«La suprema ilusión del hombre es su convicción de que puede hacer. Todos piensan que pueden hacer, que pueden actuar y controlar su vida, y siempre se preguntan qué es lo que deben hacer.
Pero, en realidad, nadie hace nada y nadie puede hacer nada. Todo sucede. El hombre nace, vive, muere, construye casas, escribe libros, no porque él lo decida, sino porque así sucede. El hombre no ama, no odia, no desea —todo esto simplemente sucede, como la lluvia cae cuando la temperatura cambia, como la nieve se derrite bajo el sol, o como el polvo se levanta con el viento. Sin embargo, nadie le creerá si le dice que no puede hacer nada. Esto es especialmente desagradable y ofensivo porque es la verdad, y nadie quiere conocer la verdad.» – Gurdjieff
Tal vez crees que has decidido leer este texto. Que estar aquí, dedicándole tu atención a estas palabras, es tu elección. Pero, lo que descubrimos gracias a la autoobservación, que es la base del camino espiritual, es que ni una sola de nuestras acciones es fruto de nuestra supuesta voluntad.
La búsqueda de bienestar es la motivación común detrás de las acciones de los seres humanos. A medida que nos observamos, nos damos cuenta, además, de que nuestras decisiones están influenciadas siempre por una serie de factores externos e internos. Desde nuestras experiencias pasadas y nuestro entorno, hasta nuestras emociones y deseos subconscientes, todo condiciona nuestras acciones.
En uno de los retiros de meditación que organizamos en la sala Aruna de Vigo, una participante se sentía satisfecha por haber decidido asistir. Para ella, tenía mérito estar allí, lo que era motivo de orgullo. Sin embargo, aunque yo también me sentía contento, mi percepción era distinta: no sentía que hubiera elegido estar allí, por lo que me sentía profundamente afortunado y agradecido.
Imagina que estás sentada en el sofá viendo la tele y sientes sed. Entonces te levantas y tomas un vaso de agua. Podrías decir que has elegido levantarte, pero si observas, verás que es la sed la que te ha levantado del sofá. Por ello, no eres la hacedora de la acción, pues el origen de esa acción no es tu voluntad, sino la sed. Una sed que no has elegido.
Carece de sentido asociar un mérito a una acción de la que no eres la autora. Así, el escritor que siente una profunda necesidad de escribir y no encuentra mayor satisfacción en ninguna otra actividad alternativa, no tiene mérito en poner su energía y dedicación a la escritura; lo hace porque la necesidad le impulsa, sin opción.
Cuando era estudiante, tenía facilidad para comprender y memorizar los apuntes. Me sentía, de algún modo, especial, incluso superior. Cuando empecé a salir los fines de semana, noté que, a diferencia de mis amigos, si tenía un examen el lunes, no podía disfrutar de la fiesta porque el sentido del deber me obligaba a ir a casa a estudiar. Esta observación me hizo darme cuenta de que todos esos sobresalientes que había sacado antes no tenían ningún mérito, ya que no eran mis acciones o mis sacrificios, sino que estaban originados por un sentido de la responsabilidad que no había elegido.
Comprender que no somos los hacedores de nuestras acciones no significa que, de repente, dejemos de hacer cosas. No se trata de optar por «no hacer nada», lo que sería otra forma de hacer. Lo que sucede es que empezamos a ver con mayor claridad cómo estamos funcionando y comprendemos que la búsqueda del bienestar es la motivación que impulsa todos nuestros actos. Esta motivación nos mueve a todos, y esto, sumado a los demás factores y condiciones de cada uno, es lo que determina las distintas acciones en cada momento. Toda acción es un movimiento impersonal.
No existe la libertad de acción, ya que el cuerpo siempre actúa de manera condicionada. Ante este hecho, tenemos dos formas de actuar: desde la ilusión o desde la verdad. Podemos vivir bajo la ilusión de que somos un cuerpo con capacidad de actuar de forma independiente, o bien, a través de la autoobservación, podemos alinearnos con la vida y comprender finalmente que el cuerpo es un instrumento del Ser.
Cuando asumimos que somos algo separado que dirige el cuerpo a voluntad, nos desconectamos de nuestra verdadera esencia. Creemos que debemos esforzarnos para alcanzar ciertas condiciones que nos devuelvan la paz interior. Sin embargo, hay momentos en los que todo fluye, y la sensación de ser una voluntad independiente se desvanece. Es en esos momentos cuando sentimos el alivio de soltar la carga de la existencia y descubrimos el contento natural de simplemente existir. Dejando atrás la ilusión de ser el hacedor, nos abrimos al espacio del Ser. Así, nuestros pensamientos, emociones y acciones se alinean con la corriente de la vida, lo que nos lleva a comportamientos más funcionales y satisfactorios, permitiéndonos responder de manera más adecuada a cada situación.
No te sientes culpable cuando algo sale «mal», porque ves que toda acción es fruto de una serie de factores que, en un momento dado, se colocan en la balanza que determina la acción. Comprendes que, en ese momento, con esos factores, no había posibilidad de una acción distinta. Del mismo modo, no puedes ver a los demás como culpables de sus actos, y esto te lleva a liberarte del odio y del rencor.
Por otro lado, quien tiene el síndrome del salvador exige validación y agradecimiento constantemente, reprochando al resto ser unos desagradecidos. Sin embargo, cuando comprendes que no eres hacedor y haces algo bueno por alguien, no sientes ningún mérito, nada de lo que estar orgulloso y por lo que recibir agradecimiento. Puesto que la motivación de toda acción humana es la búsqueda del propio bienestar, no existe la ayuda a los demás, y te extraña que la gente te agradezca lo que haces por ellos.
La causa de todo sufrimiento psicológico es la falsa creencia de ser un cuerpo que actúa de forma independiente. Ver que no somos hacedores, que no existe otra fuerza motora que no sea la búsqueda del bienestar, es la premisa principal que se corrobora en la autoobservación. Esta observación es el camino que nos lleva del hacer al ser, liberándonos de la ilusión de control. Reconocer que no hay mérito tras nuestras acciones nos adentra en el camino espiritual, donde cada acción surge de la unidad con el flujo de la vida.
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