La cruel ilusión del progreso humano según John Gray

La Ilustración fue el momento histórico en el que la doctrina cristiana empezó su transformación en un idealismo secular y una religión política cobre la emancipación universal.

Esta es la base teórica del filósofo británico y experto en ideologías liberales John Gray. Colaborador regular de publicaciones como The GuardianThe Times Literary Supplement y New Statesman, desaparecería su entusiasmo por la “nueva derecha” de Margaret Thatcher en los ochenta, y por el “nuevo laborismo” del Tony Blair en los noventa, convertido en crítico de la globalización y de las pretensiones de conservadores y progresistas.

Gay es un autor polémico y estimulante detrás de libros como Falso amanecer: Los engaños del capitalismo global, 1998, y Misa negra: La religión apocalíptica y la muerte de la utopía, 2007. Sin embargo, Perros de paja: Pensamientos sobre los humanos y otros animales, publicado en el año 2002, ha sido su aportación más contestada y radical.

Se trata no de una crítica a una disposición humanitarista, sino al humanismo como una ideología supersticiosa. El objetivo práctico de la ciencia no es la búsqueda de la verdad, así como tampoco busca un fin claro la mente humana que ha concebido a las ideologías que le permiten justificarse con mentiras, por ejemplo, que es “necesario” usar o matar a otras especies, llevar a la realidad tal o cual desarrollo humano y acaparar todo progreso.

Perros de paja es un retrato de nuestra especie como la de un gran ser codicioso que terminará exterminando a las otras formas de vida. Frente a esta verdad, pierden sentido dicotomías derivadas del propio humanismo, por ejemplo, izquierda y derecha

Los humanos no pueden destruir la Tierra, pero sí el medio ambiente que los sustenta con gran facilidad. Las futuras guerras se centrarán en la obtención de cada vez más escasos recursos naturales. De acuerdo con la denominada “hipótesis de Gaia” de James Lovelock, suscrita por Gray, el peligro al que está expuesta la civilización es múltiple según el “modelo biogeoquímico”, y todas las actividades humanas solo agravan el problema.

Lo terrible de esta “autoestafa” humanista es que, incluso de ser positivos los proyectos de progreso moral, técnico y científico, jamás podrían concluirse. A diferencia del pasado antiguo y su sentido cíclico del microcosmos interior y el macrocosmos social y universal, es interminable la concepción moderna del mundo y carece de un punto de parada natural:

Los humanos creen que son seres libres y conscientes, cuando en realidad son animales engañados. Al mismo tiempo, nunca dejan de intentar escapar de lo que imaginan ser. Sus religiones son intentos de librarse de una libertad que nunca han poseído. En el siglo XX, las utopías de derecha e izquierda cumplieron la misma función. Hoy, cuando la política no convence ni siquiera como entretenimiento, la ciencia ha asumido el papel de libertadora de la humanidad.

Quienes luchan por cambiar el mundo se consideran figuras nobles, incluso trágicas. Sin embargo, la mayoría de quienes trabajan para mejorar el mundo no son rebeldes contra el orden establecido. Buscan consuelo en una verdad que son demasiado débiles para soportar. En el fondo, su fe en que el mundo puede ser transformado por la voluntad humana es una negación de su propia mortalidad.

Hoy, para la mayoría de la humanidad, la ciencia y la tecnología encarnan “milagro, misterio y autoridad”. La ciencia promete que las fantasías humanas más antiguas se harán realidad por fin. La enfermedad y el envejecimiento serán abolidos; la escasez y la pobreza ya no existirán; la especie se volverá inmortal. Como el cristianismo en el pasado, el culto moderno a la ciencia vive de la esperanza de milagros. Pero pensar que la ciencia puede transformar la suerte humana es creer en la magia. El tiempo responde a las ilusiones del humanismo con la realidad: una humanidad frágil, trastornada y no liberada. Aunque permita disminuir la pobreza y aliviar la enfermedad, la ciencia se utilizará para refinar la tiranía y perfeccionar el arte de la guerra.

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