Enseñanzas sobre cómo ser Zen y humano de Kōbun Otogawa

Kōbun Chino Otogawa fue un sensei, un roshi o un maestro inusual, algo más o menos ortodoxo en una manera de ser humanos tan heterodoxa y directa como lo es el budismo Chan o Zen.

Con Kōbun, había una sensación de amplitud y de abarcar todo. No había ninguna pretensión, simplemente permitía que todo sucediera… creo que fue ese tipo de apertura lo que permitió que muchas personas se conectaran con la práctica budista, algunas de las cuales se convirtieron en practicantes de larga data. Permitió que todos fueran quienes eran. Nunca rechazó a nadie ni a sus circunstancias; siempre fue complaciente. Se sentó junto a diferentes tipos de ropa. La mayoría de las veces, vaqueros y camisetas.

Otogawa aconsejaba no señalarlo como maestro, roshi o sensei. Simplemente su nombre desde niño, “Kōbun”, fue su manera de ser ingerido como una palabra e invocado por sus discípulos. Una actitud semejante a un cura de la liberación que prefiere los nombres individuales para llamar y ser llamado. Las palabras padre o hermano son vivencias compartidas: heredar el ADN de una tradición y haber sido amamantados por la leche del caos maravilloso.

Kōbun curiosamente fue ordenado como sacerdote de la secta Sōtō siendo un niño de doce años. Y como un niño buscó hacerse de una gran familia con continuas caras nuevas. A pesar de realizar una maestría en budismo Mahāyāna en la Universidad de Kioto, aprendería mucho más enseñando a conciencias inocentes, no en sentido moral, sino infantiles y caprichosas, propias de hijos inconformes del individualismo de Occidente. De ahí su paso por Los Altos, Tassajara, Santa Cruz, Arroyo Seco y la Universidad Naropa, el Estados Unidos chicano.

El Zen enseña que la iluminación no es ningún objeto, ninguna sensación, ningún objetivo, ningún reino, nada que pueda ser guiado o que pueda guiar al yo. Uno mismo tampoco es un ente ilusorio que pueda morir o sacrificarse, o lo es tanto como una imagen en el espejo. Puedes aprender a verte en aquel donde están las cosas tan cual son, es decir, un espejo quebrado, una puerta abierta a una tormenta, que no sabe qué es, está pasando, pasará y ya pasó:

Kōbun aprendería a enseñar de Dōgen y de su instructor directo, el “unsui” o monje errante Kodo Sawaki. Sabría como ellos que el budismo es “zazen”, incluso solo “shikantaza”, simplemente sentarse, irradiar al unísono naturalidad, nada agregado al mundo, sino lo que ya contienen los juegos de los niños: algo maravillosamente inútil, al igual que la iluminación no es una experiencia o estado especial. Todo esta a simple vista, incluso esa oscuridad divertida y aterradora que todos conocimos cuando se iba la luz en nuestra casa siendo pequeños.

La familia de un “bodhisattva”, cualquiera que comparta con gracia todo cuando está a su alcance, se extiende más allá de los vinculados por el cuerpo o el lugar donde nacieron. Es un proyecto de una gran comunidad para todos, basada en la compasión y la sabiduría. Kōbun agrandó la familia del Sōtō visitando de manera errante a los menos nirvanizados.

En Pijama Surf queremos ingerir e invocar a un maestro presente en el vacío en el que se agitan las palmeras californianas y el hechizo del paso del tiempo. Los niños como Kōbun no mueren y siguen creciendo en silencio terminado el juego del yo como agua de una nube:

Durante una sesión pública formal de preguntas y respuestas, “shosan”, Angie Boissevain se presentó ante Otogawa con una pregunta que había estado ardiendo en su interior toda la mañana. Pero después de hacer las tres reverencias habituales y arrodillarse ante él, se encontró con la mente completamente en blanco, la pregunta había desaparecido. Se sentó frente a él en silencio durante un largo rato antes de finalmente decir: “¿A dónde se han ido todas las palabras?” “De vuelta a donde vinieron”, respondió Otogawa.

Poco después del 11 de septiembre de 2001, Otogawa fue el invitado de honor en la reunión semanal de la sangha que luego se convertiría en el Centro Zen Dharma Cotidiano. Después de la meditación, Otogawa pidió preguntas. Una joven visiblemente angustiada preguntó: “¿Cómo puedo lidiar con el enorme miedo y la ira que siento por lo que sucedió?” Otogawa respondió: “Haz una cosa amable por alguien todos los días”.

Como maestro de tiro con arco japonés, “kyūdō”, a Otogawa le pidieron que impartiera un curso en el Instituto Esalen en Big Sur, California. El objetivo estaba situado en una zona de césped al borde de un acantilado sobre el océano Pacífico. Otogawa tomó su arco, hizo muescas en la flecha, apuntó con cuidado y disparó. La flecha voló por encima del objetivo, pasó por encima de la barandilla, más allá del acantilado, hasta hundirse en el océano. Otogawa miró feliz a los estudiantes sorprendidos y gritó: “¡En el blanco!”

En una reunión de algunos de los estudiantes de largo plazo de Otogawa en Santa Cruz, California, poco antes de la muerte de Otogawa, un estudiante preguntó: “Kōbun, ¿por qué nos sentamos?” Él respondió: “Nos sentamos para darle sentido a la vida. El significado de nuestra vida no se experimenta al esforzarnos por crear algo perfecto. Simplemente debemos comenzar por aceptarnos a nosotros mismos. Sentarnos nos lleva de regreso a quiénes somos y dónde estamos realmente. Esto puede ser muy doloroso. La autoaceptación es lo más difícil de hacer. Si no podemos aceptarnos a nosotros mismos, vivimos en la ignorancia, en esta noche más oscura. Puede que todavía estemos despiertos, pero no sabemos dónde estamos. No podemos ver. La mente no tiene luz. La práctica es esta vela en nuestra habitación más oscura”.

Imagen de portada: Kōbun Chino Otogawa, Jikoji Zen Center.

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