿Y si además los científicos protegieran el recipiente para que ninguna energía o radiación externa pudiera penetrarlo? No habría absolutamente nada dentro del recipiente, ¿cierto?

¿Qué es imposible entonces, la nada o una medición real? Una base de la física cuántica es el conocido “principio de incertidumbre” de Werner Heisenberg. Menos conocido es que este pondera la imposibilidad de medir perfectamente la energía, siendo más inexacta una medición conforme más corto es el tiempo en que se mide. Siendo más radicales, intentar medir en un tiempo cercano a cero, solo da como resultado una medición infinitamente imprecisa.

Los principios cuánticos identifican la nada con una fluctuación de la posibilidad y la imposibilidad en las cosas. Todo intento de medición de la cantidad de energía en un lugar es impreciso, más aun el cero de una ausencia de energía. Este cero esperado resulta no ser un cero, no siendo este necesariamente un problema de medición, sino una característica de la realidad o de la nada. O dicho de otro modo, el cero no siempre es cero.

Si como sostuvo Albert Einstein, la energía es materia y viceversa, esto significa desde la teorización cuántica que un lugar presuntamente vacío y desprovisto de energía fluctúa brevemente de la supuesta nada a una cantidad de energía cambiante. Contiene no a la ausencia, sino al cambio, y esta energía temporal puede producir materia y antimateria.

La nada es tan real como esa fluctuación de la espuma cuántica. La nada es porque no es nada, y lo es tanto como esos parpadeos subatómicos. El denominado “efecto Casimir”, nombre en honor al físico neerlandés Hendrik Casimir, sería su evidencia empírica, inequívocamente demostrado en el año 2001. Lo explica Siegel como sigue a continuación:

Tome dos placas de metal y colóquelas muy cerca una de la otra en un vacío perfecto, separadas por una pequeña fracción de milímetro. Si la idea de la espuma cuántica es correcta, entonces el vacío que rodea las placas se llena con una ráfaga invisible de partículas subatómicas que aparecen y desaparecen parpadeando.

Estas partículas tienen una variedad de energías, siendo la energía más probable muy pequeña, pero ocasionalmente aparecen energías más altas. Aquí es donde entran en juego efectos cuánticos más familiares, porque la teoría cuántica clásica dice que las partículas son a la vez partículas y ondas. Y las ondas tienen longitudes de onda.

Fuera del pequeño espacio, todas las ondas pueden caber sin restricciones. Sin embargo, dentro del espacio, solo pueden existir ondas que sean más cortas que el espacio. Las ondas largas simplemente no pueden caber. Por lo tanto, fuera del espacio, hay ondas de todas las longitudes de onda, mientras que dentro del espacio solo hay longitudes de onda cortas. Esto significa básicamente que hay más tipos de partículas fuera que dentro, y el efecto es que hay una presión neta hacia adentro. Esto implica que, de ser la espuma cuántica real, las placas se empujarán entre sí.

Regresando este problema al budismo, la nada nunca ha sido concebida, sino que recurrimos a este concepto para ayudarnos a concebir otras cosas, siendo el mundo un flujo cósmico de eventos momentáneos interconectados o “dharmas”, fluyo imposible de ver como tal o para distinguirlo de lo que fluye. Nāgārjuna, el gran pensador de la escuela Mādhyamika, exponía esto de manera aún más radical al sostener que todo es vacío, “śūnyavāda”.

El flujo en sí no puede considerarse real, ni tampoco la conciencia que lo percibe, ya que es parte del flujo. Y si este mundo de cambio constante no es real, tampoco puede serlo un supuesto “opuesto”, su extinción o su cese, el “Nirvāṇa”. Si la nada y el hecho de los acontecimientos kármicos son igualmente irreales o imposibles, son uno y lo mismo. Esto carece de predicados identificables, siendo la espuma soñada que es soñar con un soñador.

Imagen de portada: espuma cuántica, Physics World.

https://pijamasurf.com/2024/07/la_espuma_cuantica_de_los_fisicos_y_la_espuma_sonada_del_budismo/

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