«Por encima del ídolo social, el pacto original del espíritu con el universo», escribió Simone Weil. Esta idea merece una reflexión profunda. En lugar de escoger la voz de la sociedad -el gran animal que denunció Platón-, de las opiniones, del mundo burgués, debemos optar por la voz que proviene del universo y resuena en el corazón humano, donde, según las Upanishad, yace una presencia inmaculada y divina, que iguala al alma con la divinidad.
Weil sostiene que la sociedad, con sus opiniones y normas burguesas, capitalistas y demás, moldea nuestra percepción del mundo y altera nuestra orientación. El ser humano, generalmente, dedica su atención y deseo más preciados a obtener prestigio y estatus, persiguiendo cosas que la sociedad le ha enseñado a querer. Al mismo tiempo, es bombardeado por estímulos e ideas que generan pensamientos y fantasías que pervierten su mente. Weil ya notaba en los años 40 que la revista Marie Claire, con su enfoque social y progresista, era más perjudicial que la cocaína. Hoy en día, pasar horas en TikTok o Instagram afecta al sistema de dopamina del cerebro de manera similar al consumo de drogas como la cocaína.
Para Weil, la sociedad se convierte en una falsa religión que reemplaza la relación original entre el espíritu y el universo (la encarnación de la divinidad). Esta relación es la base del hinduismo: una profunda identidad entre el pensamiento y el cosmos, o entre el alma y Dios (atman y brahman).
Vivimos intentando satisfacer a este falso ídolo social, buscando prestigio, fama, estatus, dinero y un cuerpo que cumpla con los estándares sociales, creyendo que esto nos traerá una felicidad duradera. Los sacramentos, la comunión, la contemplación de la naturaleza, el arte y las imágenes divinas, que requerían ascetismo y purificación mental, son reemplazados por eventos políticos, deportivos, causas sociales y entretenimiento.
Siguiendo a Platón, Weil entiende que todas estas cosas son efímeras e insustanciales, sombras que nos hipnotizan en la cueva del mundo material. La idolatría social alcanza su apogeo con las redes sociales, que hacen omnipresente la voz de la sociedad y la mentalidad de masa, convirtiéndose en una imagen del deber ser con la que comparamos todo lo que hacemos. Para Weil, sin embargo, la salida de la cueva no pasa por la exaltación de la individualidad, sino por su disolución, que es una creación de la sociedad secular capitalista y de los valores de la Ilustración, para llegar a lo impersonal dentro de nosotros.
En última instancia, el pacto entre el espíritu y el universo no es más que su identidad original, que se manifiesta cuando dejamos de apegarnos a la identidad individual. El espíritu es precisamente lo impersonal (o universal) en la persona, y al afirmar la persona, el yo, se niega al espíritu y a Dios. Creemos ser libres al afirmar nuestro yo y ejercer el «libre albedrío», pero en realidad, ese yo es una fabricación social, que solo existe en relación a los dogmas sociales, y nuestro albedrío no es verdaderamente libre, ya que nuestros deseos están condicionados por lo que la sociedad nos presenta como deseable.
Para Weil, cuando eliminamos el yo, el constructo social que nos impide percibir las cosas claramente, se celebra una unión en el alma entre Dios y la naturaleza, una boda santa en la que resplandece toda la belleza del mundo. ¿Cómo se honra ese pacto original entre el espíritu y la naturaleza? Obedeciendo no a la sociedad, sino al ritmo del mundo, permitiendo que el cosmos se exprese en el cuerpo y, sobre todo, prestando atención a las cosas. Una atención que es abierta, vacía de voluntad propia, que recibe su objeto sin agredirlo con deseo.
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