¿A cuáles de sus antecesores consideraban a Albert Einstein auténticos genios?

¿Qué es ser un genio? Pocos pondrían en duda que el nombre que se ha convertido en el mejor sinónimo de la palabra es “Albert Einstein”. Incluso la gran cantidad de fotografías que se conservan de su exitosa vida se han vuelto en el icono pop de “genio”.

Para el Premio Nobel de física de 1921, autor de las teorías de la relatividad especial y general, este estatus a ojos de los demás es una certidumbre que la mente propia acepta solo en la continuidad del trabajo duro, es decir, si uno vive una curiosidad práctica capaz de desmitificar el universo. Llegar a una identidad final con la realidad en los términos de lo “interesante”.

Einstein fue un científico y, en esa medida, un filósofo desde la ciencia, involucrando en el cambio de paradigma que inicio a la conciencia toda, al humanismo moral desde sus convicciones socialistas, a las antiguas preguntas sobre el sentido de la vida de las religiones, al enigma sobre el libre albedrío y el destino como efectos relacionales de los hechos.

La revolución de Einstein debe mucho a antecedentes científicos que veneró a la manera de un protestante: no como santos intocables, sino como héroes de una certeza sobre la inteligibilidad de las cosas, certeza que solo puede ser experimental. Estas tres figuras que tuvieron preguntas y conclusiones comunes sobre la luz, retomadas por el Premio Nobel:

Issac Newton, mente activa entre 1642 y 1727, desde las matemáticas y la mecánica, descubrió la unidad en el movimiento de los astros, los planetas y la Tierra, ofreciendo una noción de gravedad que solo Einstein pudo redefinir hasta el siglo XX. En su trabajo sobre óptica, inició el denominado “análisis espectral”, descubriendo que la luz blanca se descompone en los colores del arcoíris al hacerla pasar por un prisma. Su “teoría corpuscular” sobre la naturaleza de la luz es la base de la astrofísica moderna y los primeros pasos hacia la relatividad.

Michael Faraday, mente activa entre 1791 y 1867, descubrió el benceno, pero, sobre todo, fue el primero em formular matemáticamente las leyes de la electrostática, electrodinámica e inducción magnética. Demostrando que el magnetismo produce electricidad, el conocido como “efecto Faraday”, importante por sus aplicaciones práctica, relacionó la luz y el electromagnetismo por primeras vez. De acuerdo con Faraday, los imanes crean a su alrededor campos magnéticos fáciles de ver si se emplean otros imanes o limaduras de hierro.

James Clerk Maxwell, mente activa entre 1831 y 1879, es el autor cuatro ecuaciones homónimas de la electricidad y el magnetismo, unificando las formulaciones cuantitativas de Ampère, de Faraday y de Lenz, que relacionaban las interacciones entre los campos eléctricos, los campos magnéticos y las corrientes sobre conductores. Las descripciones coherentes de Maxwell dentro de este campo de la física fueron las primeras en demostrar que la luz es una radiación electromagnética medible, con una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo.

La definición de genio es tomar lo complejo y hacerlo simple.

Estas palabras de Einstein mantienen vivo otro legado de otro de sus grandes héroes intelectuales, el filósofo y también judío Baruch Spinoza. Lo que esta mente activa entre 1632 y 1677 reconoció como la necesaria y eterna “ley divina”, inmodificable, aunque inteligible para la razón humana, no es la obra de un gran autor que enmienda su creación sobrenaturalmente, sino la propia identidad de la realidad. Los milagros no son una explicación solo por ser simples exposiciones sobre “qué pasó ante nosotros”, sino una traición a lo complejo y el progreso del lenguaje científico. Ese proceso genuino de hacer más simple lo interesante y lo atractivo.

Spinoza escribió sobre la naturaleza como lo que debe ser existente, auto causado e ilimitado en un todo. Y ya que no pueden existir dos “sustancias” con estos atributos que limitarían a una y otra recíprocamente, Dios y la naturaleza son el uno de infinitos atributos, la esencia eterna e infinita, existe necesariamente, de las incontables modificaciones:

Todo lo que es, está en Dios, y nada puede ser o ser concebido sin Dios.

Esta metafísica panteísta no renuncia a esa atracción por el sentido de las cosas, sino que la desmitifica y le permite ser otro misterio: la identificación entre curiosidad y claridad.

Einstein pensaba que esta religión naturalista y escéptica no tiene santos que porten una verdad por toda la eternidad, sino héroes que se atrevieron a pensar más allá de entramados mentales históricos, en un viaje por el lenguaje más simple para la belleza.

Imagen: Albert Einstein, PromptHero.

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